Azar: El Inicio de Todo

Capítulo IV: Todo está Perdido

Narrador omnisciente 

Enfermos, así estaban los habitantes de Voulesh, cada subreino se encontraba sumergido en una bruma de oscuridad con un desagradable olor a pestilencia. Los humanos estaban casi que muriendo en vida.

Empezaba a salirles ampollas que pronto se llenaban con pus; posteriormente, la piel de esa herida se caía y de esa manera avanzaba hasta que el tejido quedaba expuesto. El dolor era tan intenso, tan agonizante que la mayoría falleció incluso antes de perder la piel por completo. 

Era simplemente escalofriante ver los cadáveres que se acumulaban cada vez más en el cementerio del pueblo, nadie se atrevía a darles una digna sepultura. Tampoco era como que hubiera tiempo o personal dispuesto a encargarse de esa labor. 

Desde que una pequeña protuberancia te salía, estabas condenado a la muerte. Todos fueron empeorando, menos una persona. Una que había sido tocada y purificada por aquel ex dios. 

Pero el pueblo no era el único que estaba sumido en la negrura, Azar se encontraba de la misma manera. El dolor en él era más físico que mental. Se sentía vacío, le faltaba algo y él más que nadie sabía lo que su cuerpo extrañaba. 

Es como si de repente hubiera perdido calor, similar a estar en un lugar helado. Eso era lo que experimentaba, llevaba días en ese estado. Ignorando por completo todo lo que pasaba a su alrededor; sus enemigos ganaban y él no estaba enterado de nada. 

Los villanos de este cuento se alejaron de todos siendo incapaces de soportar el efluvio de los cuerpos, para ellos solo era cuestión de tiempo antes de que todos perecieran. ¿La siguiente parte del plan?, repoblar con seres superiores a los humanos, unos que fueran un poco más… perfectos. 

—Haré hombres grandes y fuertes —comentó Firuzeh con picardía. 

—Piensa en algo mejor, hermana —agregó Barahn con su familiar amargura. 

—¿Cómo en qué? —quiso saber la diosa del agua. 

—Imagina súbditos leales, que puedas mandarles a matar y no te cuestionen nunca. Seguidores fieles y ciegos —casi suspiró en medio de su ensoñación—. Esa sería el paraíso, hermana. 

Firuzeh lo imaginó también y le gustó el modo de elucubrar de su hermano. Era brillante. 

Bahar estaba algo alejada de ellos, meditando en sus propias cosas. Se cuestionaba si estaba bien lo que había hecho; después de todo, aquellos seres no tenían la culpa de ser tan imperfectos. Eso recaía en su padre y aunque no se arrepentía de nada, no le satisfacía el sufrimiento ajeno como a sus hermanos. 

—Parece que disfrutan de sus fechorías, hijos míos —La voz del dios Ahura los puso en guardia. 

Él no bajaba a Voulesh en su forma corpórea, ¡nunca! Todos estaban acojonados por su impresionante presencia. 

—¿Lo han disfrutado? —cuestionó—. No los escucho hablar —espeto cuando sus hijos permanecieron en silencio. 

»¡¿Lo han disfrutado?! —gritó esta vez. 

Parece que no son tan valientes a tu su padre, dado que agacharon su cabeza y no emitieron una sola palabra. Las cosas eran diferentes con él, temían de lo que su creador era capaz de hacer. 

—No puedes interferir, padre. Va en contra las reglas —Fue Bahar la que se atrevió a decir. 

—Tienes razón, hija mía —Se acercó hasta ella y tocó su mejilla—. No puedo hacer nada más que ver a mis creaciones morir, no puedo hacer nada porque mis propias reglas me lo prohíben y ustedes se aprovecharon de eso —Recorrió con su mirada a sus propios hijos. 

Decepcionado del rumbo que habían tomado. 

—¿Duele, hija mía? —cuestionó pasando la mano por la mejilla de Bahar. 

La diosa dejó salir un grito de dolor, no tuvo ni siquiera oportunidad de aguantar el repentino daño que su padre le había causado. 

—Basta, padre. No aguanto más —rogó sin vergüenza a verse débil ante sus hermanos. 

—Esto es solo una mínima parte del dolor que tú y tus hermanos han causado. Eso que sentiste es lo que ellos están sintiendo, lo que yo mismo estoy sintiendo. —Una lágrima descendió por su mejilla. 

En agonía, así se encontraba el rey de los dioses por sentir, de primera mano, el dolor que los humanos padecían antes de morir. El sufrimiento venía en oleadas y ni siquiera él que era el ser más fuerte era capaz de desconectarse por completo de sus creaciones. No importara cuan duro lo intentara. 

—Ya no hay vuelta atrás, padre. Él ya no tiene sus dones para salvarlos. —Firuzeh acudió al lado de su hermana para ayudarle—. Y nadie más que él mismo puede pedirlos de regreso. 

»Tampoco es como que me importe si ellos viven o mueren —manifestó con indiferencia. 

—Debería importarte, hija. Sin ellos, tus preciadas aguas se irán por completo —Aquella era su fuente de poder. 

—¿Qué? —No puedo evitar preguntar. 

—¿Creíste que los crearía a ustedes sin ninguna debilidad? —Camino alrededor de ellos, aquel acto lo distraía del martirio—. Si ellos se extinguen, ustedes lo harán con ellos. —confesó. 

Anonadados, los tres hermanos se miraron entre ellos sin poder creerse lo que su padre les había dicho. ¿Cómo pudieron ser tan ingenuos?, Ahura lo sabía todo, él era el todo



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En el texto hay: fantasia, elementos naturales, dioses persas

Editado: 09.05.2024

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