Capítulo 3
Quiero saltar de emoción cuando dice esa palabra, tal vez si lo va a querer ayudarlo y si aún no está convencido sé que cuando lo vea lo hará, no puedo evitar sonreír, tengo la fe de que mi hijo va a estar bien, que va a poder vivir su vida.
- Bonnie... Tenemos que aclarar muchas cosas - me advierte - tenlo presente.
Que su amigo nos acompañe no me sorprende en lo absoluto, desde siempre se han tenido el uno al otro. Cuando llegamos al pasillo donde está su secretaria, la mirada de ella se fija en mí - Tengo que revisar mi personal, porque al parecer cualquiera lo dejan pasar - al final no puede dejar pasar que me haya colado a su empresa. Ella se pone en pie y se acerca con una hoja - me muestran que ingresó cuando lleva media hora en mi oficina.
- Fue muy hábil, pareciera que se conociera las instalaciones de memoria - claro que me las conozco - Señor... ya viene a sacarla, están esperando a la policía, es una ladrona – dice ella de manera despectiva, estoy dispuesta a contestarle cuando una mano agarra mi brazo giro mi cabeza y encuentro a Ashton sonriendo mientras niega.
- ¿He ordenado a la policía? – niega - no verdad, entonces cancelen el numerito, tengo una partida de inútiles -responde el demonio con su común voz indiferente.
- Pero ella entró como una ladrona… y debe tener cómplice subió por su ascensor privado, la clave solo la tiene usted – repica señalándome - además parece que cometió robo en la cafetería de enfrente.
Eros me mira con una ceja alzada y Ashton suelta una risa – Tenía que verte – respondo mientras me encojo de hombros de manera indiferente y acomodo la cachucha en mi cabeza - además no tengo la culpa que no haya cambiado la clave de tu ascensor.
- Nada de eso es de su incumbencia – le dice a la secretaria – no quiero ver un solo policía. Ocúpese de sus asuntos, impertinente.
Simplemente, le sonrió a la secretaría cuando él le suelta esas palabras, en momentos así es cuando me encanta que él siempre ande con un palo en el culo.
Él se acerca y le da instrucciones diciéndole que no vuelve en el resto del día, cosa que me sorprende, cuando acaba hace una señal para que lo sigamos, pero antes de que podamos avanzar unos tacones retumban y una voz escandalosa se escucha.
—¡Oh, Dios, Bonnie! ¡Estás aquí! —exclama una mujer que se abalanza sobre mí, envolviéndome en un abrazo sofocante—. Pensé que nunca más te volvería a ver, te he extrañado tanto.
—Yo también, Brenda —le respondo sonriendo, dirigiéndome a la hermana mayor de Ashton—. Estoy bien.
—Pues no lo parece —suspira ella, mirándonos con una sonrisa siniestra—. Volvieron, ¿verdad? Estás otra vez con Eros. Siempre supe que terminarían juntos. ¡Qué alegría! —empieza a aplaudir con esa sonrisa que da un poco de miedo.
—No, no y no, Brenda —le respondo firme—. Ese error no lo vuelvo a cometer, ya lo hice demasiadas veces y ninguna experiencia fue buena. Eso ya sería masoquismo.
Escucho a Eros gruñir, Ashton se ríe, su hermana sonríe divertida, y la secretaria me mira con sorpresa.
—Ya déjalo, Brenda. Tenemos que irnos —dice Eros, mientras se dirige rápido hacia el ascensor—. Después puedes gastar toda tu lengua parlanchina e insoportable conmigo, pero ahora tenemos prisa.
—No se te olvide que es mi hermana y puedo pegarte —le regaña Ashton
—Sabes que para mí también lo es, aunque sea un grano en el culo, Ashton —responde—. Creo que hay que hacer yoga para soportar cinco minutos seguidos de su emoción.
Me encuentro sentada en el asiento del copiloto de un Ferrari gris metálico. No tengo idea del modelo exacto, pero claramente es uno de esos autos que cuesta más de lo que gano en un año. A mi lado, como si el universo quisiera castigarme aún más, está él... Eros. El demonio al volante. Avanza por las calles con esa seguridad arrogante que lo caracteriza, como si le pertenecieran.
Estoy incómoda. No. Estoy sofocada. Estar en un espacio tan reducido con él no es sano para mi salud mental, ni para mi corazón que insiste en recordar cosas que preferiría olvidar. Me hubiera encantado irme con Ashton, quien nos sigue en su propio auto, pero Eros insistió. Como siempre, él decide.
Hago un esfuerzo sobrehumano para no mirarlo. A veces me pregunto qué pasa por su cabeza. Siempre quise descifrarlo, desde el primer día. Eros fue mi enigma, mi tormenta. Supongo que eso fue lo que me atrajo, lo que nos atrapa a todos: el peligro disfrazado de fascinación. Lo prohibido tiene su propio lenguaje, y el suyo me hablaba con fuerza.
Pero no me arrepiento. No puedo. Porque si no hubiese sido por ese error, por esa historia confusa y dolorosa, no tendría a mi hijo. Y no hay versión de mi vida en la que pueda imaginarme sin él.
Diez minutos después, el auto se desliza dentro del estacionamiento del hospital. Ambos suspiramos al mismo tiempo, y al bajar del vehículo nuestras miradas se cruzan. Es solo un segundo, pero es intenso, incómodo, como si quisiéramos decir muchas cosas y al mismo tiempo nada. Como si nuestros silencios gritaran verdades que no nos atrevemos a pronunciar.
El sonido seco de la puerta cerrándose rompe el momento.
—¿Quién está aquí? —la voz de Ashton aparece de la nada, interrumpiendo la tensión.
—Vamos a conocer a alguien y resolver ciertos asuntos —responde Eros con su tono seco, sin emoción, como si esto no significara nada.
Y esa indiferencia me duele más de lo que debería.
Les hago una seña con la mano para que me sigan, y ambos lo hacen sin decir una palabra. Camino con paso firme, guiándolos por la entrada del hospital que ya me sé de memoria. Avanzamos en silencio durante unos segundos hasta llegar al ascensor que nos lleva al piso donde dejé a los chicos. A medida que caminamos por los pasillos blancos, repletos de afiches infantiles y dibujos de colores, se impone entre nosotros un aire de tensión palpable. La decoración no deja lugar a dudas: estamos en pediatría. Ashton, al notar los detalles, frunce el ceño, desconcertado.