Azulejo De Amor

Capitulo 24

Capítulo 24

BONNIE

—¿Has visto la luna hoy? —pregunta él.

Le hago caso y levanto la vista.
No sé si alguna vez me detuve a mirarla de verdad. Quizá de niña, cuando todavía creía que todo lo bello era eterno. Vivimos tan rápido, tan llenos de conflictos, que se nos olvida que el cielo sigue ahí, intacto, regalándonos cosas simples.

—No… nunca me detengo a verla —confieso.

—Hoy puedes hacerlo. Brilla más. ¿No crees?

Tiene razón. La luna está blanca, pulida, brillante como un bombillo recién cambiado.

—Mírala… —susurra.

Pero al final no miro la luna. Lo miro a él.
Y descubro que hoy no solo brilla el cielo… también brillan esos pozos azules que lleva por ojos. Su expresión tiene un entusiasmo tan puro que me desarma. Quisiera capturarlo así, congelarlo, guardarlo en una esquina secreta de mi alma para recordarlo cuando todo vuelva a doler.

Sus ojos, en definitiva, pueden brillar más que la luna misma.
Su sonrisa… esa sonrisa sincera que pocas veces me regala… es un regalo del cielo.
Y su piel, dorada por el sol de estos días, lo hace parecer otro hombre. Uno más suave. Más humano. Más mío.

—A pesar de lo oscuro que sea la noche —dice—, siempre está ahí brillando.

Su sonrisa cálida me estruja el corazón.
Después vuelve a concentrarse en limpiar la cara de Ángel, que tiene salsa por todas partes. Estamos cenando a la luz de la luna “muy brillante”, como él dice, en un pequeño restaurante cerca de la playa.

Vinimos aquí porque sentimos —sin decirlo— que necesitamos un empujón. Un escenario más bonito. Un pretexto para acercarnos. Y no es que nos llevemos mal… al contrario. Eros se ha comportado como un hombre que quiere reparar lo irreparable: gentil, amable, sorprendentemente colaborador. Hasta simpático.

Y eso me descoloca.

Él nunca fue alguien “agradable” a primera vista.
Para quererlo… hay que conocerlo.
Hay que sobrevivirlo.

Durante estos días ha buscado que yo esté cómoda, que todo me parezca bien, que nada me incomode. Y eso está bien, claro. Es un buen gesto. Pero también siento que a él como a mí, se le ha olvidado cómo ser pareja. Cómo moverse sin miedo. Cómo existir sin medir cada paso.

Y yo… tampoco sé si lo estoy intentando del todo.

Acepto sus atenciones con suavidad, eso es cierto.
Procuro que esté tranquilo. Que no se altere.
Pero más allá de eso… no sé qué hacer.
No sé cómo volver a ser “esposa”, mucho menos “novia”.

Y quizá es normal.
Aunque hayamos acordado empezar de cero, volver a ser novios… estamos lejos, muy lejos, de conseguirlo. Hace mucho que dejamos de ser una pareja normal.

Es más: nunca lo fuimos.

Al casarnos, apenas hablábamos. Nos evitábamos. Solo convivíamos por el niño. Por Ángel. ¿Y en las noches? En las noches tampoco hablábamos, pero nos comunicábamos con un lenguaje más íntimo, más apagado, más triste.

Y cuando decidí pegarme a él como goma, buscando respuestas… tampoco hablamos. Él solo me toleraba. Yo solo insistía.

—Sí… está en su esplendor —digo, volviendo a mirar la luna, tratando de anclarme a este momento.

A esta paz rara, temblorosa.
A esta posibilidad tan frágil de volver a ser nosotros.

—----

EROS

Devoro mi cena con calma, tratando de pensar en una forma —cualquier forma— de dejar atrás esta incomodidad. Necesito que todo fluya, que algo se normalice entre nosotros. Pero he perdido toda práctica. No sé tratar mujeres. No sé tratar a nadie. Mucho menos a la mía.

Le prometí a Bonnie que volveríamos a ser novios, pero no encuentro por dónde empezar. Me siento torpe. Ridículo. Incapaz.

—¿Te gustó la cena? —pregunto por preguntar. Necesito romper el hielo, aunque sea con una estupidez—. No tocaste los camarones.

Pareciera que tengo cinco años.

—No se me antojaban… —responde, tocando su barriga—. Creo que a la bebé no le gustan.

La bebé.
No “el bebé”.
La bebé.

—Estás convencida de que es una niña —no puedo evitar sonreír—. Nunca te dije lo hermosa que te ves cuando sonríes.

La frase me sale sin filtro.
Ella parpadea, sorprendida.

—No… —admite—. Has sido muy reservado siempre. Pero las experiencias nuevas siempre son buenas.

—Necesitamos muchas experiencias nuevas —respondo, y me escucho como si estuviera prometiendo algo más grande que una simple frase.

Acordamos caminar un rato por la playa antes de acostarnos. Llevo a Ángel cargado en un brazo, y con la mano libre… no lo pienso. Simplemente le tomo la mano a Bonnie.

No se aparta.
No esquiva.
No se tensa.

Y por primera vez en muchos años siento que todo tiene sentido. Que toda mi vida —con su mierda, sus pérdidas y mis errores— valió la pena solo por estar caminando aquí, con ellos.

El silencio nos acompaña como siempre, pero esta vez no pesa. Esta vez no duele. Esta vez… acompaña.

Hasta que ella habla.

—¿Nos tomamos una foto?

Me detengo y ella hace lo mismo.
Sus ojos me buscan.
Y por primera vez no huye de mí.

—Digo, será raro que cuando los niños crezcan no tengan fotos con nosotros —añade, nerviosa—. Además, se supone que son vacaciones.

—Supongo —respondo.

—Además, ya no existen fotos juntos.

—Claro que existen.

—¿En serio?
—¿Segura que buscaste bien en las maletas?
—No… —ríe suave—. Me emocioné. Ahora enfoquémonos en la foto.

Miro alrededor buscando dónde. El ventanal del restaurante refleja la luna brillante sobre el mar. Es perfecto.

—Ven —la guío hasta allí.
Saco mi celular—. Sonríe…

Y sonríe.
Y yo también.
Y Ángel dormido en mi brazo completa esta imagen que jamás pensé volver a tener.

El flash se apaga.
Veo la foto.
Y durante un segundo siento algo que creí muerto:
una vida posible.
Una vida con ella.
Con ellos.



#583 en Novela romántica
#242 en Chick lit

En el texto hay: bebes, amor, odio amor

Editado: 20.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.