Azrael: Redención Eterna (bilogía Arcángel - Libro ll)

Capítulo 35: La Sombra de la Traición

El frío en la cabaña se sentía más agudo de lo habitual. Isabella, aún temblando por la visión que la había aterrorizado, se levantó con dificultad, pero no podía quitarse la sensación de que algo mucho más oscuro se acercaba. El dolor en su abdomen era punzante, como si algo estuviera luchando por salir, por manifestarse. Algo que cambiaría el curso de todo.

Azrael, después de su encuentro con Mikael, regresaba a su lado, pero en su interior llevaba una sombra, una amenaza que ni siquiera él podía ver con claridad. Aunque el fragmento del Origen que le había entregado su hermano le daba esperanzas, la incertidumbre sobre el futuro pesaba en su corazón.

Cuando entró en la cabaña, el aire cargado de ansiedad lo golpeó como una bofetada. Isabella estaba allí, con el rostro pálido, las manos sobre el vientre, como si algo de su interior estuviera clamando por salir. No podía ignorarlo.

—Isabella, ¿qué sucede? —preguntó con urgencia, acercándose a ella.

Ella alzó la vista, y sus ojos reflejaron la preocupación más profunda que él jamás había visto.

—Azrael… lo he visto. No es solo Sariel. Hay algo más, alguien más. Algo oscuro, que se arrastra desde lo más profundo de los cielos. Algo que se parece a ti… pero no eres tú. —Su voz tembló.

Azrael frunció el ceño. No entendía. Pero en el fondo de su ser, algo le decía que las palabras de Isabella no eran solo una visión sin sentido. Algo estaba cambiando. Algo mucho más grande que ellos dos.

—¿Un doble de mí? —preguntó, con desconfianza.

Isabella asintió con firmeza, los ojos brillando con temor.

—Sí. Pero no es solo eso. Es como si esa figura, esa sombra, tuviera un propósito. Algo que no podemos prever. Y lo peor es que… no solo está viniendo para destruirnos a nosotros, sino a todo lo que hemos construido, a todo lo que este hijo representa.

Azrael apretó la mandíbula. El miedo a perderlos a ambos, a perder la razón misma de su existencia, se apoderó de él. Pero no podía dejar que eso lo controlara. No lo haría.

—Lo protegeré. A ti, a nuestro hijo, a lo que representamos.

Isabella le dio una sonrisa débil, pero sus ojos no dejaban de mostrar la ansiedad que la consumía.

—Lo sé, pero no será fácil, Azrael. Este… este enemigo no viene con las reglas que conocemos. Es algo nuevo, algo… devastador.

De repente, Elías entró en la cabaña con una expresión grave.

—Azrael, hay algo que debes saber. Un mensaje ha llegado. Desde el Consejo Celestial.

El mensaje era claro: el equilibrio que había sido mantenido entre los cielos y la Tierra estaba al borde del colapso. Sariel había formado una alianza con un poder aún mayor, alguien de las profundidades del abismo celestial. Una entidad que había sido sellada e ignorada durante eones. El hecho de que esta nueva amenaza se pareciera a Azrael solo hacía más confusa la situación.

Azrael escuchó en silencio, la gravedad de las palabras hundiéndolo aún más en un abismo de dudas.

—¿Qué debemos hacer? —preguntó, su tono grave, el peso de la responsabilidad sobre él más pesado que nunca.

Elías miró a Isabella, luego a Azrael.

—Debemos encontrar la fuente de este poder, antes de que se apodere completamente de la Tierra. Solo tú puedes detenerlo, Azrael. Eres la clave para restaurar el equilibrio. Pero la pregunta es: ¿serás capaz de enfrentarlo, sabiendo que ese poder… es parte de ti?

Azrael cerró los ojos, sintiendo el peso de esas palabras. A lo largo de su existencia, había enfrentado muchas pruebas. Pero la idea de que su propia esencia pudiera ser corrompida por una fuerza tan oscura era aterradora.

—Tengo que hacerlo. Por ella. Por él. —El rostro de Azrael se suavizó por un momento al mirar a Isabella, quien ahora descansaba en un banco cercano, agotada, pero decidida.

Elías asintió, luego se dio la vuelta hacia la puerta.

—El tiempo se está acabando, Azrael. Los cielos están cerrando sus puertas. La batalla final se acerca, y la única forma de ganar es enfrentando lo que has sido… y lo que aún puedes llegar a ser.

Azrael dio un paso firme hacia adelante. Ya no quedaba lugar para dudas. Todo lo que había perdido, todo lo que había ganado, lo había hecho por un propósito mayor: la protección de Isabella, de su hijo, y de la humanidad.

—Nos enfrentaremos a la oscuridad, sea lo que sea. Y cuando lo hagamos, será el último acto de redención.

Isabella se levantó lentamente, con la mirada fija en él.

—No importa lo que suceda, Azrael. No importa lo que descubramos. Lo haremos juntos.

Y juntos, con el peso del destino sobre sus hombros, caminaron hacia el futuro, hacia la última batalla que decidiría no solo su destino, sino el destino de todo lo que conocían.




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