Azrael: Redención Eterna (bilogía Arcángel - Libro ll)

Capítulo 29: La sangre del cielo y el rugido de la sombra

El aire se volvió espeso, como si cada molécula supiera lo que estaba a punto de ocurrir. Frente a la grieta en la piedra, la figura de Sariel avanzó con una calma antinatural, como quien sabe que ya ha ganado. A su lado, la criatura femenina —oscura, pero con una belleza perturbadora— se deslizaba más que caminaba, su mera presencia distorsionando la realidad a su paso.

Azrael apretó los puños, aún sintiendo en su interior el eco del vínculo con Kael. Una parte de él había sido tocada por algo más profundo que la divinidad misma: la paternidad. Y eso lo hacía más fuerte.

—¿Qué es eso? —preguntó Elías, retrocediendo unos pasos.

Cassiel respondió con voz queda, apenas audible:

—Ella es Lilith… la primera sombra, la madre de la insubordinación. Expulsada antes de que la historia comenzara, y ahora liberada por Sariel.

Isabella se mantuvo firme junto a Azrael. El vínculo con su hijo la fortalecía de formas que no podía explicar. Podía sentir el latido de Kael, no solo como un corazón, sino como un tambor antiguo, marcando el ritmo de algo más grande.

Sariel levantó una mano.

—No vine a luchar… aún —dijo con sonrisa ácida—. Solo quería ver al prodigio con mis propios ojos.

Sus ojos se posaron en el vientre de Isabella, y en ese instante, la oscuridad se estremeció.

—¿Te das cuenta de lo que has creado, Azrael? —continuó—. Ese niño no es una salvación. Es un error. Una mezcla que no debía existir.

—Entonces lo temes —respondió Azrael—. Y eso me dice que estoy en el camino correcto.

Lilith rió, un sonido que no contenía alegría, sino presagios.

—No entiendes nada —susurró—. Las profecías no hablaban de redención.

Hablaban de disolución. El fin del ciclo. De los ángeles… y de los hombres.

Cassiel dio un paso al frente.

—Basta de palabras.

Sariel lo miró de reojo.

—Pronto, viejo hermano. Pronto.

Y como si la grieta respondiera a su voluntad, ambos se desvanecieron entre la piedra y la sombra, dejando tras de sí un vacío helado.

El grupo permaneció en el santuario, y por primera vez, Azrael permitió que el cansancio lo venciera. Sentado en el borde del lago, con Isabella a su lado, sintió el peso del destino sobre sus hombros.

—Tuvimos suerte —murmuró ella.

—No fue suerte —respondió él—. Fue advertencia.

Isabella se apoyó en su pecho. Por un momento, el silencio volvió a parecer un refugio.

Cassiel, por su parte, caminaba entre las columnas, leyendo los antiguos grabados. Elías lo seguía, intentando comprender.

—¿Hay algo que pueda ayudarnos aquí?

Cassiel asintió lentamente.

—Sí… pero no será fácil. Aquí se encuentra la Llama Original, una fuente de energía pura del Cielo. Si Azrael logra canalizarla, podría derrotar incluso a Lilith.

—¿Y el precio?

—Todo lo que ha sido. Toda su esencia. Azrael podría dejar de ser… él.

Esa noche, cuando el silencio se apoderó del santuario, Isabella y Azrael se refugiaron en una de las cámaras internas, lejos de los demás. Encendieron una lámpara de aceite, y en la luz temblorosa, sus miradas se encontraron.

—Podríamos morir mañana —dijo ella.

Azrael la miró fijamente.

—Por eso debemos vivir esta noche.

Sin necesidad de más palabras, se buscaron. Sus cuerpos se encontraron con urgencia, pero también con ternura. Azrael la tomó entre sus brazos como si fuera a deshacerse si la soltaba. Isabella respondió con la misma intensidad, como si cada caricia fuera un acto de resistencia contra la oscuridad.

Fue un encuentro sin prisas ni miedo, donde el alma y la carne se reconocieron. Azrael, por primera vez, se permitió amarla no como un protector ni como un ser divino, sino como un hombre. Y en ese instante, el mundo afuera desapareció. Solo existían ellos, y la promesa de que, pasara lo que pasara, su amor ya había trascendido.

Cuando el alba llegó, Azrael salió al centro del santuario. Todos lo esperaban. Sus ojos ardían con una decisión nueva.

—Hoy no solo pelearemos por el mundo —dijo, con voz firme—. Pelearemos por lo que hemos llegado a amar en él. Por lo que nos une. Por lo que aún puede nacer.

Cassiel asintió. Isabella se mantuvo a su lado. Y en su vientre, Kael pateó con fuerza… como si también respondiera al llamado.

La guerra estaba a las puertas.

Pero el amor había plantado su estandarte primero.




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