Azrael: Redención Eterna (bilogía Arcángel - Libro ll)

Capítulo 22: El Susurro del Traidor

Las llamas de la hoguera parpadeaban con inusual fuerza esa noche. El viento traía consigo un murmullo inquietante, como si la tierra misma intentara advertir algo que nadie se atrevía a decir en voz alta.

Azrael observaba desde la cima del risco. Sus ojos escaneaban el valle como un centinela eterno. Pero esta vez, su atención no estaba en el horizonte… sino en lo que se ocultaba entre ellos.

—El mal no necesita puertas abiertas, solo grietas —murmuró para sí mismo—. Y alguien le ha dado paso.

Detrás de él, Isabella lo observaba en silencio, envuelta en un manto de lana tejida por las mujeres del pueblo. Su vientre comenzaba a notarse, una curva suave que parecía irradiar más que vida… esperanza.

—¿Crees que volverán a atacar? —preguntó ella finalmente.

Azrael bajó la mirada, sus alas plegadas como un escudo contra el mundo.

—No lo harán desde afuera… aún. No mientras uno de ellos nos observe desde adentro.

En el pueblo, Elías reunió a los líderes de las familias más antiguas. La tensión era palpable. Nadie quería señalar a nadie, pero todos sospechaban de todos.

—No estamos aquí para acusar sin pruebas —dijo Elías—. Pero tampoco podemos cerrar los ojos mientras el peligro crece entre nosotros.

Una mujer levantó la mano. Era Marla, la curandera. —Hay un hombre que llegó hace poco… se llama Lior. No trabaja, no se involucra. Pasa horas escribiendo en un diario… y he sentido algo oscuro cuando está cerca de mi nieta.

El nombre cayó como una piedra en un estanque. Varios asintieron lentamente, como si supieran… pero hubieran callado por miedo.

Esa misma noche, Azrael y Elías se dirigieron a la cabaña de Lior. El lugar olía a incienso quemado y humedad. En las paredes, símbolos antiguos dibujados con carbón. No eran del cielo… tampoco del infierno. Eran de una fe perdida, corrompida por siglos de oscuridad.

—Esto no es solo herejía —murmuró Elías, tocando un símbolo—. Es invocación.

Encontraron el diario en un compartimento bajo el suelo. Las páginas estaban llenas de nombres. Algunos tachados, otros subrayados. Pero uno en particular llamó la atención de Azrael.

Isabella.

El arcángel sintió cómo una chispa recorría su cuerpo, una señal que no podía ignorar. Su instinto le decía que Lior no era el único. Que era solo un fragmento de algo más profundo… y peligroso.

Cuando Isabella leyó el nombre en el diario, no sintió miedo. Sintió furia.

—Si él ha estado cerca de mí, cerca del niño… —apretó los puños—. No voy a esconderme, Azrael. No puedo hacerlo.

Azrael la tomó de las manos, su mirada intensa. —No lo harás. Pero a veces, proteger también es resistir. A este hijo no solo lo engendré yo… lo engendró la esperanza. Y ellos temen eso.

—¿Crees que intentarán hacerme daño?

—No solo a ti. Hay fuerzas que creen que eliminándote a ti… me quebrarán a mí.

Esa noche, el cuerpo de Lior fue encontrado colgado de un árbol fuera del bosque. No por mano de hombre… sino por algo mucho más oscuro.

No hubo sangre. Solo una nota entre sus dedos.

"Yo no era el único. El ojo está abierto. El hijo no nacerá."

El mensaje cayó como hielo sobre sus espaldas.

La guerra no solo los rodeaba. Ahora, los observaba desde dentro.

Y el enemigo sabía exactamente dónde golpear.




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