Azrael: Redención Eterna (bilogía Arcángel - Libro ll)

Epílogo

El sol brillaba con una suavidad diferente aquel día, como si el universo entero respirara en armonía con los corazones que latían en la aldea. La guerra había quedado atrás, pero no las cicatrices, aunque éstas ya no dolían, sino que eran parte de un pasado que enseñó lecciones invaluables.

Azrael, ahora completamente humano, miraba con orgullo el paisaje que se extendía ante él. El aire, lleno de la fragancia de la tierra, acariciaba su piel. Ya no eran necesarios los poderes divinos, ya no había batallas, ni huellas de oscuridad que arremetieran contra su mundo. Él había elegido este camino, y con cada paso, se sentía más conectado con la humanidad, con la tierra que había aprendido a amar.

Isabella estaba a su lado, su amor eterno, su roca, con Eiden jugando cerca. La paz no era algo que se pudiera ganar con una sola batalla, sino algo que se construye con cada día que pasa, con cada sonrisa compartida, con cada sacrificio hecho en nombre del amor y la esperanza.

—¿Sabes qué? —dijo Azrael, mirando a Isabella, sus ojos brillando con una serenidad que antes solo los cielos podían ofrecer—. Creo que nunca imaginé que todo esto fuera posible. Vivir así. Sin dudas, sin cargas.

Isabella sonrió y le acarició el rostro, como si pudiera leer sus pensamientos más profundos. Sabía que él, aunque había dejado atrás su antigua vida como arcángel, nunca perdería esa luz especial que lo definía.

—Lo que es posible, Azrael, es lo que tú elijas que sea. Has elegido ser humano, ser nuestro, ser parte de este mundo. Y eso es lo que te hace eterno.

Eiden se acercó corriendo, con la misma energía que había heredado de su padre, pero con la dulzura de su madre. En sus ojos, brillaba una chispa inconfundible. Aún no comprendía completamente su origen, pero en su corazón ya sabía que su destino, su legado, estaba entrelazado con el de sus padres, el amor y el sacrificio de aquellos que lucharon para que él pudiera tener un futuro lleno de posibilidades.

Azrael lo levantó en brazos, sonriendo mientras el niño reía.

—Un nuevo comienzo —murmuró Azrael, mirando a su familia.

Y mientras la luz del sol comenzaba a caer lentamente, las estrellas brillaban con una intensidad especial, como si el cielo mismo lo estuviera observando con una mirada de satisfacción. La historia de Azrael, Isabella y su hijo Eiden no era solo una historia de lucha y sacrificio, sino también una de amor redentor, de segundas oportunidades, y sobre todo, de la fuerza de la familia y la humanidad.

El destino ya no era algo que ellos temieran, sino algo que tomaban con esperanza y valentía.

Y así, mientras el futuro comenzaba a desplegarse ante ellos, con la calma de un nuevo día por venir, supieron que, aunque las batallas se ganaran o se perdieran, el amor siempre sería lo que prevalecería.




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