Azrael: Redención Eterna (bilogía Arcángel - Libro ll)

Capítulo 15: El Susurro de los Caídos

El viento se había vuelto frío, inusualmente frío para la época. Las llamas de las velas en el templo titilaban, como si supieran que algo más que aire las amenazaba.

Azrael observó a la mujer de ojos completamente negros con una mezcla de alerta y dolor. Su energía no era del todo demoníaca, ni humana. Era como un eco roto de lo que alguna vez fue divino.

—¿Cómo te llamas? —preguntó él, su voz firme, pero sin agresión.

La mujer ladeó la cabeza, su sonrisa se curvó aún más.

—En tiempos antiguos, me llamaron Naharael, hija de un guardián que cayó por amor… como tú.

El murmullo se extendió entre los presentes como una ola sorda. Isabella dio un paso hacia él, pero Azrael levantó una mano sutil, pidiendo paciencia.

—Los nephilim fueron condenados al silencio eterno —dijo él, con voz templada—. Su linaje se extinguió hace siglos.

—¿Lo crees de verdad? —susurró ella, con ojos brillantes como pozos sin fondo—. ¿O solo repites lo que te enseñaron? Nosotros fuimos olvidados, no destruidos. Somos las cicatrices del Edén… y ha llegado el momento de sanar o sangrar otra vez.

Azrael sintió una punzada en su pecho. No era dolor físico. Era una verdad que se abría paso entre capas de dogma. Naharael no era una enemiga inmediata… pero tampoco una aliada segura.

—¿Qué quieres de nosotros? —preguntó Isabella, enfrentándola con más valentía de la que esperaba tener.

—Nada, aún. Solo observar. Ver si el gran Azrael puede sostener su fe cuando el cielo le dé la espalda… otra vez.

Con un parpadeo, su figura se desvaneció entre las sombras del templo. La tensión permaneció, como una tela rasgada que nadie podía coser.

Horas después, en la cabaña...

—¿Qué fue eso? —preguntó Isabella mientras envolvía una manta sobre sus hombros—. ¿Quiénes son realmente esos nephilim?

Azrael la miró, sentado frente al fuego, con los codos sobre las rodillas.

—Hijos de ángeles y humanas. Criaturas entre dos mundos, sin un lugar real. El cielo los consideró abominaciones, pero... ¿fue justicia lo que se les hizo? ¿O miedo?

—Tú no los odias.

—No —respondió él sin dudar—. Porque sé lo que es vivir entre dos naturalezas. Tal vez por eso la batalla ahora no solo es por el alma del mundo, sino también por la redención de quienes fuimos marginados.

Ella lo miró fijamente, sintiendo que cada palabra de Azrael abría puertas ocultas dentro de él. Estaba cambiando. No en esencia, sino en propósito. Y en esa transformación, se volvía aún más humano… y más peligroso para los suyos.

—¿Me temerás algún día, Isabella? —preguntó él en voz baja, rompiendo el silencio.

—Nunca —respondió ella con firmeza—. Porque cada día te amo más, no por lo que eres, sino por lo que decides ser.

Azrael la miró como si esas palabras fueran el único ancla entre él y el abismo.

Al mismo tiempo, en el Reino Celestial…

Metatrón y Sariel observaban un espejo de luz quebrado. Naharael había reaparecido. Y con ella, los antiguos pactos rotos comenzaban a latir de nuevo.

—Debimos haberlos destruido cuando tuvimos la oportunidad —murmuró Sariel.

—No fue destrucción lo que se nos pidió —respondió Metatrón con gravedad—. Fue compasión. Y fallamos. Ahora las consecuencias han despertado… y pueden decidir el final de esta guerra.

—¿Y Azrael?

Metatrón cerró los ojos un instante.

—Él aún cree en el perdón. Pero si lo traicionamos otra vez… entonces conoceremos su furia. Y no habrá cielo que nos proteja de ella.




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