Azares del Destino

Capítulo 5

Las semanas y los meses comenzaron a pasar rápidamente, me encantaría decir que mi relación con el doctor Arismendi cambió, pero sería una gran mentira, su trato seguía siendo el mismo con todos, frío y distante, refiriéndose a nosotros por el apellido. Según él, aún no nos ganábamos el derecho de ser llamados doctores. A mí, aunque no me trataba mal, me evitaba, solo me dirigía la palabra para indicarme algo, corregirme algo, o elogiarme con un: buen trabajo, bien hecho y en algunos casos, un asentimiento de cabeza; de resto yo no existía.

Una de mis compañeras dimitió, renunció a la carrera, ver sangre y estar unos días en trauma viendo morir a algún paciente fue demasiado para ella, no la juzgamos o por lo menos yo no lo hice, no tenía derecho a criticar su decisión. A veces, necesitamos vivir la experiencia para poder asegurarnos de que tomamos la decisión correcta.

Los exámenes finales están a la vuelta de la esquina, serán evaluados nuestro rendimiento en prácticas, junto con los exámenes que presentamos en el transcurso de estas, pero la prueba final es la que tendrá mayor peso en la nota. Después de eso tendremos mes y medio de descanso para comenzar los meses de pasantía final en la especialización que elijamos.

Salía del cubículo de un paciente al cual le habíamos puesto un yeso asistiendo al traumatólogo, bajo la vigilancia de Arismendi, cuando escuché un taconeo y sentí un fuerte perfume que inundaba la estancia, era realmente empalagoso, como coco con cítrico y miles de kilos de azúcar.

A mi lado pude ver como el doctor Arismendi se tensaba completamente, su mirada era hielo, ni cuando lo bañé en meses pasados con mis bebidas lo vi así.

—Sebastián. —dijo la mujer frente a mí.

Su sola presencia me causaba escalofríos, era muy bella; flaca como una muñeca de cabello negro, pero su aura era oscura y su energía se sentía pesada, ¡Dios mío!, me asusté, ¡ya hablaba como Celina!

—Brigitt, ¿qué haces aquí? —podría jurar que la sonrisa de esa mujer era totalmente cínica.

—¿Tan rápido te olvidaste de la fecha de hoy y de su significado?, vengo a buscarte para ir juntos como corresponde. —la mano de Sebastián se hizo puño, pero asintió en su dirección.

—Bien, no discutiremos eso aquí, espérame arriba en mi oficina, subo en un momento. —la mujer sonrió en su dirección, sintiéndose ganadora, y nos vio a mi compañero y a mí de manera despectiva para seguir su camino hacia los ascensores.

A medida que caminaba yo solo podía preguntarme, ¿quién era esa mujer?, o ¿qué era de él?, y lo más importante, ¿cuál era su oficina de arriba?, hasta donde sabía el doctor tenía nada más un consultorio en el piso seis. Había demasiadas cosas de este hombre que no conocía y odiaba sentir la necesidad de conocerlas todas.

—Hey, Isa, te estoy hablando, te quedaste muda. —salí de mis cavilaciones y lo miré.

—Lo siento, Arturo, creo que me quedé sin cerebro aguantando la respiración por ese perfume. —se rió fuerte y varios nos voltearon a ver.

—Estás loca, Isabella. Seguro es una de las amigas  —hizo comillas con sus dedos—. Del doctor, Arismendi. —lo miré sorprendida.

—¿Y cómo sabes tú eso?

—Todo el hospital sabe de las múltiples conquistas del doctor, digamos que conoce bien a sus colegas doctoras y enfermeras. —movió sus cejas de manera sugestiva y suspiré decepcionada, jamás se fijaría en mí teniendo una mujer así.

—Sigamos con nuestra ronda, doctor Castro. —dije no queriendo hablar más sobre Sebastián y sus conquistas.

*

*

Iba en dirección a los lockers, después de ayudar a uno de los Otorrinos en urgencias, con un niño que tenía atorada una ficha de algún juego de mesa en su oído, cuando vi a Sebastián en compañía de la mujer misteriosa. Ella iba pegada a él como una garrapata mirando a todos con altivez, no sé por qué me sentí tan mal en ese momento. Sabía que era absurdo, ese hombre jamás me había mirado, pero yo solo deseaba que lo hiciera y ser yo la que estuviera colgada de su brazo.

Mi turno terminó y regresé a casa, mañana era viernes y no tendría que ir al hospital, ni tampoco a la universidad, ya solo iría para presentar el examen final de este semestre.

Desperté temprano, cosa nada habitual en mí, me bañé, desayuné y decidí ir al cementerio a visitar a papá, había estado tan ocupada estos últimos meses que lo tenía algo abandonado y necesitaba estar con él para hablar. Casi cuarenta minutos después, llegué al lugar, le compré flores, caminé hacia su tumba, me senté frente a su lápida, comencé a contarle mis cosas y también comencé a llorar; me permitía ser vulnerable en momentos así, lo extrañaba demasiado.

Las horas pasaron, la brisa estaba fría y el cielo se comenzó a poner gris, anunciando que llovería. Me puse de pie y comencé a despedirme de papá cuando una figura algo alejada de donde yo estaba llamó mi atención. Esa altura, ese porte, esa barba… tenía que ser él, se parecía demasiado para ser otra persona. No pensé, no me pregunté si era correcto o no, solo caminé hasta acercarme.

Al estar cerca comprobé que sí era la persona que pensaba. Estaba en completo silencio a los pies de una tumba, con sus manos en los bolsillos, cuando de repente sacó una de ellas y limpió su cara, estaba llorando, haciéndome sentir como una intrusa. Di un paso hacia atrás dispuesta a irme, pero como siempre el destino me impedía hacer lo que yo deseara, y él volteó.




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