El cielo sobre el santuario ya no era azul. Había adquirido una tonalidad cobriza, como si la misma atmósfera supiera que el juicio había comenzado. Las nubes giraban como espirales de fuego contenido, y el sonido de los ecos del abismo se mezclaba con el retumbar de los truenos.
Las criaturas surgidas de la grieta no eran como los demonios clásicos que Azrael había enfrentado en otras eras. Eran sombras informes, construidas con las memorias más dolorosas de cada alma que tocaban. Una vez que las rozabas, te enfrentabas a lo que más temías… o a lo que más habías perdido.
Azrael cortó la primera oleada con su espada flamígera, pero una de las sombras alcanzó su pecho y, de inmediato, fue transportado a una visión.
Estaba en la cima del Monte del Olvido, el lugar donde los ángeles caídos eran enviados a vagar entre ecos de sí mismos. Allí, una figura lo esperaba: Sariel. No como el monstruo que era ahora, sino como el hermano de antaño, de túnica blanca y mirada firme.
—No todo lo que hicimos fue por orgullo —dijo Sariel, cruzando los brazos—. Algunos caímos porque amábamos demasiado. Porque cuestionamos.
—Y luego destruiste todo lo que defendíamos —respondió Azrael.
Sariel se encogió de hombros.
—¿O lo hicimos real? El cielo... no era perfecto, Azrael. Tú solo tardaste más en verlo.
Una llamarada dorada lo sacó de la visión. Fue Cassiel, que con su báculo disolvió la sombra que lo había atrapado.
—¡Concéntrate! —gritó—. Estas cosas se alimentan de tu duda.
Azrael volvió a la batalla, y esta vez no pensó. No en su pasado. No en su caída. Solo en lo que aún podía proteger.
Dentro del santuario, Isabella sentía que el aire vibraba de forma extraña. No era solo magia. Era Kael.
Cada vez que uno de los ecos se acercaba demasiado a los escudos que Cassiel había levantado, una luz blanca emergía de su vientre, reforzando la barrera. El niño respondía a la amenaza sin haber nacido. No solo sentía… intervenía.
—Estás despierto —susurró ella, acariciándose el abdomen—. Y sabes lo que está pasando, ¿verdad?
Cerró los ojos y trató de conectar con esa energía. Fue entonces cuando una voz antigua, familiar y profunda se hizo presente.
—Eres el puente, Isabella. Entre lo que fue y lo que será.
—¿Quién eres? —susurró.
—La Promesa.
Y con esa respuesta, la visión desapareció, dejándola aún más inquieta.
Elías se batía en combate con una mezcla de miedo y determinación. Su cetro, regalo de los sabios del bosque, no era una simple arma. Era un canal. Cada vez que golpeaba, los árboles resonaban, como si una vieja fuerza de la Tierra misma lo respaldara.
Cassiel, por su parte, comenzó a recitar un cántico prohibido. Uno que no se había entonado desde los tiempos en que los ángeles y los humanos peleaban juntos en la Primera Guerra Celestial. El suelo se abrió y de él emergieron raíces cubiertas de fuego blanco, atrapando a las criaturas del abismo.
Pero por cada sombra que caía, otra se alzaba. Eran infinitas. Azrael lo comprendió con un escalofrío. Esto no era solo una batalla.
Era una prueba.
No de fuerza… sino de fe.
Azrael aterrizó junto a Isabella, cubierto de sangre de sombra. Sus alas temblaban de agotamiento.
—No se detienen —murmuró—. No se detendrán.
Isabella se acercó, colocó sus manos sobre su pecho. En ese instante, sintió algo profundo. No era solo Kael. Era Azrael mismo. Sus emociones, sus dudas, sus heridas.
—Sí se detendrán —dijo con firmeza—. Pero no con guerra. No con violencia.
Lo miró a los ojos, y lo vio todo. El dolor de haber perdido su hogar. El miedo de fallar. El amor que lo sostenía.
—Azrael… tienes que usar lo que llevas dentro. No como arma. Como guía. Recuerda quién eras antes de ser enviado aquí.
Sus palabras parecieron encajar como una llave en una cerradura olvidada.
Azrael se irguió, sus alas resplandeciendo con una nueva energía. Ya no era fuego. Era luz. Pura. Contundente. No quemaba. Iluminaba.
Las sombras retrocedieron. Por primera vez, mostraron algo parecido al miedo.
El cielo comenzó a abrirse en círculos. Una música antigua descendió entre las nubes. No celestial. No humana.
Algo nuevo.
Algo nacido del amor entre ambos mundos.
Kael.
—Prepárense —dijo Azrael, mirando al horizonte, donde las siluetas de Sariel y Lilith comenzaban a formarse entre los restos del abismo—. Esto fue solo el eco. Ahora viene la verdadera oscuridad.
Y detrás de él, Isabella, Cassiel, Elías… y la vida que crecía en su interior, se alineaban.
No como soldados.
Sino como familia.
Como una nueva esperanza.