Azulejo De Amor

Capítulo 16

BONNIE

—Bonnie —su voz sale entrecortada mientras da una última embestida, dejándose ir dentro de mí—. Algún día me aburriré de esto.

Mis pulmones se vacían de golpe.
Otra vez.
Como siempre.

Sus palabras se me clavan en el alma, rompiéndola en pedazos tan pequeños que ni siquiera sé si podré juntarlos alguna vez. Solo quiero que se vaya. Que me deje llorar en paz, derrumbarme sin tener que soportar el peso cruel de su mirada.

No quiero discutir.
Rachel está en la habitación de enfrente, y aunque muchas veces me ha preguntado cómo estoy, nunca he podido confesarle la verdad. No puedo poner en palabras lo que él y yo somos. Lo que él me hace.

Hoy no tengo fuerzas para pelear.
En los últimos días eso es lo único que hacemos: discutir, gritar, desgarrarnos un poco más. Estamos tan rotos que hemos llegado al punto de forcejear cuerpo a cuerpo, como dos almas que se destruyen al tocarse.

Aguanto las lágrimas mientras lo empujo fuera de mí. Me envuelvo en las sábanas, tapando mi cuerpo desnudo como si eso pudiera protegerme de él.

—Lárgate —susurro.

—¿Qué? ¿Te enfadaste?

—No. —Mi voz tiembla—. No estoy enfadada. Solo quiero estar sola. Ya obtuviste por lo que viniste esta noche.

Él.
La misma persona que más daño me ha hecho y la misma que alguna vez me hizo reír. A quien le entregué todo con un amor limpio, puro, confiado. Creí que era recíproco. Creí que me amaba. Creí tantas cosas…

Pero él tiene un talento excepcional para destruir.
Y lo peor es que me advirtió quién era.
Y aun así me quedé.
Y aun así lo amé.

Ahora solo hay ruinas. No sé en qué momento se quebró todo. Solo sé que pasó.

Desde hace tiempo se convirtió en lo peor de sí mismo. Me destruye un poco más cada día. Antes, aunque fuera malhumorado y un cretino, su trato hacia mí tenía otro sabor… una ternura escondida, un cuidado silencioso. Hasta creí que lo nuestro era real. Que era amor.

Ahora sé que solo yo amé aquí.

—Si tan poco soy, no tiene sentido seguir con esto —suspiro—. Vete. Hablaremos otro día. Ya no quiero más.

Él se levanta, pero en lugar de irse se acerca a mí. Me toma la cara de golpe, apretándome las mejillas con tanta fuerza que me estremezco.
Nunca había usado la fuerza conmigo.
Nunca así.

—Esto lo acabé hace mucho —dice.

—Suéltame, idiota —logro murmurar.
Me suelta.
—¡Vete!

Se viste rápido, gracias a Dios.
No quiero verlo.
No quiero escucharlo.
No quiero sentirlo.

—Claro que me voy —se burla—. Ya obtuve lo que quería. Vuelvo cuando te vuelva a necesitar.

—Eres un maldito, Eros —escupo antes de que salga de la habitación como una sombra infernal. A veces creo que realmente es un demonio.

Cuando al fin estoy sola, me obligo a levantarme.
Mi cuerpo duele.
Mi alma, más.

Me ducho, me pongo mi pijama favorita y cambio las sábanas. No quiero su olor. No hoy. Su olor me destruye más.

Me acuesto… y no resisto.
Las lágrimas me caen como cascadas, ardientes, inagotables.
La garganta me quema.
El pecho me aprieta hasta casi no dejarme respirar.

Lo odio.
Con la misma fuerza con la que lo amo.

Y eso es lo que más me rompe.

— ¿Merece tu padre contemplación? — le pregunto a mi hijo. — Sé que no vas a responderme… — sonrío con amargura — Eros fue tan malo que todavía se me quema el corazón, bebé.

Lo abrazo con fuerza y camino en círculos por la pequeña sala de esta cabaña.
— Ayer bajé la guardia. Soy una imbécil. Una masoquista — murmuro mientras me pierdo en esos ojos azules que no tuvieron la culpa de heredarlos.
— ¿Por qué tienes que tener sus ojos?

Esto no puedo contárselo a nadie. Rachel se desmayaría, Dylan me internaría. Porque sí, debo estar loca. Una idiota sin amor propio.

Anoche, por un segundo, dejé que ese Eros que vivía en mis sueños asomara la cabeza… ese que me quería, ese que lloraba en silencio, ese que parecía cargar un dolor parecido al mío. Quise creerle. Quise creer que él también sufría.
Pero mi cerebro, que es más sabio que mi corazón, me repite una y otra vez que el dolor no justifica la crueldad. Nada la justifica.

Abrazo a mi hijo más fuerte.
— Tú eres la única certeza que tengo, Ángel. Un ángel que, por desgracia, tiene de padre a un demonio.

Subo al segundo piso con él en brazos. Llevo horas huyendo de Eros dentro de esta misma casa como si fuera un fantasma que pudiera colarse por cualquier puerta.
Mañana se acaba esta luna de miel… absurda, retorcida, bizarra.

Cuando cae la noche lo alisto para dormir. Lo arropo como si fuera mi último ritual de paz antes de lanzar mi cuerpo al vacío.

Voy a la otra habitación. Me quedé sin excusas para evitar el baño y el inevitable encuentro.

—Decidiste dejar de evitarme —dice apenas entro—. Te pasaste el día entero caminando con Ángel por la casa.

—No estoy huyendo —respondo sin mirarlo—. Quería estar con mi hijo mientras tú trabajabas en la computadora. ¿Hay algo malo en eso?

—No —dice, seco, y vuelve a mirar su portátil.

Me encierro en el baño. Cumplo cada paso del aseo como si eso retrasara el destino. Como si lavarme borrara la marca que él deja siempre, en todo.

Cuando salgo, la habitación está completamente oscura. Él parece dormido.
Me meto en la cama como si eso bastara para fingir una distancia que no existe.

Los segundos se alargan. La sombra se vuelve espesa. El único sonido es el aire pesado que sale de su respiración.

Entonces lo siento.

Una mano fría sobre mi pierna.



#153 en Novela romántica
#62 en Chick lit

En el texto hay: bebes, amor, odio amor

Editado: 20.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.