Azrael: Redención Eterna (bilogía Arcángel - Libro ll)

Capítulo 7: Susurros entre cenizas

La noche había caído sobre el pueblo como un manto silencioso, pero no era una noche como las anteriores. El aire estaba denso, cargado de presagios, y el cielo, normalmente sereno, parecía revolverse en un caos de nubes oscuras que ocultaban las estrellas.

Isabella caminaba sola por el sendero de tierra que llevaba al corazón del bosque, guiada por la tenue luz de la luna. Desde el regreso de Azrael, algo en ella había cambiado. Su corazón latía con más fuerza, pero también con más miedo. Sabía que el tiempo se agotaba, que la calma que ahora vivían era apenas un suspiro antes de la tormenta.

Azrael, por su parte, observaba desde la distancia. Oculto entre los árboles, sus alas plegadas y su rostro marcado por la duda. El vínculo que compartía con Isabella se había vuelto más profundo, más humano… y por ello, más doloroso. No podía protegerla de todo. No esta vez.

—Ella lo siente —murmuró una voz detrás de él.

Azrael no necesitó volverse. Reconoció de inmediato a Elías, su antiguo confidente, ahora más sabio, más conectado con los hilos invisibles del destino.

—¿El desequilibrio? —preguntó Azrael, sin apartar la vista de Isabella.

—Sí. Pero también la división. Algunos humanos están despertando… y no todos seguirán la luz. Sariel no ha dejado de influir, aunque aún no se muestre abiertamente —respondió Elías con voz grave.

Azrael cerró los ojos. Sabía que el enfrentamiento final se acercaba, pero antes… antes debía tomar una decisión. Su alma estaba partida entre el deber celestial y el amor que lo sostenía en la Tierra.

De pronto, una vibración en el aire lo alertó. No era viento. Era algo más. Una presencia.

—Se están acercando —murmuró Azrael—. Las sombras.

En el pueblo, pequeños eventos comenzaron a inquietar a los habitantes. Animales desaparecían sin razón, las plantas se marchitaban de la noche a la mañana, y los niños hablaban en sueños con voces que no les pertenecían.

Carter, siempre atento, comenzó a anotar los cambios. Algo no cuadraba. Se reunió con Isabella en la antigua biblioteca.

—Hay algo más allá de lo que vemos —dijo mientras desplegaba un mapa viejo, con marcas hechas a mano—. Lugares donde la energía se condensa. Elías me enseñó a detectarlos.

—¿Crees que están abriendo portales? —preguntó Isabella, recordando los relatos de Azrael.

—No lo creo. Estoy seguro —respondió Carter—. Y si están aquí… no es solo por Azrael. Es por todos nosotros.

Esa noche, Azrael volvió a aparecer ante Isabella.

—Debemos hablar —dijo con la voz cargada de tormentas.

Ella lo miró, su mirada aún herida por los días de ausencia. Pero no lo rechazó. Sabía que el amor que los unía no se había quebrado, solo estaba cubierto de incertidumbre.

—Hay cosas que no te he contado —admitió él—. El juicio no ha terminado. Lo que Sariel busca… no es solo destruirme. Él quiere demostrar que el amor humano es una debilidad que contamina lo divino.

Isabella se acercó, colocando su mano sobre su pecho.

—Entonces debemos demostrar lo contrario.

Lejos de ellos, en un rincón olvidado del mundo, Sariel abría un nuevo portal. A su alrededor, sombras aladas se reunían, con ojos encendidos por la ira y el orgullo.

—Prepárense —ordenó el arcángel caído—. El tiempo de la redención está por terminar.

Y en ese instante, las nubes sobre el pueblo comenzaron a moverse con una velocidad antinatural. Una grieta en el cielo se formó por un breve segundo… y luego desapareció.

Azrael sintió el temblor en su pecho.

La guerra había comenzado, y esta vez… ya no era solo entre ángeles y demonios.

Era entre el cielo, la Tierra… y el amor.




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