Azrael: Redención Eterna (bilogía Arcángel - Libro ll)

Capítulo 1: El Silencio de los Cielos

Habían pasado semanas desde la última batalla. El día en que el cielo se oscureció a pesar del sol y el viento trajo consigo un murmullo de plegarias inconclusas. Desde aquel momento, el mundo ya no era el mismo. El equilibrio entre la luz y la oscuridad pendía de un hilo invisible, y el Arcángel que una vez sostuvo la esperanza de la humanidad… había desaparecido.

Isabella despertaba cada día con la esperanza de encontrar a Azrael junto a ella. Pero la cama seguía vacía, y el silencio era más profundo que nunca. Nadie sabía con certeza qué había sucedido después del enfrentamiento con Sariel. Solo quedó una ráfaga de luz, un temblor en el aire y el eco de un grito apagado. Azrael no estaba muerto, pero tampoco entre ellos. Era como si su esencia estuviera suspendida entre dimensiones, lejos del alcance de los humanos y de los cielos.

—Te siento… —murmuró Isabella mientras tocaba el colgante de plata que Azrael le había dejado. Era lo único que no se había desvanecido con él.

En el pueblo, las señales se multiplicaban. El agua del río se tornaba opaca a ratos, y las flores blancas del jardín donde Azrael solía sentarse habían comenzado a marchitarse. Algunos aldeanos aseguraban haber visto sombras moverse en los límites del bosque, mientras otros decían escuchar voces en lenguas antiguas al anochecer. El mundo estaba a punto de quebrarse, y los cielos parecían haber sellado sus puertas.

Pero no todo estaba perdido.

Lejos de la vista de los hombres, en una dimensión suspendida entre el juicio y la redención, Azrael abría los ojos.

El lugar donde se encontraba no tenía forma concreta. Era como flotar en una corriente de luz y sombra, donde los pensamientos tomaban forma, y los recuerdos dolían más que las heridas físicas. Su cuerpo, si es que aún podía llamarlo así, se sentía pesado. Sus alas estaban desgarradas, la energía celestial que lo rodeaba debilitada… pero su corazón — aquel que comenzó a latir cuando conoció a Isabella— aún ardía con fuerza.

—¿Dónde estoy…? —susurró, y su voz resonó en la nada.

Una figura se materializó frente a él. No era Sariel. Era otra presencia, más antigua, más sabia.

—Tu tiempo no ha terminado, Azrael. Pero tus decisiones marcarán el destino de todo lo creado —dijo la figura, cuyos ojos brillaban con galaxias enteras en su interior.

—¿Y si fallo…? —preguntó el ángel, con una duda que nunca antes había pronunciado.

—Entonces no solo perderás a ella. Perderemos todo.

Las palabras calaron hondo. Isabella. El mundo. Su misión. Todo estaba entrelazado. El silencio de los cielos era solo el preludio de algo más grande. Una guerra no solo entre ángeles y demonios… sino dentro de él mismo.

Y mientras el alma de Azrael buscaba la fuerza para regresar, en la Tierra, Isabella se preparaba para hacer lo impensable: cruzar el umbral entre los mundos para traerlo de vuelta.

Porque incluso cuando los cielos callan… el amor verdadero grita.




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