Azul. El renacer

Epílogo

Pasaron al menos un mes para que el agua volviera a su lugar, y mucho más para que se pudiera recuperar la cuidad y volver a la normalidad.

El príncipe Iván continuó visitándonos y se convirtió en alguien muy querido por todos nosotros.

Con el pasar de los años él y Rosita se enamoraron, luego de varias caídas, dolorosas rupturas y bellas reconciliaciones, decidieron casarse y seguidamente tuvieron siete hijos y fueron muy felices.

Por otra parte Sábila y Tilo se unieron a la policía internacional, que se encargaba de descubrir a criminales en todas las ciudades y a pesar de que eran defensores de los derechos de los niños y de amar incondicionalmente a todos sus sobrinos, nunca quisieron tener hijos. Cuando envejecieron se retiraron a un pequeño cayo, que surgió años más tarde y allí en completa tranquilidad fallecieron juntos, dicen que en sus rostros se reflejaba una bella sonrisa de paz.

Romero y Violeta se dedicaron al estudio de los Mitsus, hicieron varios estudios sobre los ecosistemas que se formaban sobre ellos y probaron que la mayoría de las criaturas que vivían en ellos tenían características distintivas. Cuando sus hijos, Dalia y Oscar tuvieron edad suficiente y dejaron el hogar para encontrar su propio futuro, ellos decidieron emprender un viaje junto a Rafael, en busca de las tribus perdidas de la antigüedad, entre ellas la antigua tribu de los Glacies, pero esa es otra historia.

Rafael nunca más encontró el amor; pero se apropió del centro de investigaciones Oscar Duartes y allí se encargó de monitorear la actividad de todos los científicos. Donde creaban objetos y nueva tecnología que no afectaban a la naturaleza. Cuando Romeo y Violeta lo invitaron al viaje de sus vidas en búsqueda de las tribus, no dudó en aceptar.

Por nuestra parte Trébol y yo nos casamos la primavera de ese mismo año y desde aquel día en lo adelante fuimos muy felices. Adoptamos a cinco niños y formamos una familia, vimos a nuestros hijos crecer y a sus hijos crecer también, Trébol vivió durante muchos años; pero aunque los Quibicús no envejecen rápido, como los humanos, eventualmente llegan al final de sus vidas y Trébol, mi hermoso Trébol se un día en la tranquilidad de la noche. El entierro tuvo muchos invitados y no fue nada triste, lo recordamos con alegría y al final del mismo entré en mí propia caja y apagué para siempre mi sistema.

Y en la eternidad del sueño a la que me sometí, mi conciencia vivió en aquella cabaña con el chico de piel verde, ojos claros, pelo rizado y hojas de trébol en sus orejas. Quizás era una ilusión, quizás solo era un pequeño espacio que se quedó encendido en mi sistema; pero para mí era el paraíso prometido, la felicidad eterna.




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