Babel del Ocaso

Capitulo III: Muerte

Los ángeles y los últimos gigantes que quedaron en el campo vivo quedaron purificados; sus cuerpos temblaban del miedo y sus almas estaban a punto de romperse. Cipher solo quedó parado y observando con una sonrisa siniestra, disfrutando del espectáculo.

—¡A-ataquen! ¡Maten a ese monstruo! —gritó Atlas desde los muros, temblando de miedo.

Los gigantes corrieron directo hacia Cipher, gritando con furia y cargando sus armas, listos para el ataque, pero Cipher solo quedó ahí, observando mientras lamía sus labios.

—Uuhh... recuerdo que había dicho que tenía hambre... —dijo mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa macabra que hizo que todos temblaran.

De su espalda empezó a brotar un sonido chirriante, como miles de insectos arrastrándose dentro de la carne. La piel se desgarraba lentamente mientras emergían largas patas de araña, negras y húmedas, que se retorcían como si tuvieran vida propia. Al clavarse en el suelo, levantaron su cuerpo como si fuera un ritual.

Entonces, su mandíbula se abrió. No como la de un ser vivo: sus mejillas comenzaron a desgarrarse mostrando sus afilados dientes, hasta que de su boca salió una serpiente hecha de carne y cubierta de ojos. Entre sus fauces mostraba afilados dientes que llenaban toda su boca hasta la garganta.

Los gigantes, al ver esa monstruosidad, intentaron huir, pero ya era tarde. El lugar se llenó de gritos, huesos crujiendo y carne desgarrándose por los afilados dientes del monstruo.
Los ángeles solo quedaron aterrados al ver cómo sus compañeros eran devorados cruelmente.

La lengua regresó mientras la boca volvía a la normalidad.
—Qué delicia de banquete —dijo mientras lamía sus labios, cubiertos de sangre.

Ellos sabían que este campo no era una batalla, sino una sentencia de muerte... una muerte cruel. Pero algunos ángeles no aceptaron ese destino y, apretando sus lanzas, se lanzaron al ataque directo hacia Cipher.

—¡Esperen! ¡Es una locura! —gritó John desesperado para salvar a sus compañeros, pero ya era tarde.

Cipher los observó sin moverse. Y entonces, de su espalda surgieron tentáculos con forma de ciempiés, cubiertos de mandíbulas diminutas que chirriaban como cuchillas. En un parpadeo, los tentáculos se abalanzaron sobre los ángeles, envolviéndolos y devorándolos vivos. El aire se llenó de gritos ahogados, de huesos triturados y alas desgarradas.

John solo quedó aterrado mientras los demás huían del lugar en un intento desesperado por salvar sus vidas.

Los cielos empezaron a tornarse de un color rojo sangriento, mientras la luna, de la nada, se convertía en un ojo que observaba todo. Las nubes se dispersaron mostrando una boca gigante con afilados dientes, hasta que se abrió y, de ella, salieron más de mil manos que comenzaron a destrozar reinos. Algunos eran atrapados y llevados a la boca, siendo devorados por pequeñas criaturas. El cielo se llenó de gritos desgarradores.

Atlas intentó defenderse, pero las manos lo tomaron y comenzaron a desgarrarlo lentamente mientras lo llevaban hacia la boca.

John intentó mantenerse en pie, pero no podía; cayó de rodillas, viendo el terror que consumía esta realidad.
El rey de los humanos, en un intento desesperado por derrotar a Cipher, mandó a su ejército de no muertos para matarlo.

—Interesante... —dijo Cipher mientras miraba a John—. ¿Cómo es posible que un ser de luz permita que un humano use magia del Tártaro Primordial?

—E-espera... ¿c-cómo sabes de eso? —dijo John sorprendido, mirando a Cipher aterrado.

—¿Por qué te lo diría? —respondió mientras una de las patas de araña lo atravesaba y lo acercaba hacia él—. Hay cosas de la creación que, a veces, es mejor mantener en secreto, John.
Toma las alas del ángel y las arranca sin piedad.

El grito del ángel resonó por todo el lugar, un grito de puro dolor.

—Hay horrores que se esconden y esperan para salir, esperan hasta que el tejido carmesí sea tan débil que puedan romperlo y pasar a este plano —dijo mientras acariciaba el rostro de John lentamente, como un padre acariciando a su hijo, pero de una forma perturbadora—. Y yo soy uno de esos seres.

Eran las palabras de Cipher antes de que su boca se abriera como una flor grotesca. John podía ver las fauces llenas de colmillos, y su lengua, larga y húmeda, solo lo lamía... hasta que, con un solo movimiento, devoró la mitad del cuerpo del ángel y luego lo arrojó al suelo.

—Cómo ha cambiado el sabor de la carne de los ángeles... —dijo mientras limpiaba su boca.

Miró al frente, observando cómo el ejército se acercaba.
—Debería dejarlos salir un rato —dijo mientras sonreía.

Bajo los pies de Cipher comenzó a surgir un líquido morado que se expandía rápidamente, hasta que empezaron a emerger criaturas de corrupción: seres de formas horribles y monstruosas.

Solo un silbido bastó.
Los monstruos de corrupción rugieron y se lanzaron al ataque, destruyendo a todo el ejército de no muertos.
El rey de los humanos, al ver eso, corrió dentro de su castillo, mientras de las paredes comenzaban a brotar ojos que lo observaban, y risas que lo estaban volviendo loco.

—¡¡Déjenme en paz!! —gritó desesperado el rey de los humanos, pero no había nada... solo el silencio del castillo.

Las risas seguían presentes mientras el rey corría por los pasillos. De pronto se detuvo: escuchó pasos que resonaban a través de las paredes.

—¿Quién está ahí!? —gritó el rey, pero los pasos continuaban.

Entonces, se oyó una canción. Voces de niños cantando, pero la melodía hizo que el rey temblara.

> “Almas corrompidas que vagan sin destino,
niños perdidos en la niebla espesa...”

—¡El que está cantando, que se calle! —gritó el rey, intentando correr, pero se golpeó contra una pared—. ¡E-espera! ¡Esta pared no estaba! —dijo lleno de duda y miedo, intentando buscar una salida, pero estaba atrapado.

> “Buscan refugio en la noche sombría,
el silencio de los sufridos llena el aire...”




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