Azrael: Redención Eterna (bilogía Arcángel - Libro ll)

Capítulo 34: El Guardián de la Verdad

Azrael cruzó los límites del bosque guiado por Elías. El sendero era antiguo, oculto incluso a los ojos celestiales, protegido por una energía que resonaba con ecos de tiempos olvidados. Cada paso era un latido hacia el pasado, hacia algo que incluso él había enterrado en lo más profundo de su ser.

—¿Por qué ahora? —preguntó Azrael, rompiendo el silencio.

—Porque la verdad no puede esperar más —respondió Elías sin mirarlo—. Mikael fue sellado por el mismo decreto divino que te envió a la Tierra. Pero su conciencia… permaneció despierta.

El camino terminó en una gruta de piedra, sencilla por fuera, pero vibrante por dentro. El aire cambió al entrar, cargado de símbolos celestiales grabados en las paredes, que brillaban con una luz propia. En el centro de la sala circular, un hombre de imponente presencia estaba de pie.

Cabello dorado, rostro endurecido por la eternidad, ojos que habían visto mil batallas. Mikael.

Azrael se detuvo. El pasado los observaba.

—Hermano… —dijo Mikael, con voz firme, pero no hostil.

Azrael tragó saliva. Aquella palabra no era una metáfora. Habían nacido del mismo fuego celestial. Criados como espadas de juicio. Pero también como equilibrio y contraste.

—Creí que nunca volvería a verte.

—Porque así debía ser —dijo Mikael—. Hasta que el equilibrio fuera amenazado por aquellos a quienes amamos… y por nosotros mismos.

Azrael dio un paso adelante.

—¿Tú sabías de Sariel?

—Desde antes que tú descendieras. Vi la oscuridad en él cuando la humanidad aún gateaba. Pero no podía interferir. No hasta que tú lo hicieras primero.

—¿Por qué?

—Porque tú eras la llave, Azrael. El portador de la compasión. El único que podía elegir entre la venganza y el perdón. Por eso fuiste enviado. Por eso perdiste… tanto.

Azrael bajó la mirada. Pensó en Isabella, en su hijo aún no nacido, en todo lo que ahora protegía.

—Entonces, ¿todo fue una prueba?

Mikael negó suavemente.

—Fue un propósito. Uno más grande que nosotros. El hijo que esperas… no es solo carne y espíritu. Es el nexo. El lazo entre el el amor divino y el libre albedrío humano. Un nuevo comienzo.

Azrael sintió un estremecimiento recorrer su cuerpo.

—¿Él será un nuevo guardián?

—No. Será algo distinto. Algo que nunca ha existido. Pero por eso, Sariel quiere destruirlo antes de que nazca.

—¿Cómo detenerlo?

Mikael extendió su brazo y de su palma emergió una esfera de luz dorada. Dentro de ella, flotaba un fragmento: una pluma negra y una blanca entrelazadas.

—El Fragmento del Origen —dijo Mikael—. Contiene la memoria del primer pacto entre los planos. Llévalo contigo. Cuando llegue la batalla final, esto será lo único capaz de purificar… o condenar a Sariel.

Azrael lo tomó, y una ráfaga de imágenes lo atravesó. Vio el Edén, la creación del alma humana, la primera lágrima de amor derramada por un ángel, y el primer acto de traición. Todo tenía sentido.

—Gracias, hermano.

—Ve con fe. Y no olvides quién eres, ni por qué amas.

Mikael desapareció entre la luz, como si su única función fuera revelarle esa verdad.

De regreso al santuario, Isabella sintió un dolor punzante en el vientre. Cayó de rodillas. Elías corrió a sostenerla.

—¿Estás bien?

Ella respiraba agitadamente. Sus ojos abiertos con un terror repentino.

—Lo vi… Sariel viene. No solo con fuego, sino con engaño. Con alguien más…

—¿Quién?

Isabella lo miró, y sus labios temblaron al pronunciarlo.

—Con alguien que se parece a Azrael.

Elías la sujetó más fuerte. La tormenta no tardaría en llegar.

Y esta vez… venía desde dentro.




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