Azrael: Redención Eterna (bilogía Arcángel - Libro ll)

Capítulo 4: Voces en la Bruma

La voz del viento le hablaba. No con palabras comunes, sino con susurros antiguos que solo el alma podía comprender. Azrael flotaba en el vacío entre dimensiones, donde la luz y la sombra no eran enemigas, sino fuerzas entrelazadas. Su cuerpo estaba suspendido, sin tiempo ni espacio, pero su espíritu ardía con recuerdos, preguntas… y un nombre: Isabella.

—¿Qué soy ahora? —preguntó al vacío.

Una figura emergió entre la bruma dorada. No era Dios. No era un enemigo. Era Uriel, el arcángel de la sabiduría.

—No se trata de lo que eres, sino de lo que estás dispuesto a ser —respondió con serenidad.

Azrael apretó los puños, con el alma herida.

—Fui desterrado. Traicionado por Sariel. Pero no puedo odiarlo… aún lo comprendo.

Uriel lo miró con ojos eternos.

—Ese es tu don… y tu condena.

Uriel caminó junto a él en aquella dimensión flotante, donde las memorias eran visibles como cristales suspendidos. Algunos de esos recuerdos eran suyos, otros, de Isabella.

—Ella cree que estás muerto —dijo Uriel.

—Lo que me mantiene aquí… es ella —susurró Azrael—. Su amor… su esperanza.

Uriel asintió y alzó la mano. Una escena se proyectó: Isabella estaba de pie frente a un grupo de personas en las ruinas del pueblo. Su voz era fuerte, pero sus ojos estaban llenos de duelo. Lideraba, sí, pero su corazón lloraba en silencio.

—Los elegidos humanos ya están reaccionando —dijo Uriel—. Y algunos… no todos… sienten el llamado de la oscuridad.

Una nueva visión emergió: Sariel, de pie sobre una montaña, hablando con un grupo de humanos con ojos vacíos. Les prometía un mundo nuevo, una libertad sin moral ni castigos divinos.

—¿Qué planea? —preguntó Azrael.

—Un falso despertar. Él cree que la humanidad debe evolucionar sin interferencia celestial. Pero en su visión no hay amor… solo dominio.

Azrael sintió que sus alas ardían, aunque aún no las tenía completamente. Estaba en transición. El cielo lo había perdonado, pero aún no lo reclamaba.

—¿Y si regreso? —preguntó.

—Entonces volverás como lo que verdaderamente eres: un puente entre el cielo y la tierra.

Uriel dio un paso atrás. La bruma comenzó a desvanecerse.

—Cuando estés listo, sabrás cómo regresar —añadió—. Pero recuerda, no podrás hacerlo solo como ángel… ni solo como humano. Tendrás que ser ambos. Y eso requerirá un sacrificio final.

Azrael quiso preguntar más, pero todo se desvaneció en un torbellino de luz.

Mientras tanto, en la Tierra…

Isabella se encontraba sentada bajo el gran árbol donde lo había besado por primera vez. Su mano rozaba la corteza, y sus labios murmuraban oraciones mezcladas con llanto.

—Vuelve… —susurró—. Aunque sea en sueños… aunque solo sea por un momento.

Y entonces, una suave brisa acarició su rostro.

No era viento común. Era él.

Se abrazó a sí misma y sintió un leve calor en el pecho. En ese instante, supo que Azrael no estaba muerto.

Estaba esperando.

Desde las sombras, Sophie observaba. Nadie sabía que ella había visto a Sariel, que había oído su verdadero plan. Tenía miedo, pero también sabía que había llegado la hora de redimirse.

—No dejaré que el amor vuelva a perderse —dijo con determinación, y se perdió entre la espesura del bosque.

Porque esta vez, todos tendrían un papel en el destino del mundo.




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