Azrael: Redención Eterna (bilogía Arcángel - Libro ll)

Capítulo 10: El precio de recordar

La grieta en el cielo se cerró lentamente, como si hubiera cumplido su cometido al dejar aquella voz resonando en los corazones de todos los presentes. El pueblo, envuelto en un silencio reverente, contenía el aliento. Pero en el interior de Azrael, la tormenta apenas comenzaba.

La voz que había escuchado no era de Sariel.

Tampoco era de los ángeles rebeldes.

Era más antigua.

Una entidad olvidada por los escritos celestiales. Algo que habitaba más allá de los planos, donde ni la luz ni la oscuridad reinaban. Algo que Azrael había visto… en otra vida.

Esa noche, Isabella lo encontró sentado frente al altar destruido del viejo templo, las alas plegadas y los ojos vacíos de todo menos de recuerdos.

—¿Qué viste? —preguntó ella, sentándose a su lado.

Azrael giró el rostro, sin sonrisa.

—Un rostro sin nombre… pero conocido. Cuando estuve entre mundos, antes de volver a ti, crucé planos que jamás debí conocer. Allí no hay forma, ni tiempo. Y sin embargo, sentí que me observaba. No con odio… con hambre.

—¿Hambre? —repitió ella, en un susurro.

—No por carne. No por muerte. Por esencia.

Por lo que somos cuando amamos, cuando creemos. Por todo lo que representa la esperanza. Esa entidad se alimenta de la fe rota… del dolor sin consuelo. Lo supe cuando escuché su voz. Me recordó lo que quise olvidar.

Isabella tocó su mano, acariciándola con firmeza.

—Entonces es momento de recordar. Todo.

A la mañana siguiente, Azrael convocó a Elías, a los ancianos y a un grupo de seguidores que aún no habían abandonado la fe. Lo que iba a decir no era fácil… pero era necesario.

—Hay un nombre que nunca fue registrado. Un eco de la primera guerra celestial. Antes de Lucifer, antes del juicio. Algo… que se liberó cuando el equilibrio se rompió por primera vez. Un fragmento sin forma al que nosotros llamamos El Velo del Olvido.

Los rostros a su alrededor se crisparon.

—¿Eso no es una leyenda? —preguntó uno de los sabios—. Algo que se decía para asustar a los ángeles jóvenes.

—No lo es —afirmó Azrael—. Yo lo vi. Y no fui el único.

Todos voltearon hacia Elías.

Él asintió, serio.

—Yo también lo vi… en sueños. Durante años. Es un lugar donde los recuerdos van a morir. Pero también donde pueden resucitar… y cambiarlo todo.

Isabella se adelantó.

—¿Y si esta grieta… si esta ruptura es solo el comienzo? Si están intentando liberar al Velo por completo…

Azrael terminó la frase:

—…entonces no habrá guerra. No habrá salvación. Solo vacío.

Un estremecimiento recorrió a los presentes. Nadie hablaba. Nadie respiraba. La verdad era un golpe más fuerte que cualquier espada.

—¿Qué haremos? —preguntó uno.

Azrael se puso de pie. Alto. Firme. Su silueta rodeada de la tenue luz que comenzaba a retornar a su cuerpo.

—Lucharemos. Pero no con las armas que conocen. El Velo se alimenta del dolor no resuelto, de los errores sin perdón. Así que iremos donde todo comenzó.

—¿A dónde? —preguntó Isabella.

Azrael la miró con ternura, pero también con dolor.

—A mi pasado.

Esa misma noche, Isabella y Azrael se prepararon para partir. Elías los acompañaría como guardián del umbral, usando su don para leer los límites entre los planos.

Antes de salir, Isabella se detuvo frente al espejo agrietado de la cabaña. Miró su reflejo y notó algo en sus ojos. Algo que antes no estaba. No solo fuerza. No solo fe. Era determinación… y destino.

—¿Estás lista? —preguntó Azrael, entrando detrás de ella.

Ella asintió.

—Siempre lo estuve. Solo me hacía falta recordarlo.

Azrael la besó en la frente. Luego en los labios. Con suavidad, como si sellara una promesa que sobreviviría incluso al fin del tiempo.

Juntos salieron al bosque, donde Elías ya los esperaba.

En el centro de un claro, tres piedras antiguas brillaban con un fuego azul.

—¿Qué es esto? —preguntó Isabella.

—Un portal —dijo Elías—. Pero no a un lugar. A una memoria. A una verdad que Azrael ha enterrado desde el principio.

Azrael se acercó. La luz lo reconoció al instante.

Y antes de cruzar, dijo:

—Al otro lado no soy un arcángel. No soy un héroe. Tal vez ni siquiera sea digno. Pero si hay una mínima posibilidad de vencer al Velo… debo enfrentar lo que fui.

Isabella le tomó la mano.

—Y yo estaré contigo. Hasta el final.

Las piedras comenzaron a girar, creando un remolino de luz y sombra. El aire se volvió pesado. El bosque desapareció.

Y en un instante, fueron absorbidos.

Hacia un pasado enterrado. Hacia una verdad que podría salvarlo todo… o destruirlos.




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