Azrael: Redención Eterna (bilogía Arcángel - Libro ll)

Capítulo 45: El susurro del futuro

El viento frío cortaba el aire, llevando consigo ecos de viejos recuerdos. El cielo, teñido de un gris opaco, parecía anticipar lo que se avecinaba. En el corazón del campamento, Azrael se encontraba de pie frente a Isabella, sus miradas entrelazadas en un momento de silenciosa comprensión. A pesar de la tormenta interna que atravesaba, su amor por ella y su hijo era lo único que lo mantenía firme.

—Lo que vi… no es una certeza, pero es una advertencia —dijo Isabella, su voz era suave, pero cargada de una profunda inquietud.

Azrael inclinó la cabeza, sus ojos reflejando un brillo distante. Aunque la visión de Isabella le había dado paz en su corazón, sabía que la batalla que se libraría no solo sería externa, sino interna, una guerra de almas.

—¿Nuestro hijo? —preguntó él, su tono grave, como si las palabras pudieran alterar el curso de lo que estaba por suceder.

Isabella asintió, sus dedos acariciando su vientre como si intentara proteger algo más allá de la vida. Un futuro incierto.

—Él será el puente. Pero tú… tú eres el escudo. Si caes, el equilibrio se romperá, y con él, el último vestigio de esperanza para la humanidad.

Azrael sintió un estremecimiento recorrer su espalda. Las palabras de Isabella resonaron en su mente como un eco distante, pero las dudas persistían. La guerra que enfrentaba no era solo contra Sariel y sus seguidores. Era contra sí mismo, contra su propia naturaleza como arcángel, contra su destino de ser una herramienta de destrucción o un salvador.

Pero ahora, con Isabella a su lado y la vida creciendo dentro de ella, no había vuelta atrás.

—Lo haremos juntos —dijo él finalmente, su voz llena de resolución.

El campamento se preparaba para lo inevitable. El eco de las alas de los ángeles resonaba en el aire, y la tensión estaba a punto de romperse. Mientras tanto, Elías se encontraba entre los guerreros, organizando las filas. Aunque no estaba en el corazón de la batalla, su rol como mediador era crucial. La división entre los humanos que seguían a Sariel y los que se mantenían fieles a Azrael crecía, pero su presencia y consejo mantenían la unidad necesaria para resistir.

—¿Qué hemos aprendido de los movimientos de Sariel? —preguntó Azrael, acercándose a Elías.

—Está dividiendo sus fuerzas, buscando un flanco débil, pero lo que no sabe es que ya lo hemos anticipado. No nos enfrentaremos solo con espadas, sino con estrategias que van más allá del campo de batalla —respondió Elías, con una mirada fija hacia el horizonte.

Azrael asintió, confiando en la estrategia. Pero algo dentro de él no podía evitar sentirse inquieto. El destino de la humanidad y de su hijo pendía de un hilo, y a pesar de sus esfuerzos por protegerlos, la batalla se sentía más cercana de lo que nunca había estado.

El sonido de los cuernos resonó por todo el campamento. La guerra había comenzado.

En el aire, la luz y la oscuridad chocaban. Azrael voló al frente de sus fuerzas, sus alas extendidas como un estandarte de esperanza. A su lado, Isabella y Elías se preparaban para hacer lo que fuese necesario. La visión de Isabella se había cumplido: el futuro estaba incierto, pero la batalla, al menos, había comenzado con la promesa de una lucha por la redención.

A medida que Azrael se adentraba en el campo de batalla, las sombras de los seguidores de Sariel comenzaban a avanzar desde el otro lado. Criaturas de oscuridad y corrupción, corrompidas por la voluntad de su líder, atacaban con ferocidad. Pero Azrael estaba decidido a no permitir que el futuro que Isabella había visto se desmoronara.

El sonido de la espada de Azrael cortando el aire era la única respuesta a la amenaza. Cada golpe era una declaración de que la guerra que estaba por venir no sería como las anteriores. Esta vez, la humanidad misma era el campo de batalla. Y en esta batalla, Azrael no sería solo un ángel, sino un hombre dispuesto a luchar por todo lo que amaba.

Isabella, desde su lugar, sentía el dolor de cada herida que Azrael recibía. Su conexión era más profunda de lo que cualquier ser humano podría entender. Cada golpe que él recibía, ella lo sentía. Pero también sentía su fuerza, su determinación de proteger no solo a ella, sino a todos los que dependían de él.

—No permitiré que caigas —murmuró para sí misma, mientras sus manos temblaban al sentir la presión del destino sobre ellos.

Y mientras la batalla continuaba, algo más grande comenzaba a despertar. En la oscuridad, una presencia conocida, aunque distante, observaba los acontecimientos con interés. Sariel aún no había revelado todas sus cartas.

El fin estaba cerca. Pero este fin no sería el final. Era solo el comienzo de algo mucho mayor. Y el eco de esa verdad resonaría por generaciones.




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