Azar: El Inicio de Todo

Capítulo I: El Inicio de Todo

Narrador omnisciente 

Ahura Mazda contemplaba, desde lo alto de su reino, la belleza de su creación. El rey de los dioses se sentía complacido por lo que había originado, era simplemente perfecto para él, pero necesitaba algo; en el fondo de su corazón sentía que un toque extra haría de su obra, algo inigualable. 

Y por esa razón, nacieron sus hijos. Todos ellos cumplían un rol importante; sin embargo, amaba sobremanera a cuatro de ellos. Firuzeh, (diosa del agua), cuidaba con recelo las fuentes hídricas de Voulesh, Bahar (diosa de la naturaleza), resguardaba sus bosques y lloraba cada que un árbol era talado, Barahn (dios de la lluvia y el frío), alejado de todos, y amado por muchos. 

Y finalmente, Azar. Ahura, desde la distancia, era testigo de lo poco amado que era su hijo. Nacido del caos, Azar estaba destinado a grandes cosas, solo que él no lo sabía por estar demasiado concentrado en las cosas malas que tanto sus hermanos como sus súbditos decían de él. 

Aquel dios era el que tenía el corazón más puro, no había ni una gota de maldad en sus acciones, aunque no todos podían verlo de esa manera. 

—¿Por qué me castigaste con este don, padre? —preguntó un día en medio de la desesperación. 

—No lo veas como un castigo, debes verlo como la solución a todo. 

Aquel día, Azar quedó mucho más confundido. 

«¿Cómo su padre le pedía que no viera su poder como un castigo?», pensaba una y otra vez.  

Aislado, así vivía el dios del fuego. Residía solo en la torre más alta del reino de Enog, aquel que le fue asignado por su padre. El subreino no era tan próspero como a él le gustaría; contrario al subreino de su hermana Firuzeh, Enog apenas y tenía unas escasas familias de clase alta. La mayoría de los habitantes pertenecían a las clases media y baja, pero esa no era la mayor de las preocupaciones. 

Su gente moría, la cantidad de fallecidos aumentaba con el pasar de los días y no había teoría, o estudio hecho por los eruditos, que mostrara la razón de las muertes. Antes de perecer, las personas gozaban de un buen estado de salud, lo que hacía todo mucho más extraño. 

Se sentía impotente, y por tal motivo, tomó su capa negra, su bastón y salió de su guarida como pocas veces lo hacía. Caminó hasta la plaza del pueblo e intentó mezclarse, en vano, con las personas. 

Azar media más de dos metros, era evidente que su impresionante altura llamaría la atención, eso y la capa negra que escondía su apariencia. Su pueblo lo apodada «El demonio de fuego», incluso esparcieron el rumor de que hacía sacrificios y que en la madrugada se escuchaban los gritos de sus víctimas. 

¡Una blasfemia! 

A cada paso que daba, rostros se giraban a mirarlo, algunos huían despavoridos cuando lo reconocían como el hombre malo del reino, él los ignoraba por completo hasta que un niño chocó con las largas piernas del dios. 

—¿Estás bien? —indagó mientras se agachaba a levantar al pequeño. 

—Lo estoy, gracias, señor —El niño se marchó corriendo sin mirar con quién había chocado, pero los demás sí lo vieron. 

—Oh, por Ahura. Pobre niño, será inmolado por el monstruo —Ese fue el primer murmullo de muchos. 

El susurro de la visita de Azur se corrió como el agua en medio de una tormenta, y pronto la histeria inundó todo el merado. Despavoridos, así corrían tratando de alejarse del mal que se acercaba a ellos. 

Azar se sentía cada vez peor, culpable por su existencia; lo que menos quería con su salida era aterrorizar a las personas, quiso encontrar la causa al problema, pero terminó creando uno mayor. 

—No nos mate, por favor —Una mujer se tiró al suelo luego de pronunciar aquellas palabras. 

—¿Qué?, no —Azar intentó acercarse para hacerla levantar; sin embargo, apenas la rozó con su mano, la piel de la mujer se quemó. 

—¡No!, no quiero morir quemada —gritaba la señora. 

—¡No la mate! —coreaban las demás personas en un ataque de valentía. 

—No, yo no haría eso —repetía Azar una y otra vez sin ser escuchado. 

Se alejó como pudo de la multitud que se formó para socorrer a la mujer. En medio de empujones, jalones y golpes, el dios logró regresar a su morada. Subió hasta lo más alto de su torre y se derrumbó en su cama una vez ingresó a sus aposentos. 

«¿Que estaba mal con él?», se preguntaba. Él no había querido quemar a aquella mujer, era la primera vez que sus poderes se manifestaban sin intención y no lograba comprender que estaba mal con él. 

¿Sería verdad lo que decía los rumores?, ¿él era malvado?

 



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En el texto hay: fantasia, elementos naturales, dioses persas

Editado: 09.05.2024

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