Un nuevo amanecer, un nuevo día.
Build descorrió las cortinas, dejando que la luz del sol bañase la habitación de un suave tono dorado. Se peinó lo mejor que pudo el cabello castaño oscuro de comenzar a vestirse. Entonces lo oyó. Como todos los años, su padre les abrumaba con distintos villancicos navideños, repitiendo las canciones una vez tras otra. Suspiró pesadamente mientras abría la puerta de su cuarto, y las notas de la canción se hicieron más intensas.
«Navidad, Navidad, dulce Navidad…»
—¡Papá, apaga eso de una vez, por favor! —gritó, a pleno pulmón, asomándose por el semicírculo de la escalera.
El señor Jakapan le dedicó una mirada acusadora desde el piso inferior, cruzado de brazos.
—Todas las navidades dices lo mismo, Build. No pienso quitarlo. Escucharemos villancicos, es la tradición.
El joven se tapó los oídos con las manos. Su padre parecía realmente feliz, sonreía de oreja a oreja, con su acostumbrado batín granate anudado alrededor de la cintura y con las alpargatas de andar por casa. Suspiró abochornada.
—¿No podrías bajar un poco el volumen?
—¡No! ¡Quiero que todos lo escuchen y los llenen del espíritu navideño! —Alzó las manos y las movió al son de la canción. Después comenzó a tararearla alegremente antes de desaparecer en dirección a la cocina.
La puerta contigua a la de Build se abrió de golpe, y Bible salió como un huracán enfurecido, vestido con su ridículo pijama de raso. Miró con asco al otro chico..
—Pero ¿qué es esa música que acaba de despertarme?
—Villancicos.
—No me gustan los villancicos —aclaró.
—¿Y a mí qué me cuentas?
—Es tu casa; está en tus manos poner fin a esta tortura.
Build resopló, airado. Definitivamente, no podía hacer nada al respecto; de lo contrario su padre lo odiaría por toda la eternidad. Se preparó mentalmente para pasar una de las mañanas más insufribles de su vida. La señora Hexian salió del cuarto de baño y le dio una palmada a Bible en la cabeza afectuosamente.
—¿Qué tal has dormido, cielín? —preguntó melosa.
—Bien. —Le sonrió tímidamente, antes de que Hexian se marchase escaleras abajo a toda prisa.
Build observó la divertida escena.
—¿Noto que empiezas a sentir cierto cariño hacia mi madre o son solo imaginaciones mías?
Bible lo miró hoscamente desde el otro lado del pasillo.
—¿Y yo noto que esta mañana eres aún más feo de lo habitual o será que hasta el momento no me había puesto las lentillas…? —replicó burlón.
—¿Llevas lentillas?
—¡Claro que no! Mis ojos son perfectos. —Pestañeó con afectación—. Jamás tendrás unas pupilas tan maravillosas como las mías.
—¡Ja! Siento decirle, mi señor, que sus ojos son un tanto… repugnantes. Espero que no tome en cuenta mi osadía al hablarle de tal modo, ¡oh, caballeroso conde Bible de inigualable belleza! —Build hizo una reverencia a modo de burla cuando terminó su anticuado discurso, que no pareció agradar al inglés.
—Deja de intentar hablar como si aún quedase en ti un atisbo de elegancia. Eres puro vulgarismo, bebé.
—¡NO ME LLAMES «BEBÉ»!
Bible sonrió agudo, con sus ojos obscuros brillando en exceso.
—Lo que tú digas, bebé.
—¡Uf…! ¡Cómo te odio!
—¡Quiéreme, bebé, quiéreme! —exclamó dramáticamente, antes de escabullirse nuevamente hasta su habitación y cerrar la puerta de golpe.
Build le dio una patada a la pared, cabreado.
¿Por qué demonios siempre conseguía sacarle de quicio, si sabía de antemano a lo que se enfrentaba? No debería dejarle ganar. Tenía que encontrar alguna forma de reprimir sus rabietas. No quería que él lo viese así, enfadado consigo mismo. Volvió a su habitación y se dejó caer sobre la cama.
Durante aquellos primeros días había estado estudiando su mirada gris, la malévola sonrisa que curvaba sus labios, la oscuridad que encerraban sus ojos, su forma de andar, de moverse… todo lo que superficialmente caracterizaba a Bible. Era más astuto de lo que él jamás hubiese imaginado. Generalmente mantenía la mente fría, por lo cual podía permitirse el lujo de pensar con mucha más claridad que el resto de las personas, ya que el sentimiento de culpa pocas veces se apoderaba de él. Pero rompía sus esquemas aquella actitud inocente que a menudo parecía invadirle. Esa incomprensión respecto al mundo que le rodeaba hacía que Build se plantease numerosas cuestiones, como, por ejemplo, hasta qué punto llegaría su ignorancia.
La melodía de los villancicos abrumaba la cabeza de Build. No los soportaba más. Bajó a la cocina, dispuesto a beber algo de café para aclarar sus ideas. Apoyó un codo sobre el mármol de la pila mientras removía el desayuno con parsimonia, aburrido. Bible apareció poco después, alegando que no conseguía volver a dormirse a causa de «la música que flotaba en el ambiente»; y Build supuso —o quiso suponer— que la palabra «asco» sustituía a «villancicos». Observó soñoliento cómo él se preparaba unas tostadas con mermelada y dos zumos de fruta natural. Prefería cien mil veces seguir ingiriendo su amada cafeína de siempre. Sorbió el café con orgullo. El señor Jakapan entró agitado en la cocina con las manos repletas de espumillones.
—Buenos días —saludó alegremente—, ¿se han acostumbrando a los villancicos? ¡Espero que sí! Ya empiezan las Navidades. —Tiró unas bolas rotas a la papelera, sin compasión—. Esta mañana hay que adornar la casa, colaboraremos haciéndolo entre todos. Por cierto, he colgado muérdago en diferentes lugares, así que intenten no coincidir bajo ninguno, ya saben el dicho, ¡bajo el muérdago, beso de murciélago!
—Ese no es el dicho —le corrigió Bible, sin dejar de untar su tostada matinal.
—No importa, a veces me invento las cosas. —El señor Jakapan se encogió de hombros con despreocupación—. Los espero en el comedor, vengan cuando acaben de desayunar.
Y desapareció otra vez silbando animadamente. Build resopló, al tiempo que Bible le apuntaba con el dedo índice, acusador.