Tres semanas han pasado desde que aprobé el examen final, el semestre oficialmente había terminado, mi esfuerzo había valido la pena, ya que pasé con excelentes notas y como Karla lo prometió, nos fuimos a celebrar a lo grande el haberlo logrado, pero luego de eso, todo terminó siendo normal y monótono en mi vida, tanto así que tenía contado los veintiún días que no lo veía, que no sabía nada de él, y era difícil, extrañaba encontrarlo en un pasillo y saber que, aunque imposible y lejano, él estaba ahí, cerquita de mí.
Sí, lo sé, era una masoquista sin remedio.
Su chaqueta seguía conmigo y, aunque casi no tenía su olor, no la quitaba de mi cama, debía olvidarme de él, pero simplemente no podía. Para relajarme y despejarme, estuve una semana en la playa con Beca; sin embargo, tuvimos que regresarnos porque ella tenía clases y debía volver.
Mi mamá, como siempre, vivía entre el trabajo y la casa, así que a veces iba donde Celina o me quedaba con algún compañero de clases para ir al cine, necesitando hacer algo que no me desgastara tanto, pero que me distrajera o enloquecería.
Estaba metida en mis profundos pensamientos cuando el timbre sonó, y con una infinita pesadez, fui a abrir.
—Llegó la alegría de tu vida y traje hamburguesa, ñomi, ñomi. —sonreí, era cierto, ¿qué sería de mi vida sin Beca?
—¡Gracias, qué delicia! Ven, vamos a la cocina, tengo refresco de uva en la nevera. —sabía que saber eso la haría feliz, ambas matábamos por esa gaseosa.
—Adivina por qué estoy aquí. —me miró con la sonrisa del gato malvado y temí, con ella todo era posible.
—Mmm, no sé, tantas cosas, un admirador nuevo tal vez.
Esperaba que fuese cualquier cosa menos algo que tuviera ver conmigo y el alcohol, no quería planes locos por ahora.
—¡Me ofendes!, ¿qué clase de amiga crees que soy? Vine porque te conseguí qué hacer para que no estés aburrida en esta triste vida de comer, dormir y ver televisión, mientras tu mejor amiga, o sea yo, tiene que madrugar para estudiar. —tapé mi boca sin poder creerlo.
—¿¡En serio!?, ¿de qué?, ¿cuándo?, ¿con quién?, ¿dónde? —dije, obviando su ironía.
—Shhh, relájate, es para una amiga de mi mamá. Tiene un nieto de cuatro años, necesita de alguien que la ayude a cuidarlo por una semana, parece que todo se le complicó a la señora, el papá de la criatura no está y la nana que lo cuida se enfermó, ¿qué dices?
Esto lo cambiaba todo, mi emoción inicial comenzaba a esfumarse.
—¿Un pequeño? Yo no tengo trato con ninguno, no sabría qué hacer, creo que lo mejor será que te diga que no.
—Ay, Isa, no seas boba, tiene cuatro años. No tienes que darle biberón o cambiarle los pañales —puso los ojos en blanco, al hablarme con tono de obviedad—. Solo debes jugar con él y estar pendiente de que no se rompa un diente, su familia es de dinero, te pagarán muy bien por esa semana. —lo pensé mejor por un momento, analizando los pro y los contra.
No debía ser tan difícil, mi misión era distraerlo y mantenerlo vivo, ¿qué podría pasar?
—Vale, iré.
Y aquí estaba yo, en el gran salón de una lujosa casa, esperando por la abuela del pequeño. No entendía para qué querían a alguien que lo cuidara si había visto como tres muchachas de servicio desde que entré.
—Hola —dijo una vocecita de lo más dulce, detrás de mí.
Al girarme me encontré con un enanito precioso, un pequeño de ojos miel y cabello castaño, era hermoso. Al instante le sonreí, el niño despertó en mí, una ternura inmediata.
—¡Hola!, mira qué hombrecito más guapo tengo delante de mí, ¿cómo estás?, ¿cómo te llamas?
—Me llamo, Alessandro y tú.
—Mucho gusto, Alessandro, yo soy Isabella, pero puedes decirme Isa. —tendió su manito hacia mí, presentándose formalmente.
—Eres muy linda. —me sonrojé.
—Veo que ya se conocieron —dijo una señora muy elegante al ingresar al salón, tendría quizás sesenta años, más o menos, pero se conserva muy bien—. Mucho gusto Isabella, soy Pierina. —tendió su mano, la cual estreché.
—El gusto es mío, señora. —saludé, apenada.
—Tatiana, la madre de Rebeca, me habló muy bien de ti. Quiero que no te sientas incómoda, sé que es la primera vez que haces esto de trabajar en una casa, pero no tengas vergüenza, aquí solo estaremos nosotros tres y los empleados de servicio, mi esposo salió de viaje junto a mi hijo, el padre de Ale.
Estuvimos conversando largo rato la señora y yo, y quedamos en que cuidaría de Alessandro por una semana hasta que regresara su nana. Me quedaría interna en su casa para estar pendiente exclusivamente del pequeño, compartiríamos habitación porque esta no era su casa, sino la de sus abuelos. Cuando llegara su papá, él volvería a la suya. Menos mal que él llegaba después que la señora que lo cuidaba, me sentiría incómoda durmiendo en casa de un matrimonio desconocido para mí.
No tuve problemas con quedarme y me mudé a esta increíble mansión, bueno quizás exageraba un poco, pero es que era realmente enorme. Ya llevaba cuatro días como niñera y debía confesar que me encantaba lo que hacía. Ale era un pequeño increíble, superdulce, educado, que amaba nadar y jugar juegos de mesa, aunque también amaba el fútbol, pero entendió que eso no era lo mío, como había explicado antes, odiaba sudar.
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Editado: 30.03.2024