La noche parecía más oscura de lo habitual, como si el cielo mismo contuviera la respiración. En el refugio, las velas titilaban con nerviosismo, lanzando sombras que se arrastraban como presagios. Isabella se mantenía en pie frente al altar improvisado, sus manos entrelazadas en oración, pero su corazón se hallaba en guerra. Había algo en el aire, algo que la empujaba a mirar al horizonte, como si su alma supiera que algo estaba por acontecer.
Sophie irrumpió en la sala con el viejo códice entre sus brazos. Su rostro, normalmente sereno, estaba bañado por una mezcla de temor y determinación.
—Isabella —susurró—. Lo encontré.
—¿Qué cosa?
—Una profecía. No está completa, pero lo suficiente para darnos una advertencia… y una esperanza.
Isabella se acercó. Las páginas del libro eran de un material que no parecía de este mundo, y las letras se movían ligeramente bajo la luz, como si estuvieran vivas.
—“Cuando el equilibrio se incline hacia el juicio, el puente sellado en la carne y el espíritu despertará. Él vendrá no como ángel, ni como hombre, sino como redención misma. Pero su regreso desatará el aliento del Abismo.” —leyó Sophie, con voz temblorosa.
Isabella sintió que el aire se volvía más denso.
—¿Qué significa?
—Significa que Azrael puede regresar. Pero que su regreso… podría traer consecuencias.
Antes de que pudieran seguir discutiendo, Elías entró corriendo. Su rostro estaba pálido, y su respiración entrecortada.
—Hay señales en el cielo. Estrellas que cambian de lugar. Columnas de humo sin fuego. Voces que murmuran en los sueños de los niños. Algo se está moviendo.
—El juicio se aproxima —murmuró Sophie.
En el plano intermedio…
Azrael cayó de rodillas. La luz lo envolvía, quemando cada parte de su esencia, pero no era dolor… era transformación.
Sentía su pasado como si lo viera desde lo alto: el primer día que descendió, su encuentro con Isabella, la batalla contra Sariel, la herida… su caída. Pero también veía el futuro, o al menos fragmentos: una niña con sus ojos, una ciudad renacida, un nuevo pacto sellado con sangre y amor.
—Ya no eres quien fuiste —dijo la voz celestial.
—¿Y quién soy ahora?
—Eres ambos. Y ninguno. Eres el elegido. No para castigar… sino para guiar.
Una nueva fuerza comenzó a recorrer su cuerpo. Sus alas, antes blancas, luego ennegrecidas por la traición, ahora brillaban con una mezcla de oro y ceniza. Su piel irradiaba poder, pero su mirada seguía siendo la de un hombre que había amado profundamente.
Entonces, una figura surgió de entre la niebla. Era Metatrón, el escriba celestial. Su rostro era sereno, pero sus ojos estaban cargados de gravedad.
—Azrael, se te ha concedido una oportunidad única. Puedes regresar. Pero al hacerlo, abrirás la última fase. La Tierra se convertirá en campo de batalla. Ángeles y sombras se manifestarán. Tú… decidirás el destino de ambos mundos.
Azrael alzó la vista.
—Lo acepto.
Metatrón extendió una pluma de luz. Al tocarla, Azrael sintió su alma descender a la Tierra.
En la Tierra…
Una ráfaga de viento barrió el refugio, apagando las velas. Todos salieron, guiados por un impulso. Isabella fue la primera en llegar al claro frente al lago.
El cielo se abrió como un velo rasgado. Una columna de luz descendió como una lanza, tocando el agua con un estruendo sordo. El silencio que siguió fue absoluto.
Entonces, del centro de la luz, una figura emergió. Lenta, majestuosa… viva.
Azrael.
Su presencia era distinta. No era el ángel que había llegado al pueblo meses atrás. No era el soldado celestial. Era algo nuevo. Algo más grande.
Isabella corrió hacia él, pero se detuvo a pocos pasos. El miedo y el asombro se entremezclaban.
—Azrael… —susurró.
Él la miró. Y por primera vez en semanas, sonrió.
—He vuelto.
El pueblo entero lo rodeó. Algunos se arrodillaron. Otros lloraron. Elías cayó de rodillas con lágrimas en los ojos. Sophie, en silencio, cerró el libro. La primera señal había sido cumplida.
Pero cuando todos comenzaron a celebrar, un cuervo negro cruzó el cielo con un grito desgarrador. Las nubes se arremolinaron. Y desde los cuatro puntos cardinales, sombras se levantaron.
La guerra había empezado.
Y en los cielos, Sariel alzó su espada oscura.
—El puente ha vuelto.
—Entonces, lo destruiremos —respondió la voz de una criatura que llevaba siglos dormida.
El juicio… apenas comenzaba.