La gente caminaba de un lado a otro arrastrando las maletas por el pulido y brillante suelo del aeropuerto. La multitud se mostraba desorientada y acudía a toda prisa a los pequeños puestos de información como si les fuese la vida en ello. Un muchacho malhumorado, acompañado de sus padres, esperaba hastiado frente a la puerta de llegadas procedentes de Londres. Repiqueteó con el pie en el suelo con actitud desafiante, intentando mostrar sin tapujos su pésimo estado de ánimo. Su madre le dirigió una sonrisa encantadora; estaba eufórica.
—¡Levanta más el cartel, Biu!, no vaya a ser que no nos vea —dijo mientras su marido le rodeaba los hombros con un brazo.
«Ojalá no nos vea; eso sería un golpe de suerte», pensó Build. Ladeó la cabeza y, sintiéndose estúpido, alzó las manos todo lo que pudo, se puso casi de puntillas y movió de un lado a otro aquel ridículo cartel, en el que se leía en letras grandes y redondas:
«Bible Sumettikul, ¡bienvenido a América !».
Debería haber estado celebrando el inicio de las vacaciones navideñas con sus amigos; sin embargo, se encontraba allí anclado con la ridícula pancarta, esperando la llegada de un completo desconocido, gracias a que sus adorables padres habían decidido acoger en casa a uno de esos aburridos estudiantes de intercambio. Un inglés, con descendencia Américana, para ser más exactos. Build nunca había simpatizado con aquellos amantes del té; se le antojaban demasiado refinados, y él tendía a ser despreocupado y poco detallista.
—Como esperemos más, celebraremos el fin de año en el aeropuerto —farfulló con un deje de aburrimiento.
Su madre le dirigió una mirada de desaprobación.
—Compórtate con nuestro invitado, Biu—ordenó respaldada por los continuos asentimientos del padre con la cabeza—. Pasará un mes con nosotros, así que, lo quieras o no, tendrás que llevarte bien con él.
—Entonces, ¿se supone que el famoso inquilino queda bajo mi protección? Si es así no durará ni dos días con vida. Esto es América —espetó, y soltó un bufido.
—Shh...
El señor Jakapan le indicó que guardase silencio. Build alzó la vista hacia la puerta de llegadas, por donde había comenzado a salir gente. Todos le parecieron raros, estrafalarios o indignos de entrar en su casa. El joven era bastante reservado —contrariamente a sus solidarios padres—, así que no simpatizaba con la idea de tener que convivir con un extraño; más bien le aterrorizaba.
Estaba seguro de que, por callado e invisible que fuese aquel inglés, se sentiría invadido e incómodo.
Se giró sorprendido cuando unos dedos firmes y seguros golpearon suavemente su hombro derecho. Miró de arriba abajo al muchacho que se encontraba frente a el y le dedicaba una mueca desagradable. Tenía el cabello oscuro y lo llevaba perfectamente peinado hacia un lado —ni un solo mechón suelto rompía aquella inusual armonía— y en su rostro destacaban unos llamativos ojos negros y penetrantes.
—Yo... soy Bible.
—¿Tú eres el estudiante que...? —comenzó a preguntar Build, pero fue interrumpido rápidamente por su efusiva madre.
—¡Bible! ¡Ya pensábamos que no llegabas, cariño! —La señora Hexian lo estrechó entre sus brazos, con lo que despertó de inmediato el desagrado del joven, que, un tanto arisco, no disfrutó demasiado aquel confiado contacto físico.
—Encantado —dijo el padre de Build, al tiempo que le estrechaba calurosamente la mano—. Ya verás lo bien que te lo vas a pasar estas vacaciones; te hemos preparado una habitación, espero que te guste. Apenas tardaremos en llegar a casa, está a veinte minutos en coche.
Build clavó la vista en el suelo, muerto de vergüenza. ¿Por qué sus padres tenían que comportarse siempre como si estuviesen locos? ¿Tan difícil era ser un poco normal?
Ser normal significaba para el no abrazar al chico de intercambio, ni llamarle «cariño», ni enrollarse hablándole de su nuevo hogar.
Esperó impaciente, fingiendo que no estaba allí, hasta que el eufórico encuentro se calmó.
Bible había esbozado poco a poco una mueca de terror. No era de extrañar. Ni por asomo había esperado aquel recibimiento y, teniendo en cuenta que ambos padres hablaban a la vez, apenas entendía nada.
Durante el trayecto en coche asintió con la cabeza ante todo lo que le decían con la esperanza de acertar en algo.
—Bien, ya hemos llegado —anunció Hexian cuando el señor Jakapan aparcó frente a una acogedora casa de dos pisos.
Bible bajó del coche sintiéndose asqueado. Hubiese dado cualquier cosa por no estar ahí en aquel instante. Observó los alrededores y deseó desaparecer de inmediato. La urbanización se encontraba en el campo, alejada de la ciudad. Él odiaba profundamente todo lo que tuviera que ver con la naturaleza: desde la más fina y tierna hierba que crecía en la tierra húmeda hasta los grandes abetos que invadían el terreno. Torció el gesto mientras comenzaba a planear mentalmente de qué modo podría huir de allí. Quizá si robase el coche del señor Jakapan en plena noche...
—¿Bible? ¡Vamos, pasa! Aún tenemos que presentarte a nuestro hijo. —Hexian le sonrió de forma exagerada—. El pobre se quedó toda la noche haciendo un trabajo en casa de un amigo y hoy estaba tan cansado que no ha podido ir al aeropuerto.
¿Más gente? Ya tenía suficiente con aquel chico que le miraba de reojo constantemente como si fuese un bicho raro. Build vestía realmente mal, bajo su punto de vista, con unos vaqueros desgastados y una sudadera deportiva para nada adecuada.
—¡Jian! —gritó la madre, jovial—. ¡Vamos a entrar!
Abrió la puerta de la habitación, despacio, como si esperase encontrar dentro a un oso enfurecido. Bible dio un paso atrás, temeroso ante la oscuridad que invadía aquella especie de búnker. Distinguió en la penumbra la larga silueta de Jian, que tenía la cara adherida a la almohada, que aferraba con las manos.
—¡Desaparece, mamá! —exclamó con brusquedad.
—Ha llegado el chico de Inglaterra —explicó la mujer.