Azul. El renacer

Precipitación

Llevaba dos días enteros encerrada en esa habitación, sentía que me volvía loca, la puerta rara vez se quedaba sin ser custodiada, los guardias tenían órdenes específicas de no dejarme salir bajo ninguna circunstancia.

No podía dejar de pensar en Trébol, tenía que idear una manera de salir de aquella habitación y sacarlo a él de aquel lugar.

A las siete de la noche del siguiente día, Marcos decidió hacerme la visita.

— ¡Marcos! — mis ojos destilaban rabia, mis puños se preparaban para atacar, pero en ese momento...

— ¡No lo hagas! — atrás de él salió una señora anciana con mirada pasiva.

— ¡Julia!— la miré fijamente sin entender la situación.

— Si lo dañas nunca más verás a tus amigos. — me dijo mirándome por encima del hombro.

Al escuchar estas palabras salir de su boca el mundo comenzó a girar, intenté comprender la situación, quizás había malinterpretado sus palabras.

— ¿Qué acabas de decir? — le pregunté apoyándome de la pequeña silla que había en la habitación.

— Así como lo oyes, —su cara era de indignación —esperé todo este tiempo, fingiendo ser tu amiga solo para averiguar ese código que tu padre decidió implantar en tu cabeza. Pero está profundamente enterrado.

— ¿Por qué? —pregunté ocultando una lágrima que corría por mi mejilla.

— Porque yo le ofrezco la salvación y la posibilidad de reunirse con su familia —me dijo algo serio Marcos — sígueme, hay algo que debo enseñarte.

En cuanto salí de la habitación unos guardias salieron atrás de mí, los podría haber eliminado, pero quería ver que tenía Marcos para enseñarme.

Nos dirigimos al ala Este, una puerta enorme se abrió y dentro la luz tenue y parpadeante dificultaba la visión. Caminamos por un pasillo estrecho que al final tenía otra puerta más pequeña. Al entrar Marcos encendió la luz, no podía entender que quería enseñarme, la habitación estaba repleta de tanques llenos de fluidos. Me acerqué poco a poco a los mismos para distinguir lo que tenían dentro.

Mi expresión de horror lo decía todo, miré los demás tanques y quedé completamente horrorizada.

— Querías conocer a los directores y encargados del centro — me dijo con amargura —pues ahí están todos.

Mi mirada se centraba en uno de los tanques que quedaban justo al lado de una máquina extraña, la figura que aparecía allí era una mujer que antes había visto. Mi respiración se volvió entrecortada, como si estuviera sufriendo un horrible ataque de pánico. Nunca podría olvidar aquel rostro, lo recordaba como si fuera ayer. ¡Era Amalia!

— No, no —musité agitada, sin poder creer lo que estaba viendo — es imposible, yo vi cuando... yo... ¿Acaso ella está...?

— No, aun no — me respondió Marcos dirigiendo su mirada a mí —pero pronto lo estará.

Cuando sacó su mano de la bata blanca una pequeña rosa cayó al suelo.

Pasé mi mirada por todos los tanques de la habitación, había un total de cinco personas dentro de cada uno. ¿Quiénes eran los otros cuatro? La pregunta no tuvo que salir de mi boca, pues Marcos se apresuró en decirme.

— Todos son parte de mi familia, verás cuando Amalia falleció mi abuelo, su hermano, ideó la manera de conservar su cuerpo y desde entonces se obsesionó con traerla de vuelta. Estuvo décadas estudiando todo lo referente a esto. Apenas tuvo tiempo para darle amor a su familia.

Su mirada estaba ahora algo triste, pero al mismo tiempo llena de recelo u odio.

— Mi padre continuó su trabajo y cuando falleció me dejó su legado. Sabía que debía encontrar la manera de terminar su proyecto, así que siguiendo las investigaciones de él, de mi abuelo y de mi tía, lo encontré. Verás existe una manera de devolver a estas personas a la vida, busqué en libros científicos y libros de magia, porque la magia a veces no es más que extrapolación de la realidad. Los mitos, las leyendas siempre dejan un hilo de verdad. Indagué con los Quibicús. Entonces fue cuando los descubrí. La tribu perdida...

— ¡Los Ibakrus! — exclamé aun perpleja por la escena.

— Has estado hablando con Sábila supongo. — me dijo acomodando sus espejuelos.

Al fin sabía a quién me recordaba, tenía sus ojos, sus pecas, era su descendiente.

— ¿Cómo sabes...? — musité casi sin aliento.

— Tenemos cámaras, espías en todos lados... ¿crees que no sé todo lo que tu amiguito ha encontrado sobre nosotros, nuestros planes?

— ¿Por qué lo dejaste entonces...?

— Es obvio, nadie le creería una sola palabra, deshacerme de él simplemente llamaría la atención así que lo ignoré, pero me temo que con los acontecimientos recientes... tuvimos que eliminar la amenaza, tus amigos llamarán la atención. La desaparición de Trébol hará que ellos se cuestionen sobre la veracidad en las palabras de Sábila.

— Espera que quieres decir con eso.

— Trébol era la pieza que nos faltaba para poder localizar a los Ibakrus, no podemos dejarlo ir y tus amigos no se hubieran detenido hasta liberarlo, hubiesen alertado a las autoridades, eran un obstáculo por eso no podían vivir.

— No, no, noooo ¿Qué hiciste?

— Lo necesario. Realmente lo siento, debes saber que nada de esto es personal. Pero murieron rápido y sin dolor. Sabes..., quizás en otra vida tú y yo...

— No te atrevas siquiera a decirlo. Tú eres un ser despreciable. TE ODIO, TE ODIO.

— Sí... yo también me odio a veces. La mayoría del tiempo creo que esta tarea... es una maldición.

Mientras gritaba desesperadamente, ordenó a los guardias que me llevaran de vuelta a mi habitación. Antes de que pudieran tomarme en sus brazos caí al suelo llorando inconsolablemente. Rosita, Violeta e incluso Sábila eran mi familia. Ahora no tenía a nadie. Julia siempre me había odiado solo quería utilizarme... así como Marcos.

Boj y Rafael estaban perdidos en el mundo, nadie sabía sobre ellos o quizás no estaban perdidos, seguramente también estaban aquí, atados a alguna máquina y completamente sedados.




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