—¿Esto es una cena? —me quejo, logrando tragar el último bocado—. Dios mío, se parece más a una tortura.
—Bonnie, saber cuándo guardar silencio es una de tus pocas virtudes. —Empieza a hablar con esa voz pausada y medida que tanto me irrita—. No te arruines a ti misma. —¿Se está burlando de mí?— Todavía no ha terminado el día, ¿puedes hacer el favor de esperar antes de soltar todo tu veneno? —Sonríe con ese cinismo que me saca de quicio—. Aunque te soy sincero... —su cuerpo se tensa ligeramente— eres una tortura. Una tortura para mí.
Una tortura para él... interesante. Por lo menos va a sufrir mi presencia tanto como yo la suya. Espero prudentemente hasta que todo esté recogido. Al escuchar la puerta trasera cerrarse, lo miro fijamente.
Para mí, es como si hubiera sonado la campana de combate.
Me pongo de pie, camino hasta donde él está sentado y me planto frente a él, con las manos en la cintura, preparada para la batalla.
—Ahora sí... ¿me vas a decir por qué carajos llevaron mis cosas a tu habitación, Eros? —Sus cejas se alzan, altivas.
—Tu habitación… —repite con esa voz suave y peligrosa, lo cual solo incrementa mi malestar. Me aterra imaginar lo que está maquinando en esa cabeza malvada y retorcida.
—Sí, mi habitación. Lo cual quiere decir que tus cosas van a salir de ahí —digo despacio, como si así pudiera convencerme de que eso realmente va a suceder.
—No. No estoy diciendo eso —su mirada se oscurece al posarse sobre mí—. Es nuestra habitación.
—¿Qué? —grito incrédula—. Creo que escuché mal. ¿Nuestra qué?
—Deja el drama, Bonnie. Es necesario —responde con tono cansado, como si esta conversación fuera un castigo para él—. Cambia esa cara. Ni que nunca hubieras entrado ahí. —Tuerce los ojos con desprecio—. Recuerda que siempre fue nuestra habitación.
—Lamento decirte que no tengo los mismos recuerdos que tú. —Mi voz ya no tiene gracia, solo enojo—. Hoy por hoy, dudo que en verdad hayas compartido algo conmigo... y eso incluye esa habitación.
Me arde el pecho. Me enoja su actitud condescendiente, como si todo esto fuera normal. Como si lo nuestro no hubiera sido una completa pesadilla.
—Este lugar es lo suficientemente grande como para que cada uno tenga su espacio. No me consideres una idiota, imbécil.
—Sin insultos —rueda los ojos con fastidio—. Esto lo hacemos por Ángel. No es que me muera de gusto por tenerte cerca.
—Compartir una habitación no tiene nada que ver con Ángel.
—Te equivocas. —Se cruza de brazos—. Se supone que somos una pareja estable, duradera y en armonía. ¿Cómo vas a explicar que dormimos separados? ¿O si algún empleado dice algo que no debe? El teatro se cae. No basta con decir que estamos bien: hay que aparentarlo. Los trabajadores serán entrevistados, nos harán visitas sorpresa. Nos tocará dormir juntos.
Su ironía y ese tono de “yo tengo la razón” me hierve la sangre.
—No pienso dormir contigo —le espeto con frialdad.
—Nunca quieres nada, Bonnie. —Se levanta de la mesa y empieza a subir las escaleras—. Voy a ver a mi hijo. —Hace una pausa en el primer escalón—. Deja de darle vueltas. No te voy a hacer nada... si eso es lo que te preocupa.
Lo veo desaparecer por las escaleras. Exhalo con fuerza. Me está desafiando. Y más allá de las apariencias que tanto le preocupan, lo sé... lo conozco: en su mirada se escondía algo más.
Este no es solo un teatro.
Es un juego.
Un reto.
Y yo no estoy dispuesta a perder.
Lo veo desaparecer por las escaleras. Exhalo un suspiro. Me está desafiando, el maldito. Más allá de las apariencias, sé que detrás de todo su estúpido discurso se esconde el reto: ir a la habitación… o salir corriendo.
Respiro hondo y camino directo a la dichosa habitación compartida. En cuanto entro, mis nervios se disparan a niveles tan altos que siento que podría desplomarme en cualquier momento. Aprovecho que estoy sola para alistarme antes de que él regrese.
Entro al baño y me encuentro con todas mis cosas pulcramente organizadas. Esto es agobiante.
Me cambio rápidamente por ropa cómoda, me lavo la cara y los dientes, recojo mi cabello en un moño alto, desordenado. Frente al espejo del tocador doble, me detengo.
—Bonnie… no caigas en sus juegos —me susurro.
Salgo del baño y me acomodo en el centro de la cama con las piernas cruzadas. En cada mesa de noche hay una pequeña pantalla que transmite imágenes de la habitación del bebé. Tomo una en mis manos y, al encenderla, el corazón se me acelera.
Eros está meciendo suavemente a Ángel mientras acaricia su cabecita llena de rizos negros.
—Tu hijo se ganó tu corazón —susurro, viendo esa escena.
No puedo seguir mirando. No soy tan masoquista como para presenciar cómo Eros es capaz de sentir amor… aunque no sea por mí. Y no es que lo quiera, no. Lo intenté hasta el cansancio, y en su momento, lo di todo.
Para no seguir torturando mi corazón, dejo la pantalla a un lado. No sé si algún día podré acostumbrarme a esta nueva versión de Eros. Mi cabeza no logra procesar esa imagen de padre abnegado. Intentando dejar atrás esos pensamientos, prendo la enorme televisión de la habitación.
Pasados unos minutos, la puerta se abre.
—Veo que ya estás instalada —me escanea de pies a cabeza.
—Es mi habitación, ¿no? —alzo una ceja.
—Ya lo entendiste —se burla—. Hay que dejarte sola para que esa cabecita tuya funcione.
—Te crees tan gracioso —le hago una mueca—. Puedes dormir en ese sillón —le señalo el único sillón del cuarto, claramente pequeño para su cuerpo—. Tenerme cerca es imposible para ti, ¿cierto? —lo reto con la mirada—. No quiero que en la madrugada me despierten tus gritos de terror por estar a mi lado.
—Eres una niñata —responde antes de encerrarse en el baño.
Trato de ignorar el sonido del agua cayendo y me concentro en la televisión. Cuando mis ojos comienzan a cerrarse, lo veo salir del baño con los brazos cargados de sábanas y almohadas. Por un rato disfruto viéndolo pelear con el espacio, intentando encontrar una posición cómoda en ese sillón minúsculo.