Azrael: Redención Eterna (bilogía Arcángel - Libro ll)

Capítulo 12: Bajo la Eternidad del Alba

La noche había caído sobre el bosque con una calma extraña, como si el universo mismo contuviera el aliento. Dentro de la cabaña, el fuego crepitaba suavemente, lanzando sombras danzantes sobre las paredes de madera. Isabella estaba sentada frente a la chimenea, con una manta ligera sobre los hombros, observando las brasas con la mente en silencio. Azrael, en pie junto a la ventana, miraba la luna ascendente con una expresión indescifrable.

—Estás inquieto —dijo ella suavemente, sin girarse.

—El cielo guarda silencio esta noche. No es natural. —Sus palabras colgaron en el aire con un peso que Isabella sintió en el pecho.

Azrael se acercó, su presencia tan imponente como siempre, pero aquella noche había en él una vulnerabilidad que lo hacía más humano que celestial. Se sentó junto a ella, sus alas plegadas con cuidado a su espalda, y tomó sus manos entre las suyas.

—Quiero recordarte —dijo, sin apartar la mirada de sus ojos—. No solo como parte de mi historia, sino como mi elección.

Isabella lo miró, su corazón latiendo con fuerza. La llama entre ellos no era solo deseo, era algo más profundo: el anhelo de dos almas que habían cruzado siglos para encontrarse.

Sin palabras, se acercaron. Sus labios se encontraron primero con timidez, como si temieran romper la magia de ese instante. Pero pronto, el beso se volvió más urgente, más real. Azrael la atrajo hacia él, su cuerpo irradiando calor, su corazón latiendo con una fuerza inusitada.

Subieron juntos al altillo de la cabaña, donde una antigua cama de madera esperaba. Allí, entre susurros, promesas y caricias, se despojaron de todo lo que no fueran ellos. No había divinidad ni condena, solo dos seres entregándose con ternura, con pasión, con amor sincero.

Los suspiros de Isabella se mezclaban con los murmullos de Azrael, que recitaba su nombre como una oración. Era un acto de unión, de redención. Como si sus cuerpos sellaran una alianza que ni los cielos ni los infiernos podrían quebrantar.

Cuando la mañana comenzó a colarse por las ventanas, Azrael la abrazó con fuerza, como si temiera que el alba se la llevara consigo.

—Lo que viene no será fácil —susurró, besando su frente—. Pero ahora tengo una razón para luchar que ni el mismísimo Creador podrá ignorar.

Isabella asintió, hundiendo el rostro en su pecho.

Fuera, la bruma se espesaba y en los límites del mundo visible, sombras y luces comenzaban a reunirse, moviéndose como piezas en un tablero ancestral.

La guerra por la humanidad se acercaba. Pero antes de la tormenta, había amor. Y en él, esperanza.




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