Eros
Dudo que alguna vez haya hecho las cosas bien. Me he equivocado tanto que la vida se encargará de hacerme pagar cada error, uno por uno. Doy vueltas alrededor de mi escritorio tratando de canalizar al demonio que llevo dentro.
Una tos forzada interrumpe mis pensamientos y los arrastra al presente.
—Usted ordenó que no se le informara nada —la voz me obliga a detener mis pasos y mirar fijamente a los ojos al dueño de esas palabras. Puedo sentir su nerviosismo por lo que pueda yo hacerle.
—Hay límites —hablo con rudeza—. Deberías haber sabido que algo así cambiaba las reglas del juego —suspiro—. Cualquier idiota con honorarios menores que los tuyos pudo haber deducido que eso sí debía saberlo.
—Solo cumplíamos con lo que ordenó —su estúpida respuesta solo aviva al demonio que llevo dentro—. Usted fue muy preciso con sus deseos, señor. Sus palabras fueron: encárguense de que esté bien y que desaparezca.
Descargar mi furia contra un simple empleado que solo obedecía no cambiará nada. Las razones que alguna vez tuve para justificar cada cosa que le hice ya no tienen sentido.
—Lárgate —lo echo de mi oficina sin miramientos.
Sin dudarlo, desaparece de mi vista lo más rápido que puede. Dejo caer mi cuerpo cansado en el sillón de mi oficina. Soy un imbécil. Debería haber revisado los informes todo este tiempo.
—Embarazada… estaba embarazada.
La habría dejado a mi lado si hubiera sabido que estaba esperando un bebé. El pasado que vivimos juntos marcará nuestro presente para siempre.
Desde que la conocí, todo lo hice mal: dejarla aceptarme en su vida fue el primer error, el segundo dejar que me amara, el tercero hacerla el blanco de todos los que me conocen, y el último, convertirla en mi desecho.
Bonnie:
—Como el señor dice que eres mía, le voy a exigir que te remodele, es más, que te hagan de nuevo —comienzo a hablar en medio de la habitación—. Y tú, cama —la miro con desafío—, serás la primera en desaparecer.
Me río y me paso las manos por la cabeza. —Vas a acabar con toda mi cordura, Eros.
Rápidamente corro al baño a darme una ducha. Me arreglo, hago unas cuantas llamadas; necesito definir mi trabajo, porque cada vez asisto menos. El yugo del padre de mi hijo me está alcanzando de nuevo. Al caer el atardecer bajo a la cocina para preparar la cena de Ángel. Quiero tener todo listo cuando se despierte exigiendo atención.
Al estar ahí pierdo el rumbo buscando al personal de servicio.
—Señora —me dicen dos mujeres; una de unos cincuenta años que se presenta como la cocinera, y una joven encargada de la limpieza que la ayuda.
—Buenas —les digo—. Necesito preparar la comida de mi hijo, ¿me pueden guiar para saber dónde se guardan las cosas?
Ellas parecen haber escuchado una confesión muy grave.
—Señora, estábamos esperando a que se alistara para que nos dijera qué va a querer para la cena y qué comerá el niño Ángel.
Las miro fijamente. —Es orden de Eros —digo más como afirmación que como pregunta.
Me quedo un buen rato con ellas explicando todo lo que Ángel necesita. Sobre lo que Eros coma, me da igual, así que les dije que hicieran lo que tenían planeado.
—A tu papá le podemos dar alacrán a la pimienta —les hago una mueca—. Sí... a ver si eso le gusta.
Miro la sonrisa de mi hijo y me derrito. —Eres tan bello, bebé.
A las siete en punto estamos los tres sentados en el comedor listos para cenar. Eros en la punta de la mesa, nuestro hijo en medio. Cenamos en absoluto silencio. De vez en cuando Eros deja de comer para prestarle atención al niño.
—Comí con agonía —comenta al entrar a la habitación después de acostar a Ángel—. Te imaginaba echándole algo a mi plato.
Lo miro desde la cama, indiferente. —Si vas a vivir con esa preocupación, ahora sí me encanta encargarme de tus comidas —le sonrío.
Entra al baño riéndose. —Bonnie... respuestas rápidas.
Con un nudo en la garganta espero a que salga del baño. No puedo permitirme caer en sus juegos ni manipulaciones.
—Ni se te ocurra acercarte —le advierto cuando mueve el edredón blanco de la cama.
—Relájate.
Lo ignoro completamente, dándole la espalda. Siento cómo el colchón se hunde a mi lado. Cierro los ojos y en mi mente empiezan a pasar imágenes de mi vida a su lado.
Eros:
—La mierda es solo tuya —me acusa—, no puedes cargar con todo eso solo tú, Eros.
—Lo siento, Ashton, pero soy lo suficientemente egoísta para quererla a mi lado —su mirada de desaprobación no disminuye mis ganas de tenerla cerca—. Además, tú la trajiste aquí —le recuerdo.
Se queda en silencio varios segundos hasta que encuentra una respuesta en su cabeza. —Lo último que pensé fue que te ibas a enterar de su existencia, solo quería ayudarla —resopla—. No es una de tus modelos, es solo una niña, lleva aquí apenas un par de meses y ya está involucrada en tu vida. Lo peor es que ella ni siquiera lo sabe.
—Imposible no notarla, Ashton —le comento—. Si te sirve de algo, es algo distinto, no es una de mis modelos, es Bonnie.
—¿Cómo va la convivencia? —pregunta Brenda—. Tenemos programada una visita de un trabajador social para la próxima semana.
—Aguantando —le respondo cortante.
Dormir con Bonnie cada noche se ha convertido en un reto de resistencia. Este primer mes bajo el mismo techo ha sido agotador. Todos los días salgo lo más temprano posible de la casa, y al regresar solo me concentro en mi hijo. Trato en lo posible de entrar a la habitación solo cuando ella esté bien dormida y arropada.
—Reúnete con ella —le ordeno—. Ponla al tanto de todas las novedades del caso e infórmale de la visita. No hay más, el trabajo te espera —le señalo la puerta.
Se pone de pie y, antes de salir de mi oficina, me dice:
—Deberías pujar y sacarte ese maldito palo del culo, Eros. Cuando me hablas así, tengo que recordar por qué te amo.