Azulejo De Amor

Capitulo 1

Desde muy niña siempre soñé con un cuento de hadas. Hace siete años, cuando mis prematuros dieciocho llegaron a mí, creí que mi príncipe también había aparecido, dispuesto a rescatarme de mi castillo embrujado. Pero mi cuento de hadas solo existía en mi cabeza; solo yo viví ese amor. Haber entregado todo de mí solo dejó despojos de lo que alguna vez fui.

Pero la vida, en su extraña manera, siempre termina dándote un motivo para seguir, incluso cuando sientes que te han arrancado el corazón. Te da una razón para respirar, para levantarte, para hacer todo lo que haces. Esa razón por la que luchamos y seguimos adelante, sin importar cuánto sangremos. Aquello que es capaz de sacarnos sonrisas sinceras, incluso con los ojos llenos de lágrimas.

Los últimos dos años de mi vida han sido una montaña rusa: dolor, lágrimas, miedo, angustia… y, al mismo tiempo, la más grande alegría.

Muevo con destreza los dedos sobre el teclado mientras escribo el avance del último paciente de mi jefa. Al teclear la última palabra, miro la hora y lanzo una maldición al aire. Cierro todos los informes, guardo mis cosas y me dirijo al consultorio. Toco suavemente la puerta hasta que escucho un “pase”.

La figura de una mujer hermosa de cuarenta y siete años aparece ante mis ojos. Es rubia, de ojos marrones, piel blanca y una sonrisa que puede calmar hasta la peor tormenta.

—Terminamos por hoy, Bonnie —dice mi jefa, la doctora Anouk Evanson, psicóloga de profesión—. Puedes irte. Te espero temprano. Tenemos mucho trabajo.

—No te preocupes, Anouk. Mañana estaré aquí como siempre —le sonrío, y ella me la devuelve. Es una mujer tan tierna.

—Oh, espera —dice justo cuando estoy a punto de abrir la puerta. Me detengo y me giro hacia ella.

—¿No has sabido nada de tu padre? —niego con la cabeza.

—Mmm... hace mucho tiempo. Meses antes de que mamá muriera —respondo con melancolía—. Como te conté, nunca fui apegada a él. Lo he visto pocas veces en mi vida.

Ella me observa en silencio un instante. Me hace un gesto que no logro descifrar.

—Estoy segura de que tendrá alguna razón —suspira—. Es un gran hombre.

Por un momento, su mirada cambia. No dice más. Me despido sin insistir.

Salgo confundida por su pregunta. Nunca lo había hecho. Sé que es su amigo, esa es la razón por la que ahora soy su secretaria. Nunca cuestioné mucho el hecho de que se conocieran, ni cómo me llegó a reconocer. Solo necesitaba un trabajo urgente. Tenía que costear grandes facturas.

Todos los días me divido en dos: en la mañana soy una pulcra secretaria en su consultorio privado, y en las tardes, una eficiente mesera en un restaurante.

Salgo a toda prisa del edificio sin importar a quién pueda tropezar. Tengo solo diez minutos para llegar a mi turno. No puedo permitirme una sanción: el dinero no me sobra. Las horas extra me ayudan a flotar hasta fin de mes. Cada peso es oro para mí.

Apuro el paso hasta terminar prácticamente corriendo por una avenida llena de autos y conductores rabiosos por la hora pico. Sonrío al cruzar la calle y notar que mi pequeña victoria está cerca.

Al llegar, lo primero que recibo es una mala mirada del señor Luis, el dueño del lugar, y su dedo apuntando al reloj que cuelga sobre la pared, marcando mis cinco minutos de retraso.

—Llegas tarde otra vez —dice con una mezcla de reproche y comprensión—. Mira, te entiendo. Sé que necesitas este turno, y sobre todo las propinas. Soy consciente de que no la tienes fácil. Pero solo trata de llegar antes —continúa el hombre, que aún no llega a los cincuenta—. Vamos, no creo que tengas tiempo de cambiarte —agita las manos con urgencia—. Comienza, ya hay muchos clientes.

Asiento con una mirada de disculpa. Es la segunda vez en la semana que llego tarde, y apenas es miércoles. Me dirijo al pequeño vestidor, pero como él dijo, no tengo tiempo que perder. Me coloco el delantal encima del uniforme de secretaria y salgo, aunque siga con los tacones altos. Cada segundo se descuenta de mi paga.

Cuando por fin cumplo mi turno, no puedo evitar sonreír al saber que estoy a punto de terminar con mis agotadoras jornadas. Miro el reloj y noto que han pasado veinte minutos más de lo que dura mi turno. Doy por hecho que ya repuse mi retraso. Me dispongo a dejar la bandeja cuando una mano se aferra con fuerza a mi antebrazo.

—Permíteme unos minutos —dice una voz masculina. Giro la cabeza y me encuentro con un hombre de mirada oscura y aterradora.

—Te conviene —agrega con una sonrisa que me da urticaria, sin soltarme la mano—. No te vas a arrepentir.

—¿En serio no me voy a arrepentir? —le contesto con una sonrisa encantadora. Alzo una ceja, me inclino levemente y dejo la bandeja en una mesa cercana. Luego, le sonrío de nuevo. Él me devuelve el gesto y mira a su acompañante con expresión triunfal.

—Pero creo que quien se va a arrepentir es otro —susurro, mientras clavo con fuerza las uñas de mi mano libre en el brazo que me sujeta. Cuando intenta zafarse, lo piso con toda la frustración que traigo encima. Me desquito con él. Como dicen por ahí: papaya puesta, papaya partida.

—Así que dime ahora… ¿quién se arrepiente, idiota? —le doy otro pisotón.

Lo suelto y me voy directo al vestidor. Una vez allí, no puedo evitar reclamarme por haber sido tan impulsiva. Suelto un par de lágrimas. No puedo darme el lujo de perder este trabajo.

Me prometí no volver a dejarme maltratar. Nunca más. Pero en cada hombre que se me acerca veo el reflejo de mi pasado. La culpa se apodera de mí. Necesito cada peso que gano. Todo es por esa sonrisa… la que ilumina mi vida, la que hace que todo sacrificio valga la pena, que cada gota de cansancio no se sienta.

Cierro los ojos y su imagen viene a mí. Su sonrisa. Todavía me parece increíble cómo la vida puede ser tan cruel, poniéndote pruebas tan grandes. Daría mi vida para que todo el dolor lo sintiera yo, para que solo mis lágrimas se derramaran.



#1821 en Novela romántica
#685 en Chick lit

En el texto hay: bebes, amor, odio amor

Editado: 04.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.