Capítulo 22
BONNIE
Quiero moverme, pero siento el cuerpo entumecido; tengo frío, un frío que no nace de la piel sino del alma. La verdad es que no quiero despertar. Daría todo porque esto fuera una pesadilla de la que pudiera huir al abrir los ojos, pero tristemente no lo es. Todo es real. Toda esta historia absurda que parece sacada de una película oscura está sucediendo, y no sé qué hacer con el peso de esta verdad tan espantosa que ha dañado tantas vidas: la mía, la suya, la de aquel niño de ojos azules que él fue alguna vez, la de este hombre que he amado y odiado con la misma intensidad. No sé si podré volver a mirarlo sin imaginarlo pequeño, sufriendo. No soy capaz de culpar su alma, porque detrás de cada una de mis lágrimas siempre estuvo él sangrando en silencio. Me persigue la imagen de un niño lastimado, un adolescente perdido y un hombre lleno de rencor tratando de sobrevivir a la sombra de mi padre.
Aunque juré tantas veces no sentir compasión por él, ahora entiendo por qué carga tantos demonios. Yo no tuve la culpa de nada, pero ¿qué habría sentido yo de saber que mi padre era un monstruo? Ojalá pudiera dormir un poco más, pero la necesidad de abrir los ojos me domina. Los abro como puedo y lo primero que veo es el techo blanco, luego el olor químico del hospital, y finalmente a él. Eros está sentado al lado de la cama, con la cabeza apoyada en mi vientre, los ojos cerrados. Es imposible describir lo que siento al verlo así, sabiendo ahora toda su verdad, tan cruel y tan rota. Aun así, levanto mi mano temblorosa, la coloco sobre su cabeza y empiezo a acariciar su cabello negro.
Sus ojos se abren lentamente al sentir mi tacto, pero no dice nada ni se mueve; simplemente deja que mi mano siga recorriendo su cabello. Y entonces una pregunta me rompe: ¿tuvo él alguna vez un consuelo?, ¿alguien que lo abrazara cuando lo necesitaba?, ¿alguien que le besara la frente cuando el mundo le dolía demasiado? Una lágrima solitaria cae por mi mejilla, silenciosa, inevitable. Y esa lágrima no es solo por mí… también es por él.
—¿Qué hago aquí? —pregunto con la voz lenta, rasgada—. Recuerdo que estábamos en el hotel… ¿cuánto tiempo ha pasado?
—Alrededor de quince horas —responde él.
Abro los ojos con más fuerza. De verdad no quería despertarme todavía.
—He dormido bastante…
—Te tuvieron sedada muchas horas —explica—. Tuviste una crisis de nervios muy fuerte.
Recuerdo el calor que me quemaba el pecho, esa sensación de hundirme sin aire.
—Sí… —sonrío apenas, una sonrisa rota—. Básicamente perdí el rumbo.
—Suspiro—. ¿Ángel? Ha estado mucho tiempo sin mí.
—Tranquila —toma mi mano con cuidado—. Está con Brenda.
—Bien… —murmuro.
Pero él no me mira.
No en ningún momento.
Y eso duele más que cualquier cosa.
No sé qué sentir ahora. Aferrarme a esta relación es una pésima idea. Pretender que funcione es pedirle demasiado al destino. ¿Cómo voy a mirarlo sin recordar a mi padre? ¿Cómo va él a tocarme sin recordar lo que perdió por culpa de la persona que me trajo al mundo? No, no hay forma.
—Eros… —lo llamo.
Él alza la cabeza y, por primera vez desde que desperté, sus ojos chocan con los míos.
—Creo que deberíamos divorciarnos —digo, tragándome el temblor—. Y tomar caminos separados.
—¿Ah? —parpadea, aturdido.
—Es lo mejor —continúo, aunque me esté rompiendo por dentro—. No hay forma de que podamos continuar. Vivíamos de un hilo antes de saber la verdad… y ahora que la sé, ese hilo se rompió.
—Bonnie…
—Déjame decirlo ahora porque después no podré —le corto la palabra—. Yo no puedo seguir haciéndote daño. No puedo castigarte con mi presencia. No es bueno para ti.
—Bonnie…
—Ángel es tu hijo —insisto, respirando como si me faltara el mundo—. Lo verás cuando quieras. No me opondré. No tendrás que verme más. Brenda puede llevártelo, o Ash…
—¡Basta! —explota de pronto. Me grita. Sí, me grita.
Lo miro sorprendida. Sus ojos están llenos de rabia, miedo, desesperación. De todo.
—Deja de decir tonterías —ruge—. No nos vamos a separar. Ni a divorciar. Nada de eso. Bórralo de tu cabeza.
Quedo muda.
—Más bien —continúa, respirando hondo— necesitamos hablar de algo muy importante, Bonnie.
Algo que sí va a suceder.
—No me asustes… —susurro—. ¿Qué puede ser peor de lo que ya sé? ¿O peor que separarnos?
—No se trata del pasado, Bonnie —dice él, firme, apretando mis manos con una fuerza que me obliga a mirarlo—. Y no nos vamos a divorciar.
—Respira hondo, como si las palabras le pesaran—. Quiero que lo sepas por mí, no por los médicos. Ellos te lo dirán cuando vengan a revisarte.
—No entiendo… —mi cabeza está agotada; ya no puedo procesar nada más, ni hoy ni en mil años.
Él me mira como si cargara el mundo sobre los hombros.
—Quiero que sepas, Bonnie, que a pesar de toda la mierda que hay entre los dos… —sus ojos se humedecen, su voz se quiebra en los bordes—. A pesar de los demonios que nos persiguen, de las mentiras, de lo que te hice… tú eres mi esposa. Y lo seguirás siendo. Tenemos un Ángel en casa que nos necesita a los dos. La vida… —traga saliva— nos ha puesto otro reto. Uno que puede unirnos o destruirnos más. Depende de los dos.
Siento que el aire se congela entre nosotros.
—Necesito que te quedes a mi lado, Bonnie —continúa—. Que se queden a mi lado. Necesito a los tres.
—Cierra los ojos un segundo y susurra—: estás embarazada.
La palabra queda suspendida en el aire como una sentencia.
Embarazada.
Embarazada otra vez.
En las peores condiciones.
En medio de la peor verdad.
—Dios santo… —cierro los ojos con fuerza—. No puedo estar embarazada, no… imposible. Yo me he estado cuidando. No podemos tener otro hijo. No puedo traer a otro niño al mundo con tanto dolor sobre nosotros… con tanta sombra. Y tú tampoco mereces otro hijo conmigo —mi voz se quiebra— no así… no ahora.