Ayúdenme, estoy asustado

Capítulo 2: “Tortura amorosa”

Abrí de a poco mis ojos y estos me ardían levemente. Mi cuerpo dolía demasiado, no creo siquiera poder pararme. No podía moverme por ello, pero giré mi cabeza hacía la derecha, y ahí lo vi, era el chico que estaba desde antes, cuando me tiraron aquí abajo.

—¡Oye! —hablé con el volumen de voz algo normal y tembloroso, pero él no se giró— ¿Me escuchas? —¿Por qué no se mueve?

Traté de moverme a pesar de que dolía bastante. No tenía planeado quedarme aquí tirado esperando mi muerte, debía por lo menos ver si él chico estaba bien, ya que era mi única compañía acá abajo. Al arrastrarme sentí mi tobillo más pesado, y solo por ese detalle pude darme cuenta de que estaba encadenado, encadenado a un fierro que yacía instalado en un rincón del sótano. Pude notar que la cadena era algo larga, por lo cual, podría moverme hasta al rubio que seguía inmóvil pese a mis constantes llamados.

—Oye, ¿me escuchas? —dije arrastrándome hacía él, sintiendo varios pinchazos en todo el cuerpo— ¿Te encuentras bien? —pregunté con algo de preocupación.

Al estar lo suficientemente cerca, le toqué un poco el hombro para que reaccionara, pero cayó hacia atrás, sobre mí, causándome un horroroso dolor en la espalda.

—¡Ah! ¡Quítate! ¡Quítate! —grité de dolor mientras lágrimas se me caían de los ojos, traté de sacármelo de encima y cuando lo logré sentí nauseas al ver lo que había frente a mí.

—¡Vaya! Parece que mi pequeño perro al fin ha despertado —La voz de esa chica hizo que me exaltara, pero no me quitó las ganas de vomitar que me había producido el hecho de haber visto la cabeza de aquel chico rubio separada de su cuello.

—Tú, tú incluso acomodaste su cuerpo para hacerme creer que estaba vivo —De pronto, me sentí muy mareado y no me contuve más, vomité en el piso, pero como estaba prácticamente tirado en él, el vómito que salía de mí comenzó a ensuciar un poco mi mejilla apoyada en el suelo, y luego empezó a manchar mi cuello. Mis ropas ya no las tenía puestas, supongo que ella me las quitó cuando yo estaba inconsciente, sólo conservaba la ropa interior que me había colocado esa noche.

—¡Mira que inconsciente eres! Ahora estás todo sucio por haber vomitado, ¿te sientes mal del estómago? Y yo que te traía algo de comida.

Temblaba en el suelo, el vómito se extendía por toda la superficie, manchando un poco mi pecho.

—Por favor déjame salir de aquí —murmuré de manera entrecortada, viendo sus manos carentes de cualquier tipo de comida.

—¡Silencio! Ahora tendré que asearte, ven, tendré que llevarte al baño —Se veía molesta, tenía miedo de hacerla enojar.

—Por favor, me duele moverme, me tienes encadenado —Tosí un poco y volví a vomitar.

—Eres tan repugnante —Fue lo único que pude escuchar de ella, y me dio una patada en el estómago cuando había terminado de expulsar todo rastro de la poca comida que había consumido el día anterior, ello me hizo toser nuevamente.

Se dirigió a mi tobillo y quitó la cadena, apenas lo hizo empecé a arrastrarme hacía las escaleras, pero ella piso unas de mis piernas con fuerza haciéndome soltar un grito.

—¿Piensas subir? —preguntó sin más, y estaba casi completamente seguro de que ella sonría en este momento.

—Dijiste que debías asearme, ¿no? —musité, intentando retener las lágrimas que querían salir de mis ojos.

—Es cierto, pero no creas que podrás escapar una vez que llegues arriba, ¿entendido? —Rió levemente, he hizo más presión lo cual me hizo gritar nuevamente.

—¡Sí, sí entendí! —Cuando ella retiró su pie subió las escaleras antes que yo y miraba fijamente como me arrastraba escaleras arriba, o como trataba de subir.

El primer escalón lo subí sin muchos problemas, pero el resto eran dolorosos gracias a los bordes en los que mis costillas se apoyaban al tratar de subir.

—Vamos, apresúrate. No tengo todo el día —dijo con un tono de voz firme.

Traté de ir más rápido, pero perdí el equilibrio y caí escaleras abajo golpeándome varias veces la mandíbula.

—Dios, sí que eres un inútil —comentó ella acerca de mi caída, y bajó las escaleras mientras yo sollozaba del dolor, me tomó de la mano y pude sentir la calidez de ella, esa calidez que casi nunca era capaz de sentir, esa calidez que hacía que mi corazón diera un vuelco y mis entrañas se retorcieran.




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