Azrael: Redención Eterna (bilogía Arcángel - Libro ll)

Capítulo 53: El Eco de los Caídos

El amanecer llegó teñido de tonos violetas, como si el cielo mismo presintiera lo que estaba por emerger. No era una luz cálida, sino una advertencia. Y mientras el pueblo comenzaba a reconstruirse, Azrael, Isabella, Elías y Sophie emprendieron el ascenso hacia la grieta donde Sariel había desaparecido.

Nadie hablaba.

Solo el viento murmuraba entre las rocas, y cada paso los acercaba a una energía tan densa como el peso del pasado.

Cuando llegaron al borde, la tierra estaba agrietada y oscura, respirando como si estuviera viva. No había lava ni llamas, pero un resplandor antiguo palpitaba desde las profundidades, dorado y rojo a la vez… como fuego sagrado atrapado en la eternidad.

—Esto no es solo un portal —dijo Sophie, cerrando los ojos mientras percibía el flujo espiritual—. Es un sello... uno de los sellos originales.

Elías frunció el ceño.

—¿Un sello? ¿De qué?

Azrael se adelantó, sus alas extendiéndose con un leve resplandor blanco. Miró hacia el abismo, y sus ojos se nublaron mientras los recuerdos comenzaban a emerger.

—Hace eones… antes de que los humanos fueran creados, hubo otros ángeles. No caídos por rebelión, sino por error… por compasión malinterpretada. Fueron exiliados, encerrados entre dimensiones.

—¿Por el Altísimo? —susurró Isabella, entre temor y asombro.

—Por nosotros mismos —afirmó Azrael con tristeza—. Porque no supimos qué hacer con su amor hacia la creación. Algunos decían que se corrompieron. Otros, que simplemente... amaron demasiado a la humanidad que aún no existía.

Elías comprendió.

—Sariel buscaba despertar a esos ángeles.

—O ser su llave —concluyó Sophie—. Y ahora que cayó, ese sello quedó inestable.

Azrael se volvió hacia Isabella. Su rostro era sereno, pero su espíritu temblaba ante la verdad.

—Nuestro hijo… lleva la chispa que ellos anhelaban. Porque es amor puro nacido de dos mundos. Es la promesa que ellos no pudieron tocar.

—¿Y si lo buscan a él? —preguntó Isabella, con voz temblorosa.

—Lo harán —dijo Azrael sin vacilar—. No porque quieran destruirlo… sino porque creen que él es la redención de su caída. Pero si intentan regresar por ese motivo… el mundo colapsará.

Un estruendo emergió desde la grieta. No fue sonido. Fue memoria.

Y una voz, profunda y lejana, pronunció un nombre olvidado por los siglos:

Neriah… —Azrael palideció—. Uno de los primeros exiliados.

—¿Lo conociste? —preguntó Sophie.

—Él… fue mi hermano.

El silencio se volvió absoluto.

La grieta brilló con más fuerza. El sello se estaba debilitando.

Y el pasado… regresaba por lo que una vez fue negado.




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