Narrador omnisciente
Enog era el epicentro de la plaga que se extendió por Voulesh, por esa misma razón, todo era mucho más intenso: las muertes, el hedor, y el dolor. A los dioses se les había pasado la mano, y las calles vacías de ese lugar eran la prueba de ello.
¿Cuánta maldad debía haber en un corazón para causar todo esto?, demasiado. Se requería a un ser sin sentimientos; en este caso, tenemos tres de ellos.
Mismos que se encaminaban a la guarida de su hermano con un solo objetivo. Salvar su pellejo y esperar a recuperar un poco de aquellas riquezas, y poder, que una vez tuvieron. Su padre no mentía, en sus cuerpos empezaban a sentir como poco a poco la fuerza se iba acabando.
Después de todo, los humanos no eran tan inservibles como creían.
—¿Lo echamos a la suerte? —inquirió Firuzeh tratando de aligerar el ambiente.
—No seas infantil, entraremos los tres —habló Barahn rodando los ojos.
—No me mandas, pero está bien —Quiso aclarar.
Bahar estuvo en silencio todo el viaje, su cuerpo aún se estremecía a causa del toque de su padre; si bien es cierto había dicho que no se arrepentía, ciertamente las cosas son diferentes ahora.
«Desearía no haberlo hecho» se recriminó a sí misma.
Finalmente, llegaron a aquel castillo de apariencia tenebrosa. Un exterior oscuro que escondía al que era el más bondadoso de los dioses. Uno que estaba consumido en su propio calvario luego de haber perdido una esa parte única en él. Como si lo hubieran mutilado.
No había comido nada en días, y sin haber tomado un baño, su cuerpo desprendía casi que el mismo olor nauseabundo de los cadáveres.
—Es asqueroso —Se quejó Barahn.
Sus hermanas no se atrevieron a decir nada; Bahar estaba ensimismada, Firuzeh por primera vez, experimentó algo de pena. Era simplemente… tétrico.
—¿Azar? —llamó Bahar decidida a salir de esto de una vez por todas.
No obtuvo respuesta alguna, se acercó mucho más hasta pudo ver el rostro de su hermano cuya mirada estaba perdida. Incluso parecía sin vida.
—¿Azar? —voceó de nuevo—. Padre requiere tu presencia —Decidió jugar con esa carta.
Silencio, ni siquiera un parpadeo.
Los otros dos dioses se acercaron para echar un mejor vistazo, movieron sus manos frente a los ojos del hombre recostado en la cama y nada pasó.
—Él está vivo, pero al mismo tiempo no —Fue la inteligente deducción de Barahn.
El inescrutable estado de su hermano era similar a estar en estado de catatonia, sabían que ese padecimiento en los humanos era intratable, pero esperaban que en su hermano fuera diferente.
—¿Qué hacemos? —preguntó Firuzeh.
—Tengo una idea —Propuso Bahar—. Debemos conectarnos con él y obligarlo a despertar. Vamos, el tiempo apremia —Los apuró al verlos con reticencia.
Se agarraron de las manos entre todos, Bahar siendo la que más conexión tenía con la tierra, inició un cántico que los introdujo a la mente de su hermano menor.
—¡Aaaaaaah! —El chillido ensordecedor fue lo primero que escucharon.
¿Lo siguiente?, una niebla espesa que les impedía ver sus propias manos. Gritos y más gritos, venían de todas las direcciones y eso solo implicaba una cosa. Estaban dentro de la mente de su hermano menor y solo había una cosa.
Desolación.
Aunque ellos no quisieran, lágrimas corrieron por sus mejillas al compartir lo que su hermano sentía. Estaba devastado, incompleto. Escenas pasaron con rapidez, cada una de ellas relaciona con un momento de sufrimiento para Azar.
¿Los culpables?, ellos mismos. Ellos eran los monstruos dentro de la mente de su hermano, la peor pesadilla. Lograron avanzar, a pesar de que los sentimientos eran demasiado intensos, caminaron hasta que vieron en un rincón a una versión pequeña de Azar.
—Azar —convocó Barahn—. Hermano —Ante esa última expresión se viró.
—No me lastimes, no me hagas daño, por favor —rogó.
—No te lastimaría —Su voz trastabillo un poco.
—Pero si ya lo hiciste, tú lo hiciste muchas veces —respondió—. Y tú, y tú —señaló a sus otras hermanas—. Escuché cuando esto se rompió, traté y traté de agradarles, de que me amaran, pero fueron malos una y otra vez —Se tocaba el pecho mientras hablaba.
Su corazón fue lo que se rompió.
Los culpables se quedaron callados, anonadados por la lección que él les estaba dando. Estuvieron muy centrados en su propio beneficio que no le dieron importancia a las malas acciones que tuvieron con Azar.
—Hermano, perdónanos y ven con nosotros —imploró Bahar.
—No, no y no —Sacudió la cabeza a modo de negación—. Quiero quedarme aquí donde nadie pueda lastimarme nunca más.
—Los humanos te necesitan, Azar. Ellos están perdidos sin ti. —vociferó Firuzeh.
—¡Mientes! —Se desesperó—. Yo solo lastimo, esa mujer que quemé, aquellos que empujé. Soy una aberración, ustedes tenían razón. Solo soy maldad.