El viento soplaba con fuerza esa noche. No era un viento natural, sino uno que parecía arrastrar susurros de antiguas promesas rotas. Azrael se mantenía de pie frente al límite del bosque, la mirada fija en el horizonte. Sentía cómo el mundo se tensaba, como si la Tierra contuviera la respiración ante lo que estaba por llegar.
—Lo sientes, ¿verdad? —dijo Elías, acercándose a su lado.
Azrael asintió. No necesitaba palabras para expresar lo que recorría su interior: una pulsación antigua, oscura, pero familiar. Como si una parte olvidada de sí mismo estuviera despertando al otro lado del plano.
—Es él. O eso que intenta parecer yo —murmuró el arcángel—. No sé cómo, pero esa criatura está conectada a mí. No solo en forma… sino en esencia.
Elías frunció el ceño. —¿Crees que es una creación del Abismo?
Azrael negó lentamente. —No. Es más complejo que eso. Lo vi en sueños, o en recuerdos… no estoy seguro. Pero hay algo en él que me pertenece. Algo que dejé atrás hace mucho.
Mientras tanto, en la cabaña, Isabella se encontraba frente al espejo, observando su reflejo con extrañeza. Desde la visión de la sombra parecida a Azrael, no podía sacarse una inquietud del pecho. Su cuerpo también parecía estar cambiando, adaptándose.
Se llevó la mano al vientre. Sentía una energía cálida, poderosa, creciendo dentro de ella. No era solo un bebé. Era un símbolo. Una fusión de cielo y tierra. Y por eso mismo… también un blanco.
Una figura apareció tras ella en el reflejo. Isabella se giró de inmediato, pero no había nadie. Aun así, la imagen quedó impresa en su mente: un Azrael con ojos vacíos y alas manchadas de oscuridad.
—¿Qué eres? —susurró con temor.
La figura en el espejo le respondió con su propia voz: "Lo que vendrá si él olvida quién es."
Isabella retrocedió, su corazón palpitando con fuerza. Salió corriendo en busca de Azrael, sabiendo que no podían seguir esperando. La amenaza ya estaba aquí.
Cuando lo encontró, Azrael la abrazó con fuerza. El contacto entre ambos fue como un ancla. Una reafirmación de su propósito.
—Ya no podemos retrasarlo —dijo Isabella con voz firme—. Esa cosa… te está buscando. Y creo que lo hará a través de mí si no lo detenemos.
Azrael asintió. —Hay una forma. No definitiva, pero podría revelarnos más sobre su naturaleza. Necesito regresar… al Umbral del Origen.
Elías palideció al escucharlo. —¿Estás seguro? El Umbral fue sellado por una razón. Lo que yace allí no debe ser liberado.
—No pienso liberarlo —dijo Azrael con decisión—. Pero necesito entenderlo. Solo enfrentando mi reflejo más oscuro podré protegerlos a ambos.
Isabella sostuvo su mano. —Iremos contigo.
Azrael la miró con amor, pero también con duda.
—Isabella, tú… estás cambiando. Tu cuerpo, tu alma. Ese niño que llevas dentro es luz pura, pero también es un faro. Si vas al Umbral, podrías...
—Morir —completó ella con frialdad—. Lo sé. Pero prefiero estar a tu lado enfrentando la oscuridad que esperando impotente a que venga por mí.
El silencio que siguió fue solemne. Elías bajó la mirada, sabiendo que no habría forma de detener lo inevitable.
—Entonces prepárense. Partiremos al amanecer. El Umbral no perdona errores.
Esa noche, mientras el fuego crepitaba suavemente en la cabaña, Isabella y Azrael compartieron un silencio cargado de significado. Sus cuerpos se entrelazaron con ternura y urgencia. No era solo pasión: era una despedida anticipada, una reafirmación de amor en medio del caos que los rodeaba.
Azrael besó su frente con devoción, acariciando su vientre mientras sentía el pulso de vida que crecía en su interior.
—No importa lo que encontremos allá. Este lazo… este amor… es mi escudo —susurró.
Isabella cerró los ojos, apoyada contra su pecho.
—Entonces venceremos. Porque somos más que cielo o tierra. Somos esperanza.
Y mientras el alba se acercaba, la línea entre la luz y la sombra se volvía más delgada. Lo que estaba por venir pondría a prueba no solo sus poderes… sino sus almas.