Azalea: Bienvenida a Oneiro

2-Chicles

En cuanto cerró la puerta me acerqué al enorme ventanal, esperando poder ver algo desde ahí, pero, en lugar de cualquier paisaje, me encontré con las hojas de un árbol tan frondoso que ni siquiera podía ver nada más allá de sus hojas y ramas. Estaba completamente segura de que me habían dado esa habitación solamente por eso. Acaricié los dos pedazos de tela blancos que formaban las cortinas, por un momento creí distinguir la textura de la seda, pero era imposible que lo fuera, porque nunca había tocado un material tan suave. Aún agarrada a una de las cortinas con una mano, intenté estirarme e intentar ver algo más allá de las hojas, pero fue imposible, era tan frondoso, que casi parecía empujarme de nuevo hacia dentro de la habitación. Cuando desistí y lo di por imposible, me giré para seguir investigando el resto de la estancia; si no podía ver qué había fuera, tendría que imaginarmelo en base a lo que había ahí dentro. 

Comencé a dar vueltas por la habitación, fuera donde fuera que estuviera, no podían obligarme a no saber nada. No sabía en base a qué normas vivían los seres de aquí, pero yo iba a seguir las de mi mundo. Después de todo, no parecían estar dispuestos a enseñarme nada. Pasé las manos por las paredes de toda la habitación, tenían un tacto arenoso, como pasar los dedos por encima de sal, aunque, desde luego no parecía sal, no eran blancas, sino de un tono más bien similar al serrín. Abrí el único armario de la habitación alrededor de diez veces, no estaba hecho de madera, aunque no tenía la menor idea de qué material era. Dentro no había nada. Hice lo mismo con la mesilla junto a la cama, parecía una versión pequeña del armario. Deshice la cama y lancé las almohadas, toqué con la punta del dedo el colchón; era de agua. Agarré una de las almohadas y le hice un ligero agujero, decenas de hojas de tonos rosados comenzaron a caer al suelo, ¿de qué tipo de plantas eran esas flores? Al ver como las hojas se empezaban a desperdigar por toda la habitación —había dejado la ventana abierta— me lancé al suelo a toda prisa y comencé a meterlas sin cuidado y de forma desordenada en la almohada de nuevo. Observé la almohada con el agujero, que ahora era más grande, ¿qué hacía ahora con ella? Estaba claro que no podía usarla. La agarré, abrí las puertas del armario, y la lancé dentro. Problema resuelto. 

Volví a colocarlo todo en su sitio, no porque quisiera, sino porque no tenía nada que hacer. Entonces, antes de que pudiera siquiera recoger la otra almohada que aún no había roto, la puerta se abrió. Al alzar la vista, vi a Ileos con una mochila, para ser exactos, mi mochila. No me había parado a pensar en ella en todo ese tiempo. Miró de arriba a abajo toda la habitación, pero no hizo un solo comentario al respecto. Las enormes alas color perla que exhibía en la espalda eran casi tan grandes como él, se mostraban imponentes y fuertes, aunque al tocarlas imaginaba una textura suave y esponjosa, como tocar una nube, aunque hubiera querido apartar la mirada, no hubiera podido. 

—Me han pedido que te trajera esto, hemos visto lo que hay dentro, por si te lo preguntas, y hemos guardado algunas de tus cosas para investigarlas, te las devolveremos cuando te marches.

Solté la almohada que tenía en las manos y me acerqué a él a toda prisa, le arrebaté la mochila y la abracé contra mi pecho. No sabía lo mucho que la había necesitado hasta ahora que la tenía de vuelta conmigo, habría sido una pena perderla. Entonces se giró y pude ver aquellas enormes alas por detrás, la camiseta tenía dos hendiduras que dejaban pasar las alas y mostraban una pequeña parte de la piel, junto donde se fusionaban. Deseé extender la mano y tocarlas, pero no me atreví a hacerlo, me pareció un acto irrespetuoso, demasiado íntimo, aunque no supiera cuales eran las normas respecto a tocar las alas a la gente. No esperaba que dijera nada más, pero antes de irse habló por última vez. 

—La próxima vez que nos veamos, procura recordar dónde están mis ojos. Parece que los universales no tenéis educación. 

Y cerró la puerta con brusquedad. La sangre subió a mis mejillas y me puse roja como un tomate, ¿tan obvia había sido? Aunque, no sé qué esperaba, una no veía a personas con alas todos los días. Sacudí la cabeza en un intento de sacar aquella imagen de mi cabeza, tenía que centrarme. Agarré la mochila y la abrí, si no había oído mal, había dicho que se habían quedado con algunas de mis cosas. Vacié completamente la mochila sobre la cama. Estaba mi bolígrafo, el diario —que ahora se volvería mucho más interesante de lo que lo había sido nunca— la cartera y… las llaves de mi casa. ¡¿Y el resto de cosas?! Faltaban más de la mitad, había mucha diferencia entre “algunas cosas” y saquearme la mochila. No había rastro de mi móvil, ni de mis auriculares, tampoco estaba el mp4. Entonces, revisando de nuevo las pocas pertenencias que aún me quedaban, me di cuenta: se habían llevado mis chicles.

¡¿Para qué narices querían mis chicles?! 

Enfadada, agarré mis cosas y las metí en el cajón de la mesilla. Me levanté e intenté abrir la puerta por la que acababa de salir Ileos; estaba cerrada por el otro lado, me habían dejado allí atrapada. Durante todo aquel tiempo no habían hecho más que decir que no era una prisionera, pero habían dejado la puerta cerrada y el ventanal daba a un árbol que a duras penas dejaba ver la luz del sol. ¿Acaso creían que era idiota? Comencé a aporrear la puerta, en algún momento alguien me abriría. 

—¡Abrid la maldita puerta! ¡No podéis dejarme aquí encerrada!

No supe cuanto tiempo estuve golpeando la puerta —también me habían quitado el reloj— pero, debió de ser mucho tiempo, porque la poca luz que pasaba por el árbol comenzaba a desaparecer. Al fin, escuché el tintineo de una llaves y alguien entró. De nuevo Ileos, esta vez, en lugar de mi mochila, llevaba ropa. Evité a toda costa mirar sus alas, aunque era imposible que los ojos no se me fueran a ellas. Me miró con curiosidad. 



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En el texto hay: fantasia, mentiras, romance

Editado: 19.03.2022

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