Bonnie
—¿Estás segura de que Ángel necesita tanta ropa? —pregunta Brenda, y eso me obliga a detener el carrito de compras.
En lugar de mirarla, fijo mis ojos en unas pijamas diminutas.
—La ropa nunca estorba —respondo mientras tomo un par.
—Tu llamada tan temprano tiene un motivo más serio que comprarle ropa al bebé —dice despacio, demasiado despacio.
La ignoro.
—Este color combina con sus ojos. ¿Qué opinas? —le muestro un conjunto gris.
—Opino que nunca has combinado los ojos con la ropa —me regaña—. Sé que quieres hablar de Eros. Te está atormentando y crees que, de alguna forma, hablar conmigo te va a ayudar a entender eso que te come viva.
Apoyo el peso de mi cuerpo sobre el carrito. Inspiro hondo. Intento creerme dueña de mis emociones, dueña de ese huracán que se forma en mi estómago cada vez que escucho su nombre.
—Si te digo que quería estrenar la cuenta corriente que Eros abrió para los gastos de su hijo… ¿me crees? —fuerzo una sonrisa, pero sé que me delata la mirada.
—Cariño… eso no es una sonrisa, es una mueca horrenda. —Se acerca y me abraza—. Puedes interrogarme todo lo que quieras. Te juro que queda entre nosotras.
—Entenderlo me parece imposible —la miro directo—. Y tampoco quiero entenderlo. Solo quiero que sea un buen padre para Ángel.
Pagamos la montaña de ropa innecesaria y nos dirigimos a una cafetería. Ver a Brenda tan luminosa, tan llena de palabras bonitas, me llena de un extraño alivio.
—Bonito lugar —comenta al sentarse—. Comamos algo. Necesito entrar en calor. —Ríe.
—Dale.
Cuando el pedido llega a la mesa, dejo de darle vueltas. Voy al grano.
—¿Hubo diferencia entre el Eros de antes de conocerte y el Eros de ahora?
Brenda deja de comer de inmediato. Baja el tenedor, respira hondo.
—Eros siempre ha sido el mismo, Bonnie. —Su voz se suaviza—. Su comportamiento es lo más estable que he visto en mi vida.
No sé cómo tomar su respuesta. Mi alma esperaba otra cosa, algo que calmara este nudo en mi pecho.
—Brenda… —suspiro—. Para mí está siendo muy difícil separar al padre de mi hijo de toda la mierda que flota alrededor de él… y alrededor mío.
—Ustedes construyeron una vida juntos, compartieron años, Bonnie. Para mí fue un golpe cuando desapareciste. Nunca entendí por qué terminó todo… parecía perfecto.
—Nada es perfecto —mi voz sale raspada—. Y menos la relación que tuve con él.
—Ahora lo veo… —admite—. Pero en ese tiempo se veía mucho amor. Quiero que sepas que te extrañé. Todo este tiempo… estabas y estás en mi vida, en la de todos. Eres parte de nosotros, cariño.
—Yo también te extrañé —digo con un nudo en la garganta—. Ashton y tú siempre me hicieron sentir bienvenida en su mundo.
—No somos de otro planeta —ríe—. Somos normales.
—Eros es una galaxia completa —respondo con ironía—. Una muy lejana… nunca explorada.
Brenda suspira, suave, triste.
—Él siempre fue reservado. Frío. Casi sin emociones. Pero tú… tú le moviste el piso. Aunque no lo parezca, Bonnie, no es tan malo.
Sus palabras se sienten como un susurro que me toca la herida.
—Durante mucho tiempo me repetí eso hasta el cansancio —confieso—. Me metí en la cabeza que estaría con él para siempre. Que iría con él hasta el fin del mundo. Que nunca soltaría mi mano… —trago saliva—. Y no fue así. Todo eso ya quedó atrás. Lo único importante ahora es Ángel. Por él… quiero encontrar la manera de llevar la fiesta en paz.
Brenda me mira con nostalgia.
—La primera vez que los vi juntos… pensé que serían para siempre.
—Lamentablemente, todo fue una mentira… —murmuro—. Todo terminó en la basura.
—No todo… —me corrige con ternura—. Existe Ángel. Vuestro Ángel. Él lo cambia todo. —Toma mis manos entre las suyas—. Hablar de Eros es hablar de un enigma. Yo crecí con él. La primera vez que Ashton lo llevó a casa tenía menos de diez años… desde entonces nunca se separó de nosotros.
Lo amo con todo mi corazón, pero jamás terminé de entenderlo. Desde niño fue callado, cauteloso, de un genio insufrible. En la adolescencia… —suspira— nos hizo llorar lágrimas de sangre. Agresivo y a la vez tan triste… pasaba más tiempo en nuestra casa que en la suya. Creció, llegó a los veinte… de algún modo se hizo cargo de su vida, de los negocios, de todo. Enterró su pasado. Siguieron pasando los años… hasta que llegaste tú. Con tu presencia lo vi distinto.
Pero cuando te fuiste… todo cambió.
—Yo no me fui —corrijo con un hilo de voz—. Él me echó.
Cierro los ojos. Aprieto los párpados para contener las lágrimas.
—Bonnie… él nunca nos mostró nada que no quisiera mostrarnos. Y tú entrabas en ese mundo.
De niños, aunque vivíamos a dos casas… nunca fuimos a la suya. Él siempre iba a la nuestra.
Su relación contigo era solo de ustedes. Para mí todo parecía bien. Cuando todo terminó tan bruscamente… fue un shock. Solo sé una cosa: después de ti, su vida no fue mejor. —Sonríe triste—. También he querido entender qué hay detrás de él, por qué es así… pero no tengo esas respuestas.
Más tarde, al llegar a casa, un silencio profundo me recibe. Es tan antinatural que me eriza la piel. Dejo las bolsas en el suelo. Miro mi reloj: aún no es mediodía. Por alguna razón mi mente se lanza al peor escenario: un hueco negro donde alguien se ha llevado a mi hijo lejos de mí.
No veo al personal de servicio por ninguna parte. El vacío de la casa hace que mi cabeza imagine cosas que no quiero ver. Sin pensarlo, subo las escaleras casi corriendo hacia la habitación de Ángel.
Lo veo acostado en su cuna, tranquilo, respirando suave. Siento cómo el alma vuelve a mi cuerpo.
—¿Qué haces dormido a esta hora, bebé? —le beso la frente—. ¿Y dónde demonios estará tu padre?
Salgo y mis pies me llevan directo a mi habitación. Abro la puerta… y mi boca forma una “o” muda.
—¿Qué pasó aquí?