Narrador omnisciente
La alegría de Azar no era algo que se pudiera esconder, se siente regocijado por la pronta llegada de sus hermanos a su morada.
Había limpiado como nunca antes dejando el lugar reluciente, había arreglado las mejores habitaciones y sacado sus más delicados edredones, quería que se sintieran cómodos y bien recibidos y, por tal motivo, pasó días completando aquellas tareas.
El tan anhelado día había llegado, esa mañana se levantó demasiado inquieto como para permanecer en cama más tiempo del usual, verificó que todo estuviera en orden y luego de estar seguro, bajó hasta la cocina para preparar el desayuno para él y sus invitados.
Aperitivos de todos los tipos fueron dispuestos en la poco usada mesa del comedor; eso sí, se aseguró de poner el único mantel elegante que poseía. Se alejó unos pasos y quedó contento de su preparación.
—Espero que les guste —habló en voz baja en la soledad de la estancia.
Tomo un baño rápido, se vistió con sus habituales prendas negras y bajó de nuevo al comedor a esperar a sus hermanos.
Y esperó, esperó y esperó hasta que la hora del almuerzo llegó y nadie apareció. La preocupación invadió a Azar.
¿Acaso algo malo les había pasado?
Se levantó no siendo capaz de aguardar más tiempo, agarró su capa, bastón y salió en busca de ellos. Olvidándose del reciente incidente, anduvo por las calles de Enog hasta llegar a la frontera noroeste, donde un viejo conocido sería capaz de proveerle información.
—Buen día, dios Azar —saludó con respeto el anciano.
—Buen día, amable hombre —No recordaba su nombre—. ¿Ha sabido algo de mis hermanos? —formuló.
—Sus hermanos entraron a Enog hace unas horas, dios. —respondió.
—¿Está seguro? —Azar estaba confundido porque ellos no se habían presentado.
—Muy seguro.
—De acuerdo, gracias.
Azar marchó de regreso al centro del pueblo, si sus hermanos ya habían llegado, ¿por qué no fueron en su búsqueda? De repente escuchó una algarabía en el centro de la plaza, por lo que se acercó con el objetivo de averiguar lo que pasaba y para su sorpresa, se encontró con quienes menos esperaban.
Sus hermanos se encontraban en el centro de esta, a cada paso que daba la voz de su hermana se aclaraba hasta que alcanzó a escuchar que ella pronunció:
—Él es falso, su creación es falsa. Solo nació para hacer daño, para arrasar con lo bueno del mundo —exclamó Bahar—. Solamente deben mirar cómo su don daña mis bosques, aquellos que les dan alimentos a ustedes, amables hombres y mujeres.
»Observen al culpable de su dolor —De repente, señaló a Azar.
El aludido fue atacado por la multitud que lo rodeaba, animados por los otros dioses, empezaron a tirarles piedras, alimentos y demás objetos que encontraban cerca de ellos. A pesar de que trató de defenderse, la furia que sentían hacia él fue mucho más fuerte.
«¿Por qué estaban empeñados en hacerle eso?», se cuestionaba mientras corría tratando de alejarse de ellos.
Estaban tan encolerizados que no le dejaban ir; en medio de la desesperación, un grito desde lo más profundo de su ser salió.
—¡Déjenme ir! —vociferó.
Una ola expansiva salió de él, causando así que los individuos más cercanos cayeran al suelo. Amedrentado por tal manifestación de su poder, finalmente huyó de regreso a su morada. Su refugio.
—¿Por qué?, ¿por qué? —Se preguntaba una y otra vez mientras golpeaba y tiraba todo lo que había a su alrededor.
Era tanta su desesperación que una locura cometió; sin que si padre lo invocara, decidió ir hasta su templo, donde lo encontró mirando todo como solía hacerlo.
—Padre, por favor —Rogó de rodillas ante el dios Ahura—. No lo soporto más, no quiero el don, no quiero hacerle daño a los demás —pidió en medio de su sufrimiento.
Ahura esperaba más entereza por parte de su hijo, pero nada podía hacer en contra de tus deseos.
—¿Estás seguro de lo que me pides, Azar? Perderías todo —Le explicó lo que implicaría cumplir con su petición.
—Lo estoy, padre. Renuncio a todo.
Esas palabras bastaron para que Ahura hiciera lo que su hijo quería, con el dolor en el alma, le quitó aquellos dones que fueron creados solo para él. Ahora Azar era un ser común y corriente.
Mientras tanto, en Enog, los tres dioses celebraban su victoria. Por fin habían roto a su hermano, quebrantando su espíritu.
—La primera parte del plan está hecha —declaró Firuzeh—. Ahora, sin él en nuestro camino, podremos continuar.
—Por un mundo sin estas especies inferiores —brindó Barahn.
—Por un mundo sin inmundos —secundaron las demás.
Sin aquel fuego sanador, los seres sin dones estarían extintos para siempre. A causa del veneno que poco a poco los dioses del agua, tierra y hielo esparcieron, uno elaborado para actuar lento, pero sin falla alguna.