Ayudante de Cupido

Capítulo 8°- Alas de Mariposa

Las gotas de lluvia caían una tras otra sobre el frío asfalto de las calles dejándose escuchar tenues, relajantes y llenas de gracia. Detuvo sus pasos por unos segundos, permitiéndose el contemplar a la peculiar pasajera que ajena a sus intenciones, continuaba aún inconsciente sobre su espalda.

Por favor, quédate conmigo.

Rememoró aquella dulce petición que tan solo algunos minutos atrás fuese pronunciada por su adormilada tripulante. No pudiendo ocultar las vertiginosas emociones que la pequeña Brenton había desatado en su ser con esas cuatro incautas palabras. Una ligera sonrisa surcó sus labios al ver el estado de relajación perpetua que Gala emanaba aún con los altos grados de fiebre mermando su salud. Perdiéndose por entero en esos cálidos sentimientos que ignoraba existieran en un alma tan corrompida como la suya. Sin embargo, aquella ordinaria mortal que retenía entre sus brazos le demostró que aún en la oscuridad más abominable, más temida, se podía hallar el embriagante sabor de la felicidad.

Giró su cabeza echando de nuevo un vistazo a su costado, perdiéndose por entero en la imagen que deseaba se grabara indefinidamente en lo más recóndito de sus pupilas. Las invisibles gotas de rocío se habían impregnado en los contornos de su rostro haciendo que diminutos resplandores irradiaran su tez de forma hipnotizante. Sus tersas mejillas se mantenían sonrojadas, ocasionando que su mágica aura de inocencia se hiciese palpable. Sumergiéndolo en un peligroso hechizo del que desafortunadamente ya era imposible el poder liberarse. Tragó con violenta pesadez viéndose en la necesidad de retirar su vista de la castaña de manera precipitada.

Su respiración se tornó entrecortada, esforzándose por mantener sosegado el arrasador tornado de electricidad que quemaba desde la punta de sus dedos hasta lo más hondo de sus entrañas. Podía sentir sus acompasadas inhalaciones acariciar las fibras de su piel al tiempo en que soltaba y retenía el aire atrapado en sus pulmones. Ocasionando que los latidos de su corazón tomaran el mismo ritmo de aquel que zumbaba apasionado e impetuoso en la punta de sus oídos. Mientras la tibieza que desprendía cada una de sus células se entremezclaba con la propia dando origen a una energía nueva, sublime y desconocida. Presionó con mayor intensidad las manos que sujetaban las extremidades de Gala, impulsando su cuerpo aún más próximo al suyo.

—Nunca nadie conseguirá apartarme de tu lado, te lo prometo —manifestó Blake scon su acostumbrada lánguida expresión, restándole importancia a la poca consciencia de la joven, después de todo, ella percibiría el significado tan profundo que se ocultaba en aquel juramento.

Aumentó su paso una vez cesara su discurso, tomándole unos cuantos metros para de esa forma llegar al departamento que desde algunas semanas ambos compartían. Estaba por acortar la distancia que le separaba de la entrada, pero una conocida presencia se registró con premura en los alrededores frenando así todas sus intenciones de continuar. De inmediato su iris se tiñó de un amenazante escarlata, estando dispuesto a atacar al intruso si la seguridad de Brenton se veía perjudicada.

—¿Qué haces aquí? —arremetió Blake sin miramientos, desvaneciendo su poder una vez reconociera la silueta de Daniel Bridger postrada bajo la inclemencia de la gélida tormenta. Lo analizó entero con la acidez del desdén destilando por sus poros, obteniendo una reciprocidad casi escalofriante por parte del chico que retadoramente sostenía su mirada.

—¿¡Qué le hiciste a Gala!? —le dijo Daniel con furia desgarradora ignorando magistralmente el cuestionamiento que el joven Dios exigía respondiera. Colocó su atención en el mediano bulto que aquel tipo retenía consigo, notando cómo Gala se mantenía fuera de cualquier entorno. Deseó aproximarse, estar cerca de ella y corroborar por sí mismo que estaba sana y salva, pero el joven Riker detuvo a todos y cada uno de sus músculos sobre el duro pavimento impidiéndole avanzar.

—No importa lo que hagas, sufras o padezcas... —empezó a decir Blake con cruel desazón disminuyendo la trayectoria que les distanciaba. Clavó sus ojos azabaches sobre el azul de él, haciendo que cada una de las palabras que salían de su boca tuviese un efecto catastrófico—. Ella jamás corresponderá a tus patéticos sentimientos —lanzó con rudeza el peso de una verdad que, por tres agotadores años se negó a reconocer por muy innegable que fuese la realidad que aún ahora parecía abofetearlo para hacerlo reaccionar.

—Estoy consciente de ello —respondió con amargo pesar Daniel, dejando que los confines de su cara fuesen desencajados por una afligida sonrisa—. Aún así, lo que siento por ella es tan grande, tan profundo, que el sólo hecho de saberle cerca me permite ser feliz y continuar —guardó silencio por breves segundos. Respiró profundo y volvió a reír desconsolado—. Estuve ahí cuando se sentía triste. Estuve ahí cuando comenzó a abrirse después de la terrible vida que con esfuerzo aprendió a sobrellevar como solo un mal recuerdo —cerró sus puños con la ira que circulaba incontrolada entre sus venas—. Estuve ahí para ver sus primeras sonrisas y estuve también ahí cuando tú entraste en nuestro mundo haciéndolo colapsar —mencionó con el deseo de dañarle de cualquiera de las formas existentes.

Por su parte Blake permaneció en completo mutismo, pareciendo digerir con remordimiento todas y cada una de las explicaciones que Daniel le había comunicado. Después de todo, hacía lo correcto al desconfiar de él, ya que al igual que el desquiciado primo de Brenton, también había ido en su búsqueda con el fin de destruirle.

Te equivocas...

Se escuchó decir con un cansancio devastador. Contestando en un santiamén, las inquietudes que taladraban el subconsciente de Blake. Ambos jóvenes rastrearon a la persona que, con fatiga intentaba erguirse frente a ellos. Topándose con la castaña que, por primera vez, cogía en mano la batuta que regía aquella extraña discusión.




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