Hubo un momento, cuando ambos dejamos de estar furiosos, en el que no hicimos más que mirarnos, él se había dado cuenta de que acababa de darme la información más importante y yo sabía que se retractaba de todo lo que había dicho. Entonces, si decir palabra, se acercó a mi mochila, vació todo el contenido sobre la cama, agarró el diario y el bolígrafo y me los dio.
—Dijiste que en tu mundo los tratos importantes se hacían poniendo algo en un papel. Quiero que hagamos eso ahora mismo, lo he estado pensando desde la última vez que te vi, y quiero sumarle algo a nuestro acuerdo; quiero que todo lo que hablemos se quede entre nosotros. Vamos a hacerlo como en tu mundo, ¿vale? Solo tienes que decirme qué hacer.
Estaba bastante segura de que no llevaba tanto tiempo pensándolo como quería hacerme creer, más bien era una decisión sin la menor premeditación, se había dado cuenta de que había hablado más de lo que debía y quería protegerse de alguna forma. Entonces se me ocurrió, si él quería añadir algo yo también, no pensaba seguir siendo una prisionera (por mucho que dijeran que no lo era).
—Vale, pero en ese caso yo también quiero sumarle algo.
—¿El qué?
—Yo estaré callada si tú me muestras tu mundo.
Frunció el ceño, sin entender de qué le hablaba.
—Eso ya lo habíamos hablado, yo te doy información de Oneiro y tú me hablas de tu mundo.
Negué con la cabeza.
—No me has entendido, quiero ver tu mundo; salir de esta habitación, si no, no hay trato.
—La que no lo entiende eres tú, no eres de aquí y eso es obvio. Todo el mundo lo sabría y se supone que ni siquiera yo debería de venir a tu habitación a hablar contigo.
Me acerqué a él hasta que las puntas de nuestros pies estuvieron a punto de rozarse, no creía una palabra de lo que me decía.
—La chica que ha estado viniendo mientras tú estabas sabes Dios dónde era como yo, ¿sabes qué significa eso? Primero, que no eres la única especie en este planeta. Segundo, que hay gente como yo. Y tercero, que no hacéis más que mentirme al decirme que no puedo salir.
—No lo entiendes, ella no es como tú.
—¿Por qué no lo es?
—No puedo decírtelo.
—Entonces se lo tendré que preguntar directamente a ella. Muy a mi pesar, tendré que decirle que tú me has dicho que ella no es como yo, y estoy bastante segura de que tu padre quería hacerme creer lo contrario —le dije sin dudar, quizás estuviera recurriendo a la manipulación, al chantaje, pero el fin justificaba los medios, no me arrepentía de lo que estaba haciendo. Era hora de comenzar a avanzar, de correr, no pensaba seguir dando pasos de caracol.
—No te atreverías. Pensaba que éramos abnios, ¿sabes en el lío en el que me metería si hiciera eso? Soy un futuro miembro de la Unión, debo dar ejemplo.
—Pero aún no eres miembro de la Unión, Ileos. Sé que quieres saber cosas de mi mundo, cosas que tu padre no te cuenta, sientes la misma curiosidad que yo, ayudémonos mutuamente, quizás incluso pueda enseñarte fotos de mi mundo, tú puedes explicarme por qué el árbol que tapa mi ventana ha intentado salvarme la vida y por qué habla. Confía en mí y yo confiaré en ti.
Apartó su mirada de la mía y dio un paso atrás, recuperando una distancia que hasta entonces parecía inexistente entre nosotros. Mientras tanto, yo rezaba a cualquier dios que me escuchara porque aceptara. Cuando volvió a mirarme ya había tomado una decisión.
—No puedo simplemente confiar en ti de golpe, ni sacarte de la habitación sin estar seguro de que no escaparás. Antes podemos hablar, ¿vale? Seguiremos con el trato original e iremos profundizando.
Asentí con la cabeza, conforme.
—Trato hecho.
Esta vez él no extendió una de sus alas, ni yo le di la mano, en su lugar, agarré el bolígrafo, abrí el diario por una hoja en blanco y comencé a escribir. Ileos, curioso, se colocó detrás de mí, observando lo que escribía.
—¿Qué haces? —preguntó.
—Dijiste que lo hiciéramos al estilo humano, para ello primero hay que escribir cuál es nuestro trato.
—¿Puedes leer lo que has puesto? —pidió, ligeramente avergonzado.
—¿Sabes hablar mi idioma pero no leerlo? —asintió con la cabeza— Bien, te diré que pone, normalmente se pondría la fecha, pero no sé a qué día ni mes estamos, así que solo he puesto el año: Hoy, en el año 2198, Ileos, futuro miembro de la Unión, y Azalea Dachs, mediante este contrato, se comprometen a compartir información equivalente de sus respectivo mundos el uno con el otro y a no hablarle a nadie de este trato ni a compartir la información que se les de. Ahora solo falta firmar.
—¿Qué es firmar?
—Es lo que estoy haciendo yo ahora mismo, se hace para demostrar que estás de acuerdo con lo que pone en el contrato. Algunas personas hacen un garabato y otras escriben su nombre de alguna forma en especial.
—¿Tengo que firmar en tu idioma?
—Puedes hacerlo en el tuyo.
—Vale.
Agarró el bolígrafo y comenzó a hacer dibujos con formas extrañas junto a mi nombre, supuse que eran letras de su alfabeto. Cuando acabó me devolvió el bolígrafo.
—Enhorabuena, acabas de hacer tu primer trato al estilo humano.
Entonces, de forma inesperada, escuchamos el sonido del cerrojo de la puerta; alguien estaba entrando. Miré a Ileos con pánico, si había algo que me había quedado claro después de tanto tiempo en Oneiro era que Ileos no debía estar en mi habitación y que se arriesgaba a ser pillado cada vez que venía. Sin previo aviso corrió hasta la ventana murmuró algo y voló fuera de la habitación en el momento exacto en el que la chica entraba a la habitación. Una vez más, colocó la tabla en la ventana por la que acababa de salir el ángel y dejó un cuenco con frutas en la mesilla.
Cuando volví a escuchar el cerrojo de la puerta —esta vez para ser cerrada en lugar de abierta— me acerqué a toda prisa a la ventana, deseaba abrirla y si Ileos estaba al otro lado, pero, en su lugar, permanecí observando la tabla como una idiota. Siempre tapaban la ventana con ella, sin falta, y no sabía por qué lo hacían, quizás fuera peligroso para mí ver lo que fuera que ocurriera al otro lado a esa hora.