Azrael

Capítulo 3: La presentación.

Las ansias me estaban consumiendo, odiaba la impuntualidad y ese hombre no llegaba. 

No sabía nada de él. Lo único es que viajaba mucho por todo el mundo. Su madre había muerto joven y le había dejado una considerable cantidad de dinero en cuentas extranjeras, por tanto, él decidió que no viviría en mi país. 

No me dejaba de repetir a mí misma que aún me podía arrepentir, no me dejaba de decir que aun podía llamar a mi tío Eduardo y decirle que me había acobardado, podía decirle que quería huir como había decidido hacer Anette.

Resoplé mientras caminaba en círculos con las manos en mi cintura.

Ya había tomado la decisión, no estaba en posición de dar marcha atrás. Mi madre había sido muy firme en decir que no iba a dejar que me mataran en la guerra, no dejándome más opción que irme a las 4 de la madrugada de mi casa pidiéndole a Dios que mi tío Eduardo lograra contener su furia y ponerla en un lugar seguro. 

Mi tío Eduardo me había dicho que habían secuestrado a mi prima Emilia y la habían tomado justo antes de que tomara un avión a Berlín. Mi tío me había asegurado que no la matarían, solo la mantendrían de rehén y la criarían como uno de ellos. Era lo que en la guerra se llamaba demostración de poder.

Eso me había dado el empujón que necesitaba para decidir irme y ahora esperar al hombre que me ayudaría terminar mi entrenamiento, Christopher Thrasia.

Los tiempos habían cambiado, ya las mujeres éramos capaces de defendernos y coincidía con mi tío en que tenía que aprender y completar mi entrenamiento antes de involucrarme más, pero una cosa era decirlo y otra lograrlo. Tratar, vivir y hacer lo que Christopher dijera por 4 meses en un lugar aislado, con él, una persona que en realidad no conocía, que ni siquiera lo consideraba parte de mi familia, me parecía una solución extraña, desacertada y exagerada.

Pero tío Alberto tenía razón, él era nuestro líder en esa guerra y si quería involucrarme tenía que hacerlo en serio.

Estaba en una cabaña en La Azulita, un lugar muy frío, estaba en la montaña. Olía muy diferente a otras partes de Venezuela, ahí olía a paz y a felicidad, olía a pan recién horneado y a personas trabajadoras. Sentía el aletear de los pájaros en mis oídos y como la niebla abrigaba mis mejillas, era la sensación más increíble que había sentido en las últimas 48 horas.

La cabaña tenía dos pisos, era de madera y hogareña. En cada piso había una cama. Yo me encontraba en el piso de abajo, en un pequeño mueble de lo que sería la estancia, mirando por la única ventana hacia el estacionamiento, intentaba ver en realidad la montaña pero no podía.    

Pensé en que esa era la oportunidad de volver a formar un vínculo con mi familia. Era difícil que los únicos miembros que me hablaran fuesen mis primos, más difícil aun, pasar las navidades y días festivos sola. Al menos, esperaba que eso cambiara.

Volví a ver hacia el estacionamiento.

Nada.

 Quería ver más que el paisaje, quería observar el preciso momento en el que mi compañero llegara. A mi lado estaba una pequeña estufa y una nevera. Sabía que afuera se encontraba el único baño de la cabaña. Era muy pequeña en realidad, pero era el lugar donde el tío Eduardo me había dicho que me tenía que encontrar con  Chris. 

Sentí un Jeep estacionarse al lado del carro que mi tío Eduardo me había prestado. Por alguna razón me puse nerviosa, conocía su aspecto, había visto fotos en el Facebook de mi tía pero jamás lo había visto en persona. La última foto que vi me hablaba de un tipo duro, algo solitario y cuando Christopher Thrasia se bajó de su camión entendí que la foto no le hacía justicia.

Debía medir al menos 1.85, su cabello era color rubio, unos pocos rizos le llegaban a la nuca. Vestía unos vaqueros rotos acompañados de un muy lindo suéter con la palabra MINE escrita, botas estilo militar y nada más. Me imaginé lo estúpida que me debía ver yo con un mono negro y un suéter gigante de hello Kitty acompañado de unas botas color blanco. Se me veía lindo en realidad, pero a comparación con él, me veía ridícula.

Vi que se dirigía a buscar algo detrás en la maleta, caminaba con paso seguro pero elegante, no como esos hombres que se creen dueños del mundo, era simplemente alguien que caminaba decidido, como si cada paso que diera ya lo hubiese estudiado de forma meticulosa. Decidí salir a saludar. 




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