Build carraspeó, para aclararse la garganta antes de hablar. Después miró al chico que lo acompañaba, sosteniendo un bote de mostaza entre las manos mientras leía la etiqueta. Su ridículo traje de chaqueta llamaba tanto la atención dentro del supermercado de una modesta urbanización que todos los clientes se giraban para echarle una detallada ojeada.
—Bible, siento tener que decirte esto, pero deberás darte un poco de prisa con la compra —dijo, cruzándose de brazos a la defensiva—. Sé que te encantaría, pero no podemos acampar y pasar la noche aquí; cierran a las ocho.
—Perfecto. —Sonrió satisfecho—. Entonces aún nos quedan unas horas.
Build se detuvo y soltó el carrito de la compra en mitad del largo pasillo de salsas.
—¿Te has vuelto loco? —gritó—. Bueno, ¡qué pregunta más estúpida por mi parte!
—Sí, la verdad es que sí —afirmó Bible, distraído—. ¡Pero cuántos conservantes tiene esto!
—¡Es que siempre has estado loco!
Bible se volvió y lo miró con curiosidad.
—Nos conocemos desde hace veinticuatro horas, basurero, así que no entiendo qué quieres decir cuando dices «siempre».
—Esa es la peor parte: recordar que aún nos quedan veintinueve días por delante. Tendré que comprarme pastillas antiestrés o tapones para los oídos.
Bible se encogió de hombros. En realidad le daba igual. Por él como si terminaba metiéndose esas pastillas por la vena. Bajo su punto de vista, aquel chico desarreglado cumplía todos los requisitos para terminar muriendo por sobredosis. No le extrañaría en absoluto encontrárselo dentro de unos años en cualquier esquina, pidiendo limosna.
Limosna que él no le daría, por supuesto.
—Mira, enfermo, tenemos que irnos —se quejó—. No pienso pasar mi primer día de vacaciones en un supermercado. Existen cosas más interesantes en la vida.
—¿Como qué? —Bible alzó una ceja, intrigado.
—Oh, ¿es que jamás haces nada divertido?
—Bueno, da igual, si así fuese tampoco sería asunto tuyo —farfulló con un delirante desinterés—. Y ahora, si no te importa, deja que termine de leer los componentes de la salsa roquefort.
Build murmuró algo por lo bajo, irritado. Se despidió de Bible indicándole que le esperaría en las cajas y le dejó a solas en mitad del pasillo. Aguardó mientras observaba cómo una muchacha rubia cobraba la compra de los clientes sin demasiada amabilidad. Desesperado, terminó rezando y pidiendo que Bible llegara pronto. Si no lo hacía, pensaba marcharse sin miramientos; poco le importaba lo mucho que su madre lo reñiría. En todo caso, lo único que le asustaba levemente era que la señora Hexian lo castigara sin salir con sus amigos, teniendo en cuenta que acababan de empezar las vacaciones.
Media hora después, Bible apareció por el pasillo de la derecha, con el carro repleto de comida como si se acabase de declarar la tercera guerra mundial y tuviesen que recolectar suministros para medio continente. Build le miró intrigado.
—¿Se puede saber cómo vamos a pagar todo eso? —preguntó, señalando las extrañas hamburguesas sin carne, algo que le pareció totalmente contradictorio.
—¿Es que tu madre no te ha dado dinero? —Bible se encogió de hombros.
—Sí, pero lo que me ha dado no llega para pagar todas estas cosas —se quejó, consternado—. Vuelve a dejarlas en su sitio —añadió, al tiempo que reparaba en un desagradable trozo de queso sin sal que yacía al lado de un paquete de algas marinas ricas en vitaminas.
Bible lo miró hosco, sin ninguna intención de devolver nada a su lugar.
—Pues ve al banco a sacar dinero —le ordenó, con aire diplomático.
—Pero ¿qué demonios te has creído? ¡No somos ricos, no podemos permitirnos todos estos caprichos, somos una familia de clase media!
—No hace falta que medio supermercado se entere de nuestra situación económica. A nadie le interesa —objetó, ante los gritos de Build.
El chico respiró hondo, intentando calmarse. Era agotador mediar con aquel imbécil. Se armó de paciencia, procurando que entrase en razón.
—El problema es que no tenemos suficiente dinero —dijo, hablando claro, despacio y alto—. Así que algo tendremos que hacer.
Build lo miró sin comprender. En la vida de Bible jamás se había presentado ningún contratiempo que tuviese que ver con el dinero. Nunca le habían negado nada, mucho menos si se trataba de comida, algo absolutamente necesario para vivir. Por lo tanto, la familia de Build le estaba negando la vida.
Suspiró, frustrado.
—Le pediremos a la chica de la caja que sea solidaria con nosotros —concluyó, sonriente.
—Pero ¿tú en qué mundo vives? —Build le miró extrañado—. Aquí nadie regala nada. Tienes que pagar todo lo que compras.
Bible, pensativo, observó a la muchacha castaña de la caja. Build siguió el eje de su mirada, advirtiendo a dos chicas de su edad, de aspecto delicado, que cuchicheaban con la vista clavada en el inglés.
—Te están mirando fijamente —objetó Build, extrañado.
Bible sonrió ampliamente, mostrándole su blanca dentadura.
—Claro que me miran, todo el mundo lo hace.
—¿Qué?
—Es por mi cara —dijo señalándose el rostro—. Siempre les resulto atractivo.
—Estás demente.
Bible, con gesto seductor, les guiñó uno ojo a ambas jóvenes, que terminaron riendo tontamente mientras se ruborizaban.
Build pestañeó, sorprendido. No comprendía que alguien tan insoportable como él pudiese resultar atractivo. Le miró fijamente, intentando encontrar aquel punto de belleza. Sí, bueno, tenía el cabello de un negro brillante; bien, aquello podía pasar por aceptable. Lo ojos también, oscuros. Su forma de mirar anunciaba a leguas de distancia que era un cabrón en toda regla. Y, supuso, aquello solía atraer a chicas de cabeza hueca. Resopló, molesto por la repentina atención que había despertado el inglés.
—No es momento para firmar autógrafos —le indicó, señalando el abarrotado carro de la compra—, tenemos problemas más serios de los que ocuparnos.