Azrael: Redención Eterna (bilogía Arcángel - Libro ll)

Capítulo 51: Corazones en Llamas

El campo de batalla era un infierno vivo.

Las criaturas de Sariel seguían emergiendo como una plaga sin fin. Aunque muchos caían bajo la luz, el número parecía multiplicarse. La resistencia humana comenzaba a flaquear. El aire olía a humo, sangre… y destino.

Azrael, de pie entre los restos ardientes de lo que alguna vez fue una plaza sagrada, mantenía su mirada fija en Sariel. Ambos estaban heridos. Ambos respiraban con dificultad. Pero había una diferencia esencial entre ellos.

Sariel peleaba con rabia.

Azrael, con amor.

—¿Lo ves? —espetó Sariel, señalando la destrucción a su alrededor—. Esto es lo que sucede cuando les das poder a los débiles. El caos, la rebelión… la ruina.

—No es el poder lo que destruye —respondió Azrael, con voz firme—. Es el miedo de quienes no quieren que el mundo cambie.

En la distancia, Isabella cayó de rodillas. No por una herida visible, sino por la oleada de energía que comenzaba a invadirla. Su vientre brilló con una luz cálida, tan intensa que incluso los monstruos más cercanos se detuvieron. Algo antiguo, algo que ni siquiera Sariel entendía, comenzó a despertar.

—Azrael... —susurró Isabella—. Nuestro hijo...

Azrael giró su rostro hacia ella. Y en ese instante, todo lo demás dejó de importar.

Las criaturas de sombra comenzaron a convulsionar, como si una fuerza contraria a su existencia estuviera arrastrándolas de regreso a la nada.

El poder del no nacido se expandía como una sinfonía silenciosa que reescribía la vibración del mundo.

Elías, que se encontraba defendiendo un flanco junto a Sophie, lo sintió también.

—Esto… esto es divino —murmuró, bajando momentáneamente su bastón.

Sophie asintió, las lágrimas corriendo por su rostro—. Él ya está protegiendo el mundo… aún sin haber nacido.

Sariel retrocedió un paso, sintiendo cómo parte de su poder comenzaba a quebrarse. Las sombras que lo envolvían se agitaban con violencia, como si quisieran huir.

—¿Qué… es esto? —gruñó, mirando al vientre de Isabella como si contemplara la destrucción misma.

—Es esperanza —respondió Azrael—. La que tú decidiste abandonar.

Sin perder tiempo, Azrael alzó su espada de luz. No era una espada común. Era la manifestación de todo lo que había ganado: amor, sacrificio, perdón.

Con un grito que hizo vibrar el mismo cielo, cargó contra Sariel.

El impacto fue devastador.

La explosión de luz cubrió el campo entero. Los humanos y aliados se cubrieron los ojos. Las criaturas de sombra se deshicieron en un rugido colectivo de angustia.

Cuando la luz se disipó, Azrael estaba de pie… y Sariel, arrodillado, jadeando, con una herida ardiente en el pecho que brillaba como una estrella moribunda.

—Tú… no puedes… destruirme —susurró Sariel.

—No —respondió Azrael con solemnidad—. Pero puedo redimirte… o dejarte solo con tu vacío.

Sariel gritó de furia, pero su cuerpo ya no respondía. La oscuridad comenzaba a tragárselo, no porque Azrael lo hubiese condenado, sino porque no quedaba nada que lo atara a la creación.

El capítulo terminó con Azrael acercándose lentamente a Isabella, cayendo de rodillas frente a ella mientras el corazón de su hijo no nacido latía con un ritmo profundo, estable… celestial.

Aún no había terminado. La batalla por la humanidad podía haber cambiado… pero la guerra no había finalizado.

Y Azrael, con su familia como estandarte, estaba más listo que nunca.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.