Babel del Ocaso

Capítulo 1

Cuando era pequeña, mi abuela solía contarme muchas historias. Historias tan increíbles y fantásticas que, a veces, pensaba que las había soñado.

Una de ellas hablaba de la caída de Luzbel. Decía que cuando su grito rasgó el tejido del mundo, siete entidades emergieron del abismo para expandir su caos. Se proclamaron reyes y crearon sus tronos, siendo recordados como los Siete Tronos del Ocaso.

Cada uno poseía un poder inimaginable, capaz de destruir ejércitos enteros sin esfuerzo. Pero los más temidos eran el Rey Corrupto y la Reina Sangrienta, dos seres con una sed insaciable de sangre, que veían en la destrucción su pasatiempo favorito.

Ellos exterminaron a la raza celestial y a los antiguos dioses. Fue una guerra tan brutal que los últimos serafines, en un acto de sacrificio, sellaron a los Tronos en siete medallas forjadas con sus propias almas. Ese sacrificio dio origen a la nueva vida... y al silencio del Creador.

Solo era una historia, o al menos eso creía. Bastante extraña para una niña de seis años, pero mi abuela siempre tenía una forma peculiar de sorprenderme.

Cuando cumplí dieciocho, mi hermano Larry y yo quedamos a cargo del orfanato que ella cuidaba. Desde su muerte, esa responsabilidad cayó sobre nuestros hombros. Hicimos todo lo posible por mantenerlo en pie, por conservar la esperanza en los ojos de los niños… que algún día alguien vendría por ellos.

Pero cuando comenzó la guerra entre los reinos, todo cambió.

Un día, soldados del Reino del Oeste llegaron exigiendo que nos uniéramos a su ejército. Querían entrenar a los niños como guerreros… y usar a las niñas —y a mí— como incubadoras para crear nuevas generaciones de soldados.

Larry se negó. Con firmeza, con coraje… sin saber que esa decisión cambiaría nuestras vidas para siempre.
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Orfanatario Las flores

—¡Señorita Alicia! —gritaba una niña mientras caminaba por los pasillos, buscando a su cuidadora.

Alicia, mientras tanto, estaba en el baño bañando a una pequeña de cabello blanco y una curiosa cola que se movía sin parar.

—Odio los baños —refunfuñó la niña, girando la cabeza con fastidio.

—Lo sé, Maplesita —respondió Alicia con una sonrisa juguetona—. Pero dime, ¿crees que tu padre querría verte sucia cuando sea liberado?

—¡Ño! Yo, Maplesita, hija del Rey Corrupto, debo estar limpia... digna de una princesa —dijo con orgullo, aunque volvió corriendo al agua al sentir el frío del aire.

—¿Ves? La hija del Rey Corrupto debe estar bien limpia —rió Alicia, sin querer romper la imaginación de la pequeña.

—Señorita Alicia... —dijo la niña que buscaba, guiándose por el sonido de sus voces.

—Anya, ¿qué haces fuera de la cama? —preguntó Alicia mientras la ayudaba a sentarse.

—Tenía hambre... y el señor Larry se tarda en cocinar —respondió Anya con voz somnolienta.

—¿Dijeron comida? —gritó Maplesita, moviendo su cola emocionada.

—Jejeje, sí... ¡Espera! ¿Larry va a cocinar? —dijo Alicia, alarmada.

Justo entonces, una explosión retumbó desde la cocina.

—Ay no... —murmuró Alicia, llevándose la mano a la frente.

—¡Jajaja! ¡Explotaron la cocina! —gritó Maplesita, riendo a carcajadas.

—No es gracioso, Maplesita —replicó Alicia con una mirada seria, aunque la niña seguía riendo sin parar.

En la cocina, entre humo y caos, Larry tosía con la cara tiznada.

—Ya veo por qué la señorita Alicia no quiere que usemos la cocina... —dijo un niño con una flor creciendo en su cabeza.

—Sí, jejeje —rió una niña con otra flor en la cabeza—. El señor Larry no sabe usar la estufa... y aun así quiere conseguir novia.

—¡No sean malos conmigo! —protestó Larry, con lágrimas en los ojos.

—¡¿Qué pasó aquí!? ¡¿Larry, cuántas veces te he dicho que no toques la cocina!? —gritó Alicia, mientras regañaba a Larry.
Maplesita abrazaba a sus hermanos, tratando de no reír.

—¡Ustedes, Ignacio y Raven, son gemelos! ¡¿Por qué no lo detuvieron?! ¡Son dos contra uno! —dijo Alicia, molesta.

—Él dijo que podía —respondió Raven.

—Y le creímos —añadió Ignacio, sonriendo con descaro.

—¡¿Por qué a ustedes tres les encanta tanto el caos y la destrucción?! —dijo Alicia, cruzándose de brazos.

Los tres niños soltaron una risa traviesa.

Así pasaron toda la mañana limpiando la cocina, mientras Larry recibía una larga lista de regaños por su “experimento culinario”.

—Bueno —dijo Alicia, suspirando—. Como la cocina es un desastre, iré al mercado a comprar algunas cosas.
Niños, por favor, intenten que Larry no haga ningún desastre, ¿sí?

—¿Eh!? ¡¿No confías en mí!? —protestó Larry, ofendido.

—La verdad, no —respondió Alicia, con una mirada seria—. La última vez te mandé a cambiar un foco y no se cómo lograste tirar todo el techo.

—¡El techo ya estaba viejo! —se defendió Larry.

—Y la vez que limpiaste los vidrios… los rompiste todos —recordó Maplesita.
—O cuando fuiste por leña y trajiste un monstruo —añadió Raven.
—O cuando hiciste la fogata y terminaste quemando medio bosque —dijo Ignacio.
—O cuando cambiaste la vaca por frijoles mágicos —murmuró Anya.
—O cuando el pastel de la abuela terminó en su cara —comentó un niño de cabello castaño.
—O cuando compraste fuego artificiales y volviste con una granada —dijo otro, muy serio.
—O... o... c-cuando t-te mandaron a comprar c-cilantro y t-trajiste p-perejil —balbuceó el más pequeño.

—¡Ustedes no ayudan! —dijo Larry, mirándolos con fastidio.

—Maplesita, Raven, Ignacio, Anya, Erick, Baku y Zero —ordenó Alicia al salir—, cuiden a Larry, por favor.

—¡Aye! —respondieron los niños al unísono.

Y así, mientras Alicia se marchaba al mercado.
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En el reino del sur

A diferencia del Reino del Norte, el Sur todavía tiene cosas buenas…
Bueno, al menos desde que el Norte empezó a trabajar con ángeles y titanes, ha sido difícil encontrar alimentos allá —pensó Alicia, suspirando cansada.




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