Azulejo De Amor

Capítulo 20

Capítulo 20

EROS

—¿Tienes la osadía de amenazarme? —mi tono es pura burla, una carcajada seca—. Estás acabado.

La risa del hombre al otro lado del teléfono es asquerosa.
Me hierve la sangre.
Casi puedo verlo: su rostro torcido, su soberbia repugnante, su placer por el caos.

—Tengo un as bajo la manga —dice, disfrutando cada sílaba—. Te he estado observando. Estaba ansioso por encontrar algo para fastidiarte… y tú solito me lo diste.

—¿De qué demonios hablas? —gruño.
No hay manera de que ese parásito pueda alcanzarme.
No a mí.

—De tu mujer —ríe; esa risa me perfora—. Caíste en las garras de una mujer, Eros. Tienes un punto débil.
Hace una pausa venenosa.
—Eres igual al inútil de tu padre.

—¿Mi mujer? —repito, afilado.

—La chiquilla con la que prácticamente vives… la que llevas años follándote.
Mi respiración se corta.
—Podría denunciarte. Era menor de edad cuando llegó a tu empresa.
Me falta el aire.
¿Cómo demonios sabe eso?

—Sentí una felicidad inmensa —continúa— cuando descubrí quién era esa chiquilla.

—¿Cómo dices?

—Para ilustrarte, y que tu cabecita empiece a trabajar, revisa tu correspondencia de hoy.
Un sobre pequeño. Negro.

El silencio me oprime el pecho.

Miro la bandeja de correspondencia sin parpadear.
Mis manos tiemblan mientras revuelvo papeles.
Cuando encuentro el sobre, lo arranco con violencia.

Lo que veo dentro me desmorona.

—¿De dónde obtuviste esto? —mi voz es un susurro afilado.

—De mi álbum familiar.

—¿Qué? —Las fotos se clavan como puñales:
Bonnie.
Más joven.
Mucho más joven de cuando la conocí.

—¿Estás sordo? —insiste.

—No sé qué carajo estás planeando, pero no te acerques a ella. No respondo.

—Me voy a acercar, sí. —Su voz es un veneno dulce—. Si no fuera Bonnie, tu mujer, la que escogiste… tus amenazas tendrían sentido.

Mi corazón late como un tambor de guerra.

—Ten cuidado con lo que dices —le advierto—. Estás viviendo tiempo extra.

Ríe, satisfecho.

—Después de tantos años… por fin encontré la forma de que pagues por todo lo que me has hecho, Eros. Has dedicado tu patética vida a castigarme.

—Yo no te debo nada —le escupo—. Solo has recibido lo que mereces.
Aprieto el teléfono.
—El principio de tus desgracias fue cuando a tu cabeza podrida se le ocurrió asesinar a tu mejor amigo.
Mi voz tiembla de rabia.
—Después follarte a su esposa. Casarte con ella. Y luego desaparecerla.
Mi respiración se acelera.
—Tienes tantos pecados encima que ya ni puedes contarlos.

—¿No estás cansado de vivir para castigarme? —se burla—. Porque yo sí estoy cansado de ti.
Su voz baja como un zarpazo.
—Y tú… tú solito me diste el arma perfecta para destruirte.
Hace una pausa letal.
—Mi pequeña Bonnie.

—¿Qué mierda estás diciendo?

La risa ahora es peor.
Una condena.

—Ya sabes de lo que soy capaz, no me pongas a prueba, yerno.

El mundo se me paraliza.

—Me dolió —continúa— que no tuvieras el valor de presentarte como la pareja de mi hija.
Mi garganta se cierra.
—¿Has disfrutado follándote hasta el cansancio a la hija del hombre que mató a tus padres?
Su voz se vuelve un látigo.
—Debe ser difícil… dormir con una parte del hombre que odiaste toda tu vida.

Estoy helado.
Muerto.
Vacío.

—Como dices que soy un capullo y un maldito que no merece vivir, te daré la razón —suena eufórico—.
A este bastardo no le importaría mandar a su propia hija a acompañar a sus suegros… a quemarse en el infierno.

Y cuelga. El silencio que queda es un agujero negro.

Cada pedazo de ese momento lejano vuelve gracias a la mirada de Bonnie.
Una mirada que no dice nada… pero lo recuerda todo.
Hace mucho que no pensaba en esa llamada.
En ese día tan negro.
Tan definitivo.

Después de colgar, mi mundo se derrumbó.
Ese fue el comienzo de mi infierno.
Me mataba saber quién era su padre.
Me consumía.
Bonnie ni siquiera conocía al hombre que la dejó tirada desde niña, apareciendo solo cuando el capricho le daba la gana.
Aun así, enfrentar su verdad, su sangre, su apellido… me destruyó.
Y tomé las peores decisiones de mi vida.
Todas.
Una por una.

Me levanto de donde estoy y camino directo hacia ella.
Sea lo que sea lo que haya visto, lo que haya descubierto…
tengo que saberlo.
Tengo que verla.
Tengo que leerla.

—¡El cumpleañero! —dice Brenda al verme acercarme. Esconde su celular tan rápido que me eriza el alma—. Feliz vuelta al sol, treinta y cuatro años.
Me da un abrazo fugaz, sin emoción alguna.
Me pone en alerta de inmediato.
—Te dejo con tu hermosa esposa.

Bonnie no me mira.
Su mirada está perdida en un punto lejano, en un lugar donde yo no existo.

—Bonnie… —digo, para obligarla a enfocarme.

—Dime.

Una sola palabra, vacía, rota, hueca.
Un puñal.

—¿Bailamos? —la frase se me escapa antes de entender por qué la digo.

No sé qué demonios me pasa.
Tal vez es que no sé cómo preguntarle qué ha visto.
Por qué su cara parece la de una mujer en medio de un funeral.
Por qué siento que estoy a punto de perderla para siempre.

Finalmente me mira.
Sus ojos me atraviesan como si estuvieran evaluando cada pecado.

—Sí —acepta sin más.

Me toma la mano.
La suya está fría.
La mía arde.



#153 en Novela romántica
#62 en Chick lit

En el texto hay: bebes, amor, odio amor

Editado: 20.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.