Azrael: Redención Eterna (bilogía Arcángel - Libro ll)

Capítulo 3: Ecos del Juicio

El silencio se había convertido en un huésped permanente en Eldur. Aunque los días seguían su curso, había una pausa en el aire, una espera invisible que mantenía a todos con el alma contenida. Los habitantes intentaban reanudar sus vidas, pero el vacío que había dejado la desaparición de Azrael se expandía como una sombra, robándoles la paz, devorando la esperanza poco a poco.

Isabella recorría los caminos del pueblo con una determinación que contrastaba con su expresión sombría. Su corazón seguía roto, pero se negaba a permitir que la oscuridad lo reclamara por completo. Sabía, en lo más profundo, que Azrael no estaba muerto. Su alma lo sentía con una claridad imposible de explicar. Y eso bastaba para mantenerse en pie.

—El pueblo necesita algo más que fe, Isabella —dijo Elías una tarde mientras observaban desde la colina los movimientos de un grupo que se reunía cada noche en secreto—. Están buscando respuestas… y algunos están dispuestos a escuchar a quien se las dé, aunque venga con lengua de serpiente.

—¿Te refieres a los seguidores de Sariel?

—No se hacen llamar así, pero es lo que son. Dicen que Azrael fue un castigo, que su desaparición fue una advertencia divina y que ha llegado el momento de un nuevo orden celestial. Uno donde los humanos ya no tengan que depender de ángeles para decidir su destino.

Isabella apretó los puños.

—Azrael vino a salvarnos, no a controlarnos. Ellos no entienden nada.

—Y no quieren entender —agregó Elías con un tono grave—. Están heridos, confundidos. Y Sariel lo sabe. Lo está aprovechando.

Mientras tanto, en un plano entre dimensiones, Azrael flotaba entre la niebla dorada y destellos de recuerdos. No podía moverse. No podía hablar. Pero sentía. Sentía el eco de Isabella, su fuerza llamándolo en la distancia, y sentía también la guerra que se tejía en su nombre.

Las voces del Cielo aún no lo habían abandonado.

—Estás aprendiendo lo que nunca comprendiste desde arriba —susurró una voz femenina, clara como la luz del alba—. La humanidad no se entiende con juicio… sino con compasión. Con dolor. Con amor.

Azrael no sabía si esa voz era divina o una creación de su mente, pero cada palabra parecía despertar fibras dormidas de su ser. Su corazón, antes tan rígido bajo las reglas celestiales, comenzaba a latir con fuerza humana.

De regreso en Eldur, Isabella recibió una visita inesperada. Una anciana cubierta por un manto blanco apareció en la puerta de su cabaña justo cuando el sol se ocultaba. Sus ojos eran claros, sabios. Le tendió una pequeña esfera brillante, casi translúcida.

—Esto me lo entregaron hace muchos años, con la advertencia de que algún día sabría a quién dárselo. Es para ti. Él... volverá a través de ella.

Isabella sintió que el aire se le escapaba. La esfera parecía latir. La tomó con manos temblorosas y, en cuanto sus dedos la envolvieron, una imagen fugaz cruzó su mente: Azrael de pie, envuelto en una luz oscura y brillante al mismo tiempo… y tras él, una puerta entreabierta.

—¿Quién eres? —preguntó Isabella, aún atónita.

Pero la anciana ya se alejaba por el sendero, como si nunca hubiese estado allí.

Los días siguientes estuvieron marcados por visiones, sueños y señales que solo Isabella comprendía. A escondidas, comenzó a reunir a aquellos que aún creían en Azrael. Ya no era solo una mujer enamorada. Era la portadora de una promesa.

Y del otro lado del velo, el cuerpo de Azrael comenzaba a cristalizarse, como si algo —o alguien— estuviera reconstruyéndolo desde el alma.

Sariel, por su parte, ya no se ocultaba en las sombras. Su influencia crecía. Su mensaje calaba entre los temerosos. Y su próxima jugada estaba en marcha.

El tablero estaba listo.

La guerra espiritual apenas comenzaba.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.