Azul es el cielo de tus ojos

Capítulo 22: Cita en el CN Tower

Eran las 7:30 p.m. cuando salí de casa, Mamá y Danielle se habían encargado de ayudarme ese día en la elección de mi atuendo, sin embargo, no importaba mucho que llevara puesto ese día porque recuerdo haber tenido una capa grande de nerviosismo, además, de que aún seguía teniendo esa sensación en mi pecho.

Mamá había estado actuando muy extraña estos últimos días y, a pesar de mi insistencia, no supo decirme nada más que: “Todo está bien, hija, no te preocupes”. Aquellas palabras no me propiciaron la calma que ella trataba de asegurarme, y aún con todo ello me encaminé hacía el taxi que habían pedido para mí. En cuanto entré al auto no pude evitar pensar en cuanto tiempo ha pasado desde que nos mudamos a Toronto, y como sin imaginarlo, hice grandes amigos con quiénes tengo grandes recuerdos. Si me preguntaran si me habría imaginado que encontraría el amor en esta ciudad, diría que no. Desde el día en que nos conocimos, Nathaniel y yo siempre hemos estado el uno para el otro como lo harían dos amigos, como lo harían dos hermanos. He de admitir que tenemos una conexión única, pero nunca sopese eso en todos estos años como amor, supongo que aquellos niños que se divertían juntos, crecieron y se dieron cuenta de aquello que antes no era visible ante los ojos. Sin embargo, soy consciente de que no siempre es igual con todos, por lo que creo que nadie sabe cuándo el amor tocará a su puerta, ni tampoco quién estará detrás de ella, sería una tontería pensar que algunas cosas son obvias en la vida, porque no siempre las historias tienen un mismo final. Y ahora que estoy a solo unas cuantas calles hacia él, sé que esta historia es diferente.

—Llegamos, señorita—afirmó el conductor, quién dirigió su mirada hacia mí.

—Muchas gracias—extendí mi mano con el dinero, y salí del auto—, que tenga buena noche.

<<¿Qué tenga buena noche?>>  ¡Ay, Eli, si no calmas esos nervios estarás en serios problemas! —dije esto último en voz alta y entonces le escuché detrás de mí.

—No sabía que te gustara hablar sola.

—¡Y no me gusta!—volteé a verlo, sin pensar en la distancia que nos dividía.

Sus labios quedaron a solo un centímetro de los míos, por lo que podía sentir su respiración, mientras aquellos ojos centelleantes no dejaban de mirarme. Empezó a acomodar mi cabello, y cierta corriente indescriptible me invadió ante su tacto, sin embargo, este no se detuvo, su mano se dirigió a mi mejilla hasta tomar con ella mi barbilla, y aquella ínfima distancia que nos dividía antes, dejo de existir cuando colocó un pequeño beso en mi frente, y entonces susurro:

—Aún no es el momento.—sonrió y tomo mano—¿Te parece si entramos?—dirigió su vista hacia el CN Tower.

—Claro—accedí tímidamente.

En ese instante me percaté que no había dirigido mi vista hacia el lugar desde que salí del auto, esa noche, la atmosfera del lugar lucía más hermosa que de costumbre. Desde afuera de podía ver muchas personas en el mirador, por lo que supuse que no tendrías mucha privacidad, esta vez, además, ¿qué era eso que quería mostrarme?

—Sé lo que piensas, Eli—confeso Nathaniel—, pero esta vez no iremos al mirador.

—¿Ah no? ¿Entonces donde iremos? —dije perpleja.

—Ten paciencia, pequeña—sonrió—. Lo sabrás en cuanto lleguemos, pero antes…—sacó un pañuelo de su bolsillo—, tendrás que ponerte esto.

—¡Oh, no! —negué con la cabeza y me crucé de brazos—me rehúso a ponerme eso de nuevo.

—Bien—contesto él—. Entonces, será mejor que te lleve a casa—me tomó del brazo y empezó a dirigirme en dirección opuesta.

—¡Ah!—grité enojada—¡Te odio! Ponme el bendito pañuelo.

—Es lo que pensé.

Y entonces esa sonrisa que muchas veces me alegraba el día, me resultaba insoportable porque reflejaban una gran satisfacción de haberse salido con la suya. Empezamos a caminar hacia la torre, esta vez no podía ver nada,  y debía dejarme llevar por su guía, pude sentir la puerta abrirse, y adentrarnos en el lugar, entonces, nos detuvimos en seco.

—¡Lo olvidé!—se lamentó.

—¿Qué sucede?—pregunté ante su repentino comportamiento.

—No es nada—dijo él nervioso—Confías en mí, ¿no es así?

—Tú lo sabes mejor que nadie—aseguré, y cierto escalofrío recorrió mi cuerpo al decir aquello.

—Bien, entonces creo que no habrá problema.

—¿Problema con qué?—contesté asustada y antes de que pudiera añadir algo me levantó y me colocó por sus hombros.

—¿Pero que haces?—dije enojada—.Bájame en este momento—le amenacé .

Oí como se abrían las puertas de lo que parecía ser el ascensor y entramos en un santiamén.

—Lo siento—se disculpó él mientras me bajaba—, pero conociéndote, tal vez terminarías encerrada sola en un ascensor con los ojos vendados

—¡Te odio!—afirmé una vez más—Tengo los ojos vendados no las manos amarradas, ¿no se te pasó eso por la mente?

—Tienes razón—empezó a reír fuerte—supongo que yo también estoy nervioso.

Y escucharle decir aquello, me hizo olvidar de mi enojo, por lo que me le uní, entre risas.

—Somos unos tontos—confesé—nos conocemos hace tanto tiempo y aún así actuamos de esta manera.

—Sin duda—afirmó y me rodeo con sus brazos mi cintura—. Pero somos unos tontos enamorados.

Esta vez, no solo sentí la cercanía de su cuerpo y respiración ante mí sino también un pequeño y dulce roce de sus labios que se detuvo al escuchar las puertas del ascensor abrirse.

—Debes estar bromeando conmigo—murmuré entre risas.

Y aunque quiso contener su risa, pude escucharlo claramente y entonces aclaró su garganta.

—Creo que fue lo mejor—confesó él, mientras caminamos—, estos ascensores son un peligro, agradezco que se halla abierto—empezó a desatar la venda de mis ojos—Hubiera sido muy cliché, mereces algo mejor que eso.

Cuando volteé a ver hacia el lugar, no me lo podía creer. Nos encontrábamos en el restaurante giratorio 360 del CN Tower. Solía ver desde lejos a las parejas comer aquí, pero nunca tuve la oportunidad de entrar, siempre me pregunté como sería.




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