Azalea: Bienvenida a Oneiro

3- El comienzo de un eérior

Había perdido la cuenta de cuando había sido la última vez que había visto a alguien, con o sin alas. Según mis cálculos llevaba varias horas frente a la ventana, buscando algún hueco nuevo entre las ramas, si me lo hubieran preguntado, habría sabido cuántas hojas tenía el árbol. Había vuelto a intentar trepar por sus ramas y bajar de la habitación, pero el resultado había sido el mismo que la primera vez: nada. 

Había aporreado la puerta hasta el cansancio, pero eso tampoco había servido de mucho. Tenía hambre, Ileos me había traído ropa, pero no comida. Cada vez se parecía más a una prisión. Al menos no habían cogido mi diario, podía entretenerme escribiendo. 

Escuché el sonido de la puerta abrirse, me giré; era Ileos. Cerró la puerta dándole un ligero golpe con  las alas y dejó caer un montón de cosas sobre la cama deshecha. Mis cosas. Me levanté a toda prisa y me lancé a cogerlas. ¿Por qué las tenía él? ¿No había dicho que estaban estudiándolas o algo así?

Miré a Ileos, que caminaba por la habitación mientras se pasaba una de las manos por el pelo; evité mirar sus alas. Señaló mis cosas.

—¿Cuál de ellos son chicles? Dímelo.

Sonreí de oreja a oreja. Al fin algo salía bien. Había tenido esperanzas de que la curiosidad pudiera con él y volviera para saber qué era cada cosa. Ahora podíamos negociar. 

—Responde a mis tres preguntas y dame comida. 

—No voy a responder a ninguna de tus preguntas. Y no sé qué coméis los universales—fruncí el ceño—, deja de mirarme con esa cara, no planeo taparte el sol. 

—¿Por qué no vas a contestarlas? 

—No puedo. Ya te lo explicó mi padre. ¿Por qué tu no me dices que son unos chicles?

—Estoy intentando negociar contigo. Si tú no cedes yo tampoco.

Dejó de caminar, entrecerró los ojos y frunció el ceño. 

—¿Qué es negociar?

—¿Qué es un té de mineos?

Debía mantenerme firme, no pensaba responder a ninguna de sus preguntas si él tampoco lo hacía. Esta vez yo tenía el mando. 

Universal, si no me dices que significa esa palabra, no podremos llegar a ningún eérior.

¿Qué significa eso?

—Te lo diré si tú me dices que es negociar.

Tú primero.

Eérior significa conversar hasta llegar a un acuerdo que beneficie a ambas partes.

Agarré el diario, escribí la palabra y anoté su significado, pensaba documentar todo lo que aprendiera de donde fuera que estuviera. Ileos miró extrañado el cuaderno, pero no preguntó nada. 

—Negociar significa lo mismo —dije cuando acabé de escribir. 

—Si me dices que son los chicles responderé a una de tus preguntas, pero tengo derecho a decirte que la cambies si no quiero responderla —propuso. 

—Ese trato es horrible. Dos preguntas que puedes cambiar y comida, y te digo que son los chicles. 

—Trato hecho.

Agarré la pequeña cajita roja y la agité, apenas debían de faltarle uno o dos. La abrí y dejé caer uno sobre mi mano. Se lo mostré.

—Esto es un chicle. Hay de distintos tamaños y sabores, este es de fresa.

Se sentó junto a mí en la cama y observó de cerca el chicle.

—¿Para qué sirven?

Dejé caer sobre su mano el que estaba agarrando, no tardó en verlo aún más de cerca —si es que eso era posible— yo agarré otro de la caja y me lo metí en la boca. 

—Los masticas, puedes hacer pompas con ellos, están buenos.

—¿Se comen?

—No exactamente… 

Antes de que pudiera decir nada más, lo agarró, se lo metió en la boca y tragó sin masticar. 

—¡No, no se tragan, se mastican! 

Abrió los ojos como platos, aterrado. 

—¡¿Y qué pasa si te tragas uno?! 

—Pues… nada importante, pero no se tragan —respondí encogiéndome de hombros.

—Los universales sois muy raros, ¿por qué masticáis cosas que no se comen? 

—Porque saben bien. 

— Una vez conocí a una ovata a la que le gustaba el té de extracto de rhodendron, ascendió rápido a las estrellas. Que te guste su sabor no significa que debas tomarlo. 

No tuve que preguntarle qué significaba “ascender a las estrellas”. Al menos ahora sabía que no eran una especie extraña e inmortal. 

Sólo eran extraños a secas. 

—Ahora tienes que responder a mis dos preguntas. 

Suspiró, fastidiado de que se lo recordara, si había tenido alguna esperanza de que olvidara su parte del trato la llevaba clara.

—Pregunta uno, ¿por qué tú y tu padre tenéis alas? 

Negó con la cabeza. 

—Otra pregunta. 

—Vale, pero no puedes evitar esta, es la más sencilla que se me ocurre: ¿Qué es el té de mineos?

Pareció pensarlo un momento antes de responder. 

—¿Sabes lo que es el té? —asentí con la cabeza— Pues el té de mineos es agua mezclado con pétalos de mireucas, y, en tu caso, también le añadimos hojas de neostidos. Sirven para quitar el dolor y hacer que la gente caiga en un sueño profundo. 

—¿Por qué me lo disteis? ¿Tiene el mismo efecto en mí y en los de tu especie? 

—Solo dos preguntas, universal. 

Me paré un momento a pensar. Debía elegir bien qué preguntar… había tantas cosas que quería saber; entonces lo supe, había una pregunta más importante que todas las otras:

—¿Qué vais a hacer conmigo? 

Hizo un ligero movimiento con las alas, similar a un encogimiento de hombros. 

—No lo sé, ya te lo dijo mi padre, no sabemos cómo devolverte a tu mundo. Nos ayudaría bastante que nos dijeras cómo llegaste hasta aquí. 

—Ya os dije que no lo recuerdo. ¿No confiáis en mí? ¿Por eso estoy encerrada y ni siquiera tengo derecho a mirar por la ventana?

Se levantó de la cama y comenzó a recoger todas mis cosas. 

—¿Acaso confías tú en nosotros, Azalea? 

Abrió la puerta y asomó la cabeza por el pasillo. No le dije nada sobre que se llevara mis cosas, ya me había imaginado que se las llevaría. 



#10029 en Fantasía
#4871 en Joven Adulto

En el texto hay: fantasia, mentiras, romance

Editado: 19.03.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.