Al abrir los ojos, lo primero que vi fue nada, la luz brillante del sol no hizo más que deslumbrarme y obligarme a cerrar los ojos. Sentía mi cabeza como si un pájaro carpintero hubiera estado picoteando en ella durante horas y mis huesos parecían estar hechos de polvo. Abrí los ojos lentamente, permitiéndome ver el paisaje; no sabía dónde estaba, si me hubieran dado un mapa no habría sabido situarme, no sabía el continente, país o ciudad a la que pertenecía la tierra que pisaban mis pies. Me levanté, soportando parte de mi peso en uno de los enormes árboles que había junto a mí. Nada, no veía más que árboles enormes, tan altos que parecían no tener fin.
—¿Hola? —dije en una voz apenas audible, tenía la garganta seca y sentía que cada palabra arañaba mi garganta— ¿Hay alguien ahí? —Volví a intentarlo.
—¿Qué eres? —dijo una voz. Miré a mi alrededor, buscando a la persona que había hablado. Mi visión comenzaba a tornarse borrosa y mis piernas fallaban. — Estoy aquí arriba.
Haciendo caso a la voz, miré hacia arriba. Apenas pude distinguir su figura, pero supe qué era.
—Un ángel…
Entonces todo se volvió oscuridad…
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—No te diré nada, sabrás lo mismo que el resto cuando llegue el momento.
¿De quién era esa voz? No se parecía a la del ser que me había hablado antes. Intenté abrir los ojos; no pude hacerlo, era como si estuvieran pegados. La voz se escuchaba lejana, casi como un murmullo. ¿Qué iba a decir esa voz?
—Pero padre, yo la encontré, ¿eso no me da derecho a saber algo antes que el resto?
¡Esa si era la voz del ángel! Aunque, ahora, pensándolo mejor, era imposible que realmente fuera un ángel, no existían. La mala visión debió de haberme jugado una mala pasada.
—Lo sabrás después, no voy a discutirlo Ileos.
Ileos.
Intenté pronunciar el nombre, pero no pude mover los labios. Nunca había oído ese nombre, me gustaba.
—Al menos dime si es humana, por favor.
—No seas nepala, hijo. Lo sabrás cuando ella esté despierta para escucharlo.
Quise hablar, decir que estaba despierta. Yo también quería oír lo que fuera que tuviera que decir, pero mis músculos no reaccionaban.
La voces desaparecieron y todo volvió a sumirse en el silencio.
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—Ya debe de estar recuperándose del té de mineos. Dale unos minutos y despertará. Recuerda que si te he dejado entrar ha sido porque estarás sentado en una esquina y en silencio.
—Si, padre.
Eran las mismas voces. ¿Se suponía que ahora podría moverme? Intenté abrir los ojos lentamente, las primeras rendijas de luz comenzaron a colarse entre mis párpados. Me sentía como si me hubiera atropellado un tractor. Miré el techo de la habitación, y moví ligeramente un brazo para tocar la pared que había a mi derecha, era un material suave y duro.
—Ya está comenzando a moverse.
Giré la cabeza bruscamente hacia el lugar del que provenía la voz. Fui observándole de arriba a abajo, tenía el pelo rubio y algo canoso, sus facciones tenían algunas arrugas, era alto, altísimo, pero eso no era lo sorprendente: unas enormes alas grises asomaban tras su espalda. Miré también la figura del rincón, era una versión más joven del otro ser. Me congelé observando las alas de ambos, como si fuera un partido de tenis, primero las de uno y luego las de otro.
—Hola, soy Taraxak. miembro de la Unión, él es mi hijo sucesor, Ileos. Bienvenida a Oneiro.
Abrí y cerré la boca como un pez, sin encontrar las palabras correctas para hablar. Al final dije lo más simple.
—¿Oneiro…?
El chico, Ileos, se levantó de la silla, llevándose una mirada de advertencia por parte de su padre, si la vio, la ignoró completamente. En su lugar, se acercó a la ventana, que hasta ese momento no había visto, y apartó de ella un pedazo de tela que impedía que la luz pasara por completo.
—Esto es Oneiro, el nombre del planeta en el que estás —señaló la ventana, no podía ver nada más que las copas de algunos árboles. Después, señaló la habitación— Esta es una habitación de la Unión, que está en el centro de Oneiro.
—Ileos siéntate, no incomodes a la universal.
¿Esa era yo? ¿Una universal? Nunca había oído ese término.
—Le hablas como si fuera a entender lo que dices, padre. Tú lo has dicho, es una universal.
—Fuera de aquí, Ileos, o pediré a la Unión que cambien de opinión.
Pensé que el chico diría algo, pero, en su lugar, volvió a tapar la ventana y se apoyó contra la pared. Giré mi mirada hacia ¿Tarok? ¿Tarak? No recordaba el nombre.
—Como estaba diciéndote, soy Taraxak y el joven era mi hijo, Ileos y como te ha dicho, esto es Oneiro. Seguramente tengas muchas preguntas, pero primero debo hacerte algunas a ti, ¿vale?
Asentí con la cabeza.
—Empecemos, ¿cuál es tu nombre?
—Azalea.
—¿Cuántos años tienes? ¿Los universales medís así, verdad?
—22, sí, ¿cómo mediríamos si no? ¿Por qué me llamas universal?
No sabía si me estaba prestando atención, pero ignoró completamente mi pregunta y siguió con su entrevista.
—¿Sabes cómo has llegado hasta aquí?
—No.
—¿Qué estabas haciendo antes de aparecer aquí?
—No lo recuerdo.
Asintió con la cabeza. Intenté buscar en su expresión algún atisbo de en qué estaba pensando, pero su mirada neutral no me decía nada. ¿Qué se se suponía que harían ahora conmigo?
—Verás, Azalea, como habrás supuesto, aquí no hay universales. No sabemos cómo has llegado hasta aquí y tampoco sabemos cómo devolverte a tu mundo. Así que pasarás un tiempo aquí hasta que descubramos cómo podemos hacer que vuelvas. He hablado con la Unión y hemos decidido que te quedarás aquí mientras buscamos una solución, te pasaremos a una habitación mejor y permanecerás ahí durante el tiempo que dure tu visita. Tienes prohibido salir del edificio de la Unión y relacionarte con seres que no sean miembros de la Unión, todo esto para evitar problemas para ti y para nosotros.