El amanecer no trajo paz. Fue un cielo teñido de un naranja sombrío, como si el sol dudara en salir, temeroso de lo que ese día traería consigo. Isabella se mantuvo cerca de Azrael mientras cruzaban el bosque en dirección al punto más antiguo del valle. El lugar donde los velos entre mundos eran más delgados: el Umbral del Origen.
Elías lideraba el paso, su semblante más grave de lo habitual. Sabía lo que significaba regresar a ese sitio prohibido. En tiempos antiguos, se decía que los primeros mensajeros del Altísimo descendieron por ese punto para tocar la tierra… y también fue allí donde el primer ángel cayó.
—¿Estás seguro que es aquí? —preguntó Isabella al ver el terreno cambiar abruptamente, como si el bosque se hubiera quebrado de forma antinatural.
—Sí —dijo Elías, deteniéndose frente a una grieta en la tierra que parecía respirar, como si tuviera vida propia—. El Umbral no se ve con los ojos… se siente.
Azrael extendió una mano, tocando el aire sobre la grieta. Un zumbido lo envolvió, y al instante, su esencia se agitó. Una energía densa, familiar y opresiva lo envolvió. Era como regresar a una herida no cerrada.
—Aquí comenzó todo —susurró—. Aquí dejé partes de mí que nunca debí ignorar.
Sin más palabras, Azrael se adelantó, y el aire mismo pareció doblarse ante él. Con un solo paso, traspasó el límite. Isabella dudó, pero no por miedo, sino porque al mirar la grieta, sintió algo dentro de ella responder. Un tirón suave desde su vientre.
—¿Estás bien? —preguntó Elías, notando su gesto.
—Sí… solo sentí que… él lo sintió también —murmuró, acariciando su abdomen.
Elías bajó la cabeza. —Ese niño… tiene una conexión con el origen. No solo es parte de Azrael, Isabella. Es parte del principio.
Isabella no respondió. Dio un paso al frente y también cruzó el Umbral.
El mundo al otro lado no era oscuro, pero tampoco lleno de luz. Era una dimensión suspendida en una calma artificial, donde el tiempo parecía detenido y los pensamientos tomaban forma. Azrael sintió cómo su alma vibraba. Allí, no existían mentiras. Todo lo que era o había sido estaba expuesto.
Una figura emergió a lo lejos, caminando hacia ellos con una familiaridad inquietante.
Era él. O una versión de él.
La criatura tenía su rostro, su postura, incluso sus alas. Pero sus ojos… eran vacíos. No había juicio ni compasión. Solo propósito.
—Has venido —dijo con una voz doble, una mezcla entre Azrael y algo más profundo, más antiguo.
—No por ti —respondió Azrael, firme—. Sino por lo que representas. Quiero saber por qué existes.
La criatura sonrió, pero sin calidez.
—Porque fuiste débil. Porque al amar, renunciaste a tu misión. Yo soy lo que tú enterraste: el verdadero instrumento del Juicio. Puro. Implacable. Sin humanidad.
Isabella se adelantó, sus ojos fijos en la criatura.
—Entonces eres una sombra. No una verdad. Porque el verdadero Azrael no dejó de ser ángel al amarme. Se volvió completo.
La criatura giró su rostro hacia ella, y por un momento, la grieta entre realidades pareció expandirse. El suelo tembló. El Umbral respondía.
Azrael extendió sus alas, preparándose para luchar, pero no atacó. En vez de eso, caminó hacia su reflejo y dijo:
—Te reconozco. Eres parte de mí. Pero no te pertenezco. Ya no.
La criatura pareció dudar. Sus alas se estremecieron. Algo en su interior se quebró, como si las palabras de Azrael hubieran tocado una fibra que ni siquiera él recordaba tener.
Pero justo cuando parecía ceder, una sombra mayor se alzó detrás de él.
—No está solo —dijo Elías, su voz helada—. Hay otro… algo más grande se mueve desde la oscuridad.
La sombra se alzó como una torre sin fin. No tenía forma ni rostro. Solo un vacío que consumía la esperanza.
Isabella retrocedió, protegiendo instintivamente su vientre. El bebé se agitó con fuerza, y una luz emergió desde su interior, proyectando un brillo cálido en medio del caos.
Azrael se volvió hacia ella, sus ojos ardiendo con determinación.
—Él es la clave —dijo—. Nuestro hijo… es el nuevo pacto.
Y con esa certeza, abrió sus alas con fuerza, rodeando a Isabella y Elías, protegiéndolos de la oscuridad.
—¡No toques lo que ha sido bendecido! —gritó Azrael con voz de trueno.
La dimensión tembló.
El verdadero juicio estaba por comenzar.