EROS
—¡Lo encontraron, Eros! —la voz temblorosa de Ashton revienta en el teléfono, tan agitada que parece venir desde el borde de un abismo.
Mi garganta se convierte en arena.
Llegó el momento.
Ese hombre… ese maldito hombre.
Lo he perseguido desde que tengo memoria.
Ha destruido mi vida tres veces, como si el infierno le quedara pequeño y usara mi existencia como deporte.
Y por fin está muerto.
La ironía me provoca una risa amarga:
los miserables mueren siendo miserables.
Yo imaginé mil finales para él, todos violentos, todos merecidos… pero la vida fue más creativa:
solo, enfermo, agonizando en una cárcel sin un peso.
Sufriendo como solo los cobardes sufren cuando ya no tienen a quién joder.
—Perfecto —logro decir con una frialdad que ni yo sabía que aún tenía—. Bonnie necesita despedirse. Que lo traigan lo más rápido posible.
Silencio del otro lado.
—Eros… ¿estás consciente de que ella va a tener muchas preguntas? —Ashton suena cansado, como si también le pesara lo inevitable—. ¿Cómo vas a explicarle que le traes a su padre dentro de una bolsa negra? Va a llenarse de incógnitas.
Lo sabía.
De la boca de mi mujer van a salir preguntas como balas.
Ella es así: rompe la piel, exige verdades, no soporta sombras.
Pero ¿qué demonios puedo hacer?
¿Ocultarle el cuerpo de su propio padre?
¿Pretender que nunca existió?
Bonnie ha vivido demasiado tiempo con esa herida abierta.
Necesita cerrar este ciclo aunque la despedida le queme el alma.
Ella va a estar más tranquila sabiendo dónde está su padre…
aunque la verdad la destroce.
______________
—Bonnie, ¿estás aquí? —entro a la habitación de nuestro hijo. Ya no podía seguir postergando esto. Ella tenía derecho a saber que su padre estaba muerto.
—Sí —al verme frunce el ceño—. ¿Qué haces a esta hora en casa? —habla bajito; Ángel duerme en su cuna.
—Quería ver a mi mujer —respondo.
—¡Ajá! Ahora cuéntame una de vaqueros. ¿Qué sucede?
—Tenemos que realizar un trámite —procuro sonar monótono, como si lo que viene no fuera a partirla en dos.
—¿Trámite? —me mira con fastidio—. Dame un respiro, Eros. ¿Qué nuevo problema hay?
—Hay circunstancias que se presentan y hay que hacerlas —digo, sereno—. Y por favor, sin drama. Ponte algo para el frío. Te espero en cinco minutos en el auto.
Antes de salir, beso la cabeza de mi hijo.
Por él, detendría cualquier tormenta… aunque por dentro ya me estuviera rompiendo.
Cuando Bonnie sube al auto mi estómago se aprieta.
El camino hasta el edificio es silencioso, casi fúnebre. Caminamos lado a lado por un pasillo helado, con paredes blancas que parecen demasiado limpias para lo que está por venir.
—¿Qué hacemos acá, Eros? —pregunta. Sus ojos ya tienen sombras—. No sé por qué me siento angustiada…
—Tranquila —pongo mi mano en la parte baja de su espalda, suave—. Solo recuerda que tienes una vida al lado de Ángel…
… Y mía, quisiera decirle, pero me trago mis propias palabras.
—Bonnie, ¿estás aquí? —entro a la habitación de nuestro hijo. Ya no podía seguir postergando esto. Ella tenía derecho a saber que su padre estaba muerto.
—Sí —al verme frunce el ceño—. ¿Qué haces a esta hora en casa? —habla bajito; Ángel duerme en su cuna.
—Quería ver a mi mujer —respondo.
—¡Ajá! Ahora cuéntame una de vaqueros. ¿Qué sucede?
—Tenemos que realizar un trámite —procuro sonar monótono, como si lo que viene no fuera a partirla en dos.
—¿Trámite? —me mira con fastidio—. Dame un respiro, Eros. ¿Qué nuevo problema hay?
—Hay circunstancias que se presentan y hay que hacerlas —digo, sereno—. Y por favor, sin drama. Ponte algo para el frío. Te espero en cinco minutos en el auto.
Antes de salir, beso la cabeza de mi hijo.
Por él, detendría cualquier tormenta… aunque por dentro ya me estuviera rompiendo.
Cuando Bonnie sube al auto mi estómago se aprieta.
El camino hasta el edificio es silencioso, casi fúnebre. Caminamos lado a lado por un pasillo helado, con paredes blancas que parecen demasiado limpias para lo que está por venir.
—¿Qué hacemos acá, Eros? —pregunta. Sus ojos ya tienen sombras—. No sé por qué me siento angustiada…
—Tranquila —pongo mi mano en la parte baja de su espalda, suave—. Solo recuerda que tienes una vida al lado de Ángel… y mía, quisiera decirle, pero me trago mis propias palabras.
—¿Por qué me dices eso?
No respondo. No puedo.
Abro la puerta. El cuarto nos recibe con un golpe de frío metálico.
—Señor y señora Derricks —saluda el encargado—. ¿Listos?
—¿Para qué? —pregunta ella.
Mi mente repite la respuesta que ensayé durante horas. Ninguna versión suena menos cruel.
—Bonnie… —respiro hondo—. Cuando se supo de nuestra boda recibí una llamada. En ella me hablaron de ti… y de tu padre. —Trago saliva—. A partir de eso hice averiguaciones, y todo eso… te trajo hasta acá.
Sus ojos se llenan de lágrimas.
La veo mirar cada rincón del lugar, como si ya supiera, como si ya intuyera la verdad y rogara que no fuera cierta.
—Dime que no —susurra, quebrándose—. No lo veo desde hace muchos años… —su respiración se vuelve torpe—. No quiero que esta sea la manera de verlo de nuevo…
Le hago un gesto al trabajador.
La puerta metálica de la nevera se abre con un chirrido que me corta la espalda.
La sábana blanca se levanta.
Ahí está.
Bonnie se queda petrificada.
Yo la envuelvo entre mis brazos porque su cuerpo ha perdido toda fuerza.
La acerco despacio, tan despacio como puedo.
—¿Es él? —pregunto solo para cumplir el protocolo.
Porque yo también lo reconozco.
Ese rostro nunca se me olvidó.
Ese hombre fue el inicio de muchas heridas.